Cerca del Retiro de Madrid, existe un lugar misterioso que esconde un enorme tesoro: decenas de cámaras antiguas, algunas de ellas auténticas reliquias, y sus objetivos, que parecen telescopios por su tamaño y peso. En este lugar, el tiempo parece haber retrocedido hasta el siglo XIX.
Alejandro Martínez Casini, un argentino de 43 años y madrileñizado desde hace diez, cuida de su ajuar fotográfico con esmero y cariño. Es coleccionista, fotógrafo y anticuario, y ha dedicado muchos años a encontrar y adquirir en el viejo continente estos tesoros. Hoy Alejandro posee cerca de 50 cámaras de 1850 hasta 1970, y unos 300 objetivos. Algunos pueden llegar a pesar hasta seis kilos. Todos funcionan perfectamente. Él mismo se encarga de que estas cámaras de placas no sean meros objetos decorativos.
En este lugar, llamado Atelier Petzval, Alejandro, junto a colaboradores como Agustín Barrutia, imparte desde el año pasado talleres de colodión húmedo. Es un procedimiento fotográfico creado en 1851 por Gustave Le Gray, aunque hay quien lo atribuye a un tal Frederick Scott Archer. El caso es que, después del daguerrotipo, es el segundo proceso fotográfico de la historia.
El colodión es una emulsión a base nitrato de celulosa, disuelto en alcohol y éter. Se vierte sobre placas de cristal o metal, y se vuelve sensible tras un baño de sales de plata. ¿Qué quiere decir eso? Que los alumnos de estos talleres retroceden en el tiempo y experimentan el proceso fotográfico de una forma artesanal. «Los alumnos tienen la oportunidad de manejar una cámara de gran formato para hacer un retrato o un autorretrato, y luego aprenden a revelar. Hacemos mucho hincapié en la técnica», asegura Alejandro.
«Me apetecía mucho practicar algunas técnicas fotográficas antiguas», cuenta Lydia Crespo, fotógrafa y alumna del taller. «Estudié Historia del Arte y me sumergí en la historia de la fotografía, pero hasta que no entras en la práctica, realmente no asimilas ningún proceso», agrega.
Durante el curso, se explica cómo limpiar los cristales de la forma adecuado. «Una vez preparada la placa, se lleva al laboratorio para emulsionarla con colodión y, acto seguido, en un baño de nitrato de plata. Esta es la parte en la que hay que actuar más rápidamente: preparar la foto, disparar, y como un rayo, revelar con mucho cuidado. ¡De verdad, es un proceso muy delicado!», relata Lydia con entusiasmo. El objetivo es que los alumnos se lleven a su casa una foto grabada en una placa de cristal y se familiaricen con un proceso fotográfico en desuso.
El colodión húmedo debe su nombre al hecho de que la placa tiene que permanecer húmeda durante todo el procedimiento. Esto supuso que los fotógrafos del finales del siglo XIX tenían que llevar a cuestas un aparatoso laboratorio fotográfico para poder preparar la placa antes de la toma y revelarla inmediatamente. Por eso, se generalizó el uso de tiendas de campaña y carromatos reconvertidos en laboratorios para los fotógrafos que trabajaban en el exterior.
Este procedimiento permitió reducir el tiempo de exposición a unos segundos. Fue un gran avance con respecto a la daguerrotipia. Su efecto más inmediato fue la disminución de los costes. «Pero esa mejora no trajo per se una reducción de los costos. El abaratamiento se produjo porque los materiales involucrados eran sensiblemente mas económicos y porque todo el procedimiento en sí era mas ágil que el del daguerrotipo», matiza Alejandro.
http://youtu.be/JA5tcwNmfgY
Este argentino apasionados por las antigüedades reconoce que nunca ha poseído una réflex digital. Y no solo eso. «Ostento una virginidad digital; ni siquiera tengo el Photoshop en mi ordenador», afirma sonriendo. Su amor por la fotografía viene de lejos, desde la adolescencia, y a los 18 años lo convirtió en una profesión. Trabajó durante muchos años como fotógrafo profesional en publicidad, prensa y documentación de restauro patrimonial. Estudió cine en la principal escuela de Argentina, trabajó en un laboratorio de fotografía e incluso practicó la docencia.
Para ampliar sus conocimientos, en 2001 se instaló en Madrid gracias a una beca de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) para estudiar con Ángel Fuentes, un conocido conservador de fondos fotográficos. Nueve meses después, de regreso a Argentina, se encontró con un país devastado por el corralito. De repente, todos sus clientes y sus encargos habían desaparecido. «Fui a Madrid con la idea de perfeccionarme para tener mejores condiciones en mi trabajo y a la vuelta me encontré con que ni siquiera había trabajo», admite.
Optó por reciclarse como anticuario gracias a la ayuda de su amigo Luis, que tenía un puesto en el mercado de antigüedades de San Telmo, en Buenos Aires. En plena crisis económica, Alejandro ganaba bien. «Vendía a los turistas en dólares en un momento en el que la economía estaba muy devaluada», recuerda. En 2005 decidió mudarse a Madrid para expandir el rayo de acción de su empresa. Hasta hoy Alejandro vive gracias a las antigüedades. Durante muchos años, dejó de lado su pasión y profesión, la fotografía. Hasta que el año pasado tuvo la idea de fundar el Atelier Petzval.
Por cierto, el nombre no tiene nada de casual y está ligado a un personaje sin duda peculiar. Joseph Petzval fue un óptico que vivió en Viena en la época del Imperio austrohúngaro, donde creó una lente para el famoso Voigtländer. «Este objetivo revolucionó la fotografía de la época porque permitía lograr un diafragma más abierto equivalente a un f3,5, cuando lo habitual hasta aquel momento era f22. Esto significó la posibilidad de hacer retratos con más facilidad», explica Alejandro. Y quizás marcó el nacimiento de la fotografía comercial.
Petzval era un tipo poco comercial, un humanista que tuvo muchos problemas por su forma de ser y acabó siendo estafado por Voigtländer. «Es un antihéroe que se casó con su criada. Fue víctima de un marketing incipiente, que recién estaba apareciendo», afirma Alejandro. Voigtländer le robó su lugar en la historia y mucho mucho dinero. Petzval acabó asociándose con otro fabricante, pero se cansó del mundillo de la fotografía, de sus venenos y sus cotilleos, y se retiró para dedicarse a la acústica. 150 años después, este argentino ha recuperado la figura de este antihéroe con un proyecto que está a medio camino entre el coleccionismo y la docencia. «Creo que pertenezco a la última generación en la que el humanismo es una valor», señala.
En los próximo meses, el Atelier Petzval ofrecerá más talleres sobre colodión humedo y otros procesos antiguos, relacionados con la tecnología y la historia de la fotografía del siglo XIX. La información será divulgada desde su página en Facebook. Para Lydia, vale la pena participar. «Lo que más me gustó fue esta sensación final que nos invadió al acabar: la intensidad y la emoción de aprender algo que nos resultatan lejano. ‘¡Qué diferente huelen estos químicos de nuestro revelador y fijador habituales!’, decíamos durante el taller. ¡Cuánto nerviosismo pasamos por la delicadeza y la destreza que el proceso requiere! Salimos muy inspirados, transportados al más allá de la foto sobre placas de vidrio», concluye Lydia.