No se den ustedes tanta importancia. A la NSA o al Mi6 o al gobierno norteamericano o al CNI no le interesan sus aburridos correos electrónicos, aunque desvelen una infidelidad conyugal o una desmedida afición al porno por internet.
(Opinión)
Hace años nos escandalizábamos por el uso generalizado de cookies, esos rastros de código que algunas webs siembran en nuestros ordenadores con información acerca de hábitos de consumo y perfiles de usuario. Pero gracias a eso la publicidad que nos llega se asemeja bastante a la que nos gustaría recibir, y a mí eso me parece una ventaja.
Es un contrasentido exigir privacidad y llevarse las manos a la cabeza porque la NSA accede a las cuentas de Facebook o de Twitter mientras precisamente mantenemos y alimentamos esas cuentas y las llenamos de información relevante sobre nosotros. Cualquier bot (software automático) puede dibujar un perfil de nuestra conducta, delictiva o no, a partir de esa información que solo nosotros hemos colocado allí.
Resulta curioso constatar que hay una brecha entre la opinión de los nativos digitales y la de los eruditos sexagenarios, como Timothy Garton Ash. A los chavales se la sopla que alguien pueda monitorizar sus flujos de información, asumen que Facebook o Tuenti o WhatsApp tienen esa característica. El propio Zuckerberg se ha mostrado a veces sorprendido de que a alguien le pueda ofender las intromisiones. Y estos chavales son los que dentro de poco irán tomando las riendas del mundo, así que prepárense y vayan olvidándose de esa palabra tan cacareada: privacidad.
A aquellos que consideran inaceptable que alguien espíe (o más bien, pueda espiar) sus comunicaciones, les sugiero que cancelen sus cuentas en las redes sociales y que vuelvan a enviar cartas manuscritas o al menos impresas, con un sello y al buzón. El uso de determinadas tecnologías comporta un riesgo inherente que hay que asumir.
Personalmente, deseo que Merkel también pueda espiar (si es que no lo hace ya) las comunicaciones de Obama, y Obama las de Putin, y Putin las de Cameron, y Cameron las de Mario Vaquerizo, si le da la gana… Usted y yo no pintamos nada en este asunto, así que relájese, todo eso del espionaje masivo no nos afecta.
Que un tipo como Snowden haya revelado algo que a mí personalmente me parece obvio y que por ello deba exiliarse ¡a Rusia! (nación paradigma de las libertades: censura a la prensa, activistas de Greenpeace presos en Siberia, homofobia institucional, etc.) me hace tanta gracia como la petición de asilo político de Mr. Wikileaks a Ecuador. Cuando Eduard Snowden se alistó para trabajar en la NSA, de la cual cobró un generoso salario durante años, ¿qué creía que era, una compañía de seguros?
Es como si alguien ingresa en el ejército, se convierte en militar, y un buen día descubre que las armas sirven básicamente para matar gente y se horroriza. O como esos sacerdotes o guardias civiles gays que de vez en cuando ocupan la portada de alguna revista de ambiente, para quejarse de la incomprensión de los colectivos represores en los que ellos mismos decidieron ingresar.
A efectos prácticos, hay que ser muy ingenuo para pensar que si utilizamos “la nube” para guardar todo nuestro rastro digital, esa información no pueda ser alcanzada por terceros. Y si no queremos que nuestros vídeos de alcoba terminen en las manos equivocadas lo mejor es utilizar una cámara sin wifi, jamás un teléfono móvil susceptible de ser hackeado por cualquier principiante.
Ya denuncié aquí la ligereza e incoherencia con que muchos internautas se amparan en seudónimos para atacar a los demás en un artículo titulado precisamente Cobardes Anónimos. Son esos mismos los que más se escandalizan ahora en los foros del ultraje que supone que un gobierno, una agencia o un avezado particular pagado por el Mossad pueda husmear en sus insulsas comunicaciones.
En resumen, mucho ego y pocos datos.