Junto a un río que atraviesa un bosque milenario descansa olvidada durante siglos la cabeza de un gigantesco Bender. Ante la bestia-máquina herrumbrosa e impregnada de musgo, el desconcierto del Charlton Heston ante la estatua de la Libertad se apodera de mi espíritu. Es una pieza de la colección Pop culture dystopia, del artista checo Filip Hodas.
El artista toma figuras icónicas de la cultura popular de los 80 y los 90 y las transforma en gigantescas máquinas averiadas o edificios mastodónticos abandonados. Hodas recurre a las técnicas surrealistas del agrandamiento y el cambio de entorno para sugerir un futuro quizás sin personas o en el que los supervivientes ignoren las referencias a nuestra civilización. Un futuro tras el colapso de la posmodernidad.
La ironía está presente en cada pieza.
Una consola Nintendo de 1989 es una presumible fábrica de energía que parece ser autónoma y ecológica. La vegetación es fresca y el agua azul.
Las piezas de Lego con el color perdido parecen evocar una urbanización apartada de las grandes ciudades. Las piezas infantiles agigantadas recuerdan el primitivo brutalismo ruso con su única ventana para recibir luz natural.
Las setas de Super Mario Bros parecen lanzaderas para conquistar el espacio que nunca salieron de la Tierra. Creadas para permanecer sobre el agua (la pasarela de madera así lo sugiere) permanecen aún en funcionamiento como indican las luces.
El McMenú para llevar es quizá un generador eléctrico. Metáfora de una energía sucia y rápida como la comida.
Mr. Pacman parece una nave no tripulada (¿un satélite?) que se propulsa a chorro.
Hello Kitty tras una valla que advierte del peligro de traspasarla se antoja el hogar de un misántropo.
La mayoría de los edificios y las máquinas permanecen en funcionamiento y sugieren autosuficiencia. Quién sabe si engulleron a los creadores. Que las piezas no hagan referencia a la cultura pop del siglo XXI da para una reflexión. ¿Hodas pretende un ajuste de cuentas con su pasado o no hay en este siglo una cultura icónica propia?