¿Por qué Batman y Superman son héroes reaccionarios?

Superman y Batman son hoy más reconocibles que cantantes o poetas. Si los niños eligen disfrazarse de ellos y no de Amancio Ortega o Florentino Pérez es porque proyectan una idea de poder noble, ejemplarizante. Pero ¿qué se esconde bajo esta capa de pulcritud? A continuación expondremos los claroscuros morales e ideológicos que definen a Superman y Batman, superhéroes a los que la posmodernidad les ha obligado a desprenderse de la careta.

Uno de los más importantes escritos sobre el subtexto que bucea en las tramas de superhéroes se titula El Mito de Superman y lleva la firma de Umberto Eco. El escritor italiano aborda la hipotética existencia de un ente como Superman en el mundo real, provocando la alteración necesaria de todos los aspectos de nuestra sociedad desde la organización institucional a la concepción que tenemos de las leyes físicas. No es así, los cómics del kryptoniano retratan una Metrópolis que tiene mucho de Nueva York y una civilización que tiene todo de nosotros. ¿Cómo es posible?

Eco introduce el concepto de ‘antinarrativa’ y explica que un superhéroe resulta atractivo a largo plazo en la medida que logra permanecer inmutable, él y el marco en el que se inscribe, siendo este, normalmente, un capitalismo de consumo. Advertimos que ni siquiera el advenimiento del superhombre nietzscheano puede cambiar los principios básicos del sistema. No hay alternativa, el mundo que tenemos, como lo tenemos, es el único posible.

Observa el filósofo de Alessandria un impulso reaccionario en el mito de Superman, extrapolable a la mayoría de superhéroes norteamericanos. Poco ha cambiado el Hombre de Acero a lo largo de su trayectoria vital: mantiene los mismos poderes, enemigos y relaciones que cuando nació en 1938. Tiene incluso la misma edad. Sus aventuras ofrecen una ilusión de amenaza que avanza hasta el punto de retorno desde el que siempre se vuelve al statu quo inicial. Si Batman y Superman han desarrollado empatía con el oprimido en alguna viñeta, la escena, aunque prometedora, no pasará de espejismo.

La lógica de Eco nos dice que estos héroes deben preservar la inmutabilidad del sistema para dar continuidad a su propia narrativa; que cuando no lo hacen, como en el caso de Watchmen, el relato alcanza un punto final que agota su razón de ser. Las historietas de DC Comics sobreviven por tanto aplicando la paradoja gatopardiana de que algo debe cambiar para que todo siga igual. Hollywood entendió el mensaje, no ha vacilado al imprimir en el subgénero el mencionado estilo antinarrativo.

[pullquote author=»Dan Hassler-Forest»]Las últimas cintas de Batman, Superman o los Vengadores sirven para articular las contradicciones, fantasías y ansiedades del neoliberalismo[/pullquote]

Así lo deja escrito Dan Hassler-Forest en el ensayo Capitalist Superheroes: Caped Crusaders in the Neoliberal Age (Zero Books, 2012), donde afirma que las últimas cintas de Batman, Superman o los Vengadores sirven para articular las «contradicciones, fantasías y ansiedades» del neoliberalismo. Nuestros superhéroes son hoy más reaccionarios y ejemplifican el poder que justifica la violencia capitalista imponiendo el siguiente silogismo: si ellos utilizan su fuerza para alcanzar la paz y lo hacen como una encarnación de los Estados Unidos, EEUU emplea su hegemonía en aras de la concordia.

Alien’s American Dream Action Comics publicó, en los albores de la II Guerra Mundial, la historia de un kryptoniano enviado a la Tierra por su padre para salvarle del colapso que estaba a punto de sufrir su planeta natal. Los granjeros Jonathan y Martha Kent adoptan al pequeño Clark y le dan una infancia en Smallville, pueblo ficticio de Kansas, entre campos de trigo y los valores conservadores de la Norteamérica más auténtica.

Gran mérito el de Joe Schuster y Jerry Siegel apuntalar el sueño americano inventando el primer mito de la cultura popular moderna. Kal-El, el extraterrestre con superpoderes, el joven granjero, termina emigrando a Metrópolis para cumplir su sueño de ser periodista. Si un kryptoniano puede triunfar en el país de las oportunidades, debemos pensar que la puerta sigue abierta para cualquiera de nosotros. Superman arranca su andadura contra el mal combatiendo a ladrones de cuello blanco, sin embargo, con la explosión de la guerra, deja de perseguir a banqueros y jueces para entregarse a un destino mucho más ‘glorioso’.

El 27 de febrero de 1940 la revista Look publicó una historieta titulada Cómo terminaría Supermán la guerra en la que el superhéroe acaba capturando a Hitler y a Stalin y entregándolos para que sean juzgados en la Sociedad de Naciones. Las SS, ofendidas, contratacaron con un artículo en el que tildaban a su creador de judío «intelectual y físicamente circundado», criticando además que Supermán se salte las normas de protocolo de una institución que «seguramente prohíba la participación de personas en traje de baño en sus deliberaciones». «Superman ignora esto, igual que ignora las más sencillas leyes de la física, la lógica y la vida en general», culmina el artículo.

Goebbels y sus fieles estuvieron poco persuasivos. Enfundado en un traje de licra con los colores de la bandera norteamericana, el denominado ‘Hombre del mañana’ representa los ideales de libertad, democracia y justicia que le han ayudado a convertirse en orgulloso embajador de su patria adoptiva, y lo hace desde una tibieza ideológica que solo resulta descifrable para quien parece proyectar sus fobias sobre él. Durante más de 70 años se ha impuesto la concepción de que el Hombre de Acero protege la hegemonía cultural estadounidense, siendo un instrumento de propaganda por y para las instituciones de su país.

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Esta afiliación en ocasiones llega a tener implicaciones afectivas explícitas, como el cariño que demuestra al presidente Reagan. Vemos al poderoso superhombre crecer en absoluta consonancia con los preceptos morales de la ‘primera democracia del mundo’ y nos preguntamos  ¿cuál es el mensaje? Parece claro, lo que Superman ha validado, que no lo cuestione el hombre.

Aquellos que observan en el altruismo del hijo de Jor-El un esfuerzo ulterior por garantizar el poder de quienes ocupan el despacho oval encontrarán, además, motivos para cuestionar su administración de la justicia, puesto que Supermán combate el crimen desde una alegalidad parapolicial que cuenta con la aquiescencia política.

Frank Miller fue el primero en prestar atención a la condición moral de esta actitud con Batman, The Dark Knight Returns, donde inaugura un revisionismo dramático para sus protagonistas:  los justicieros pierden el crédito social y la gente se pregunta por qué ha de confiar su seguridad a un puñado de frikis con mallas de colores. Batman y Supermán encaran la presión de diferente forma, mientras el Hombre Murciélago sigue actuando por libre, su compañero decide trabajar para el Gobierno. Así lo justifica: «Les he dado mi obediencia y mi invisibilidad. Ellos me dieron una licencia y el dejarme en paz. No, no me gusta. Pero puedo salvar vidas… y la prensa no se mete».

¿Por qué se legitima a un extraterrestre para que aplique SU justicia sobre los humanos? La cuestión da pie a reinterpretar el mito. Superman salvaguarda la autoridad de EEUU, sí, pero se renuncia a la eficacia de un Estado que cede parte de sus atribuciones. En todo caso, el alien (en inglés significa extraterrestre y también extranjero) ha terminado peleando en el cine contra enemigos que anhelan el fin del mundo. Los males que amenazan a la humanidad ya no tienen que ver con el político corrupto o negligente, ni siquiera con el delincuente común; el riesgo adquiere ahora dimensiones planetarias y solo Superman puede restablecer el orden (o impartir justicia).

De aquí se desprenden dos ideas: necesitamos que nos salven y cualquier iniciativa fuera del orden actual nos aboca al apocalipsis. De ahí al eterno retorno hay un paso. Decíamos que el personaje de Schuster y Siegel palpita en función de quién lo analiza. La derecha norteamericana se ha sentido tradicionalmente cómoda con las representaciones que se han venido haciendo de él, pero Action Comics sacó un número en 2011 que irritó a la familia republicana: Superman vuela a Teherán a manifestarse contra los ayatolás y Washington le critica por provocar un conflicto con Irán. El Hombre de Acero aparece amargado confesándole al asesor de seguridad nacional del presidente que está harto de que sus acciones se entiendan como instrumentos de la política de Estados Unidos, y decide entonces ir a la ONU para renunciar a su pasaporte. Tremendo sacrilegio.

[pullquote ]Para Batman la presencia de una insignia o una bandera no resulta ni necesaria ni suficiente para la justicia[/pullquote]

Es cierto que defiende una mayor contundencia en conflictos internacionales, similar a la que le piden los republicanos a Obama en Libia, pero el gesto de renunciar a su patria adoptiva resulta imperdonable. «¿Por qué no te mudas a Francia, cobarde?», llegó a exigirle el conservador New York Post en un editorial. Alabado sea el filántropo Bob Kane y Bill Finger que dieron vida al Hombre Murciélago con una primera historieta publicada en 1939 titulada El caso del sindicato químico. Si Superman representa al superhombre, Batman es su perfecto contrario. De niño presenció el asesinato de sus padres y desde entonces arrastra un trauma que le ha movido a embarcarse en la lucha contra el crimen. Su causa se llama venganza, el ojo por ojo como única solución a la putrefacción que corroe las entrañas de Gotham.

Tras una serie kitch y varias películas art decó, Miller baja del pedestal al Caballero Oscuro y lo sitúa en una posición de amenaza para la ciudadanía. Este reacciona enfrentándose a Superman: «Tú siempre dices que sí a quien veas con una insignia o con una bandera. Nos has vendido, Clark. Les has dado el poder que debería haber sido nuestro. Justo lo que te habían enseñado tus padres. Mis padres me enseñaron otra lección: tirados en esta calle, agitados por la brutal conmoción… muriendo por nada… me enseñaron que el mundo solo tiene sentido cuando lo obligas».

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Destilemos el pensamiento de Bruce Wayne/Batman. Como explica el profesor Aeon J. Skobl en el ensayo Los superhéroes y la filosofía (Blackie Books, 2010), para Batman la presencia de una insignia o una bandera no resulta ni necesaria ni suficiente para la justicia. «Las leyes pueden ser injustas, los políticos pueden ser corruptos y el sistema legal podría estar protegiendo a los malvados, pero nada de esto le impedirá cumplir con su misión», puntualiza. ¿Cabría entonces colgarle la etiqueta de libertario? No parece el caso. La lectura politizada que hace Nolan en su trilogía de Batman nos devuelve a un héroe comprometido con la defensa del mal menor: la oligarquía.

El director de Origen recrea un Estado violento con una visión autoritaria del mundo. Tres villanos amenazan la estructura social en sendas películas: Ra’s al Ghul representando a los extremistas extranjeros; el Joker, al anarquismo más descabellado; y Bane, al sindicalismo revolucionario. Tres bombas contra el sistema sobre las que se yergue la dualidad Wayne/Batman. El aristócrata de nuevo cuño y el señor de la guerra urbana. Así, en esta escenificación, el ciudadano ejemplar, atractivo, elegante y con rasgos neoliberales castiga al desviado que se sale de la vereda.

Al final, de nuevo, todo queda en su lugar. La referencia constante al eteno retorno nos remite a la nostalgia burguesa de un pasado que fue mejor, que por idealizado se revela como un entorno de igualdad y riqueza. Añadamos una capa más.

El filósofo Slavoj Žižek diseccionó las tres cintas de Nolan en un artículo titulado Dictatorship of the Proletariat in Gotham City, donde compara la trilogía del Caballero Oscuro con la literatura de Charles Dickens, trazando paralelismos entre las turbas enloquecidas por la Revolución Francesa que protagonizan Historia de dos ciudades y la caótica masa social que destroza su ciudad como consecuencia de un empoderamiento sobrevenido en The Dark Knight Rises.

El cineasta recurre al imponente Bane para cerrar su trilogía con algunos planteamientos político-morales interesantes. Cuando el villano cede el 99% del poder a la ciudadanía para que hagan con él lo que quieran, esta se lanza a una orgía crematoria de saqueo y violencia sumiendo a Gotham en el absoluto caos. La ciudad arde en manos de un pueblo que aspira a su autogobierno y Žižek afea la evidente metáfora: «Occupy Wall Street no fue violento, su meta no era un nuevo reinado del terror; en la medida en que, como se supone, la revuelta de Bane extrapola la tendencia inmanente del movimiento OWS, la película ridículamente tergiversa sus objetivos y estrategias». El pueblo se alza en arma contra los ricos dejando de lado cualquier atisbo de raciocinio. Sin lucha de clases se impone una voluntad de venganza fácilmente manipulable.

En el proceso asistimos a la caricaturización de un tribunal popular revolucionario habilitado para que un personaje psicótico juzgue, mediante el poder que le concede «el pueblo de Gotham», a los ricos y sus más cercanos colaboradores. Finalmente, en un tramposo viraje de guion, la ‘revolución de Bane’ quedará enterrada bajo las sórdidas intenciones de nuestro villano.

¿Qué nos está contando el célebre blockbuster? Cuando la gente logra autogobernarse no sabe cómo hacerlo, pero tampoco puede confiar en la política corrupta. El orden y la estabilización social han de recaer, según se desprende, en un filántropo con emporios. Justo a la manera del arquetípico buen capitalista de Dickens que se dedica a financiar orfanatos (Wayne), frente al codicioso neoliberal (Stryver, como en Dickens). Independientemente de las intenciones del director, la trilogía encierra dos posicionamientos políticos en virtud de la dualidad que ofrece su protagonista.

Por un lado se apoya en la figura de Wayne para premiar la iniciativa privada del buen capitalista y su capacidad de liderazgo frente a la clase política o la ciudadanía, ambas absolutamente ineptas. Por otro lado se reproduce al villano ya no como la entidad supranatural que veíamos en Superman, sino como un agente del caos que, desde fuera del sistema, pretende reventarlo. Dejamos que Batman aplique su justicia porque nos da miedo el caos, porque el orden siempre es bueno hasta que cruza la línea del fascismo y porque, una vez más, necesitamos que alguien se mate para salvarnos.

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