David Brown es un buen pieza, un person. Engañó a Hillary y Bill Clinton, Ivanka Trump, James Brown, Sarah Jessica Parker y se fotografió con una buena porción de la caterva de famosetes imperiales. Se inventó a Alex Von Fürstenberg, presunto hijo de la diseñadora Diana Von etecé.
Se presentaba en la entrada de las fiestas y le echaba tanta cara como DiCaprio en Atrápame si puedes. No estaba en la lista, pero colaba: se colaba. Se fotografió con todos. Su camelo salió en los medios. A veces le miraban con el ojo torcido y lo echaban para atrás, pero en un año consiguió infiltrarse en unos 60 cócteles y eventos sociales y benéficos de Manhattan.
Brown se utiliza a sí mismo como objeto artístico (si es que alguien es capaz, a estas alturas, de establecer un límite entre la excentricidad y eso que llaman arte). Entonces lo usó asumiendo un rol, y ahora, con su alter ego David Henry Nobody, utiliza su cuerpo para plagarlo de apéndices y sustancias.
Nobody es un influencer negativo, antibello: «En la medida en que las redes sociales propagan cuentos de hadas consumistas sobre nosotros mismos, creo que se pueden usar como vehículo de introspección social. Me pongo del revés [como un calcetín] para que Matrix mire y grabe», cuenta.
Se revuelca en la fealdad, el asco, el pringue, los escrúpulos. Hace collages con su propio cuerpo: collages nauseabundos, vergonzosos. Muchos de ellos con comida. Se unta en pasta, en merengues marrones, en bolsas de salsa pinchadas; se golpea la cara con un carrusel de salchichas flácidas; convierte su cara en una pieza más de embutido muerto; se plastifica.
Es como si fuera un loco que vive en un vertedero y tiene muchísimo tiempo que perder.
Y no solo se fotografía, también se graba en vídeo. ¿Para qué ofrecer una instantánea asquerosa pudiendo lanzar a tus seguidores la oportunidad de verlo en vivo y sufrir arcadas? Uno no sabe si encajar a Nobody en el cajón de sastre del arte o en el de los purgantes estomacales.
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El objetivo de tanta materia blanda es, según asegura, simbolizar que «somos alimentos para que las corporaciones consuman». Además, encuentra en la comida un vehículo con potencial artístico, sensual y crítico. «Estoy interesado en el desperdicio como tema», añade. Ha usado la comida como materia de trabajo desde hace 25 años.
Brown asume que la idea de belleza siempre le ha provocado escepticismo. «Estos trabajos en particular son tan feos y repulsivos porque son una forma de sostener un espejo delante de la humanidad de este momento histórico». Llamamos feas a las cosas, cree Brown, como forma de defendernos ante lo que es, simplemente, sincero.
Este hombre de pringue rechaza los últimos giros del péndulo político, como el ascenso de Trump y de las derechas en el mundo: «Deseo capturar en mi arte mi reacción a las circunstancias sociales y políticas actuales».
Su método de trabajo tiene algo de aleatorio («trabajo por flujo de conciencia y también por premeditacón o una combinación de ambas») y de gaviota carroñera («constantemente recolecto materiales y accesorios de la basura y de las tiendas de chatarra»). Nobody también pasa horas buscando cachivaches en Craiglist.
Una vez ha recopilado la materia prima, empieza a torturarse: «Uno los accesorios a mi cara o a mi cuerpo. Grabó cómo se ven y lo desarrollo a partir de ahí. Al transformar mi cuerpo formo una relación con los accesorios, me convierto en otra cosa, en Nadie. Este es el estado en que me vuelvo más creativo y llevo las ideas al siguiente nivel. A veces, empieza a doler y sigo avanzando hasta que no puedo soportarlo más». El archivo que finalmente se publica en Instagram es la versión «más fuerte».
Ese ejercicio, el de exponer su proceso de experimentación y juego, es, en su opinión, una forma de inspirar la creatividad de otros. Y va a más, se crece: «Estoy tratando de llevar al espectador a lo profundo del sentimiento de mi trabajo; ciertamente, hay un elemento ASMR en mi trabajo».
El redactor de esta pieza, que sufre la caricia del ASMR hasta cuando ve a alguien atándose los zapatos, puede confirmar que, efectivamente, ninguno de los vídeos de David Henry Nobody despierta un mínimo cosquilleo. Aunque cada aesemerreico es un mundo.
Terminamos con un extraño revoltijo estomacal y una duda muy seria: ¿Se habrá colado Brown en Yorokobu y en otros medios igual que se colaba en las parrandas de celebrities, por puro camelo?