La vida es una de las tecnologías más asombrosas de la Tierra, más que la mayoría de los gadgets que nos rodean. La eficiencia energética de nuestro cerebro es inigualable, tal y como ha descrito el neurológoco Dick Swaab en su libro Somos nuestro cerebro: «el gasto total de energía del cerebro de una persona a lo largo de una vida de unos ochenta años no supondría más que 1.200 euros, según los precios vigentes».
La fotosíntesis de las plantas ya la quisieran para sí las células fotovoltaicas de nuestros paneles solares, así como la rapidez y precisión de nuetros ojos los objetivos de las cámaras. Pero lo más sorprendente es cómo todo ello está interconectado, otorgando verdadero valor a la palabra sinergia, ese término tan prostituido en las reuniones de trabajo.
Por ejemplo, tal y como escribe Nick Lane en su libro Los diez inventos de la evolución: «Toda nuestra energía es un rayo de sol liberado del estado cautivo en el que se hallaba en los alimentos». Más allá va Lewis Thomas en Las vidas de la célula:
Vivimos porque captamos electrones en el momento en que son excitados por fotones solares y aprehendemos la energía liberada en el instante de cada salto y la almacenamos en intrincados bucles para nuestro propio uso.
Biología + Tecnología + Economía = país
La vida es tecnología punta. Si ambas se mezclan y se sazonan con un poco de visión económica, entonces nace una nueva disciplina, un nuevo enfoque sobre las cosas, llamado bioeconomía. Una fuerza tan poderosa que proporciona una cuarta parte de toda la riqueza de Estados Unidos.
El término fue acuñado por el mexicano Juan Enríquez Cabot y su socio fundador del Life Science Project, Rodrigo Martínez. Y ellos solos constituyen ese poder económico estadounidense: en términos de inversión, son el 0,2 de la economía de Estados Unidos, pero generan el 21% gracias a sus descubrimientos de nuevas especies, sobre todo algas, que son reprogramadas para fabricar distintas cosas, como lubricantes, vacunas o productos químicos.
En las algas hay tanto poder como en cualquier cachivache tecnológico procedente de una civilización extraterrestre. Por ello, junto a Craig Venter, el Steve Jobs de la biotecnología (fue capaz de secuenciar el genoma humano antes que nadie), Enríquez se embarcó en un viaje alrededor del mundo en un buque que emulaba el Beagle de Charles Darwin. Ellos no buscaban nuevas especies, sino diferentes tipos de algas que, posteriormente, analizaron genéticamente en busca de soluciones innovadoras. Porque el mundo está espolvoreado de innovaciones tecnológicas que parecen de ciencia ficción.
Bajo este prisma, el crecimiento económico de un país no depende tanto de sus recursos naturales, como tradicionalmente se ha aducido, sino de sus conocimientos. Los conocimientos suficientes como para aprovecharse de la tecnología que nos rodea, como sucedió en 1914 en Gran Bretaña, cuando un profesor de química de la Universidad de Manchester, Chaim Weizmann, aisló la bacteria Clostridium acetobutylicum, lo que permitió obtener alcohol butílico, imprescindible para producir caucho sintético. El caucho que necesitaban millones de vehículos para sus neumáticos.
El hallazgo fue tan poderoso que hasta forjó un país, tal y como explica Juan Scaliter en su libro Exploradores del futuro:
Winston Churchill reclutó a Weizmann y abrió varias destilerías microbianas en Inglaterra que permitieron fabricar cordita al ritmo necesario para enfrentarse a sus enemigos. En su libro War Memories, el primer ministro británico Lloyd George relata cómo, al finalizar la guerra, le preguntó a Weizmann qué honor le podría dar como retribución y este, judío y líder del movimiento sionista internacional, pidió un país para su pueblo. De aquel encuentro surgió la Declaración Balfour, por la cual Gran Bretaña se comprometía a establecer un Estado judío en Palestina y, así, nació Israel.
Así de importante es invertir en ciencias de la vida, y en ciencia en general.
Cultivando en California
A raíz de la Jobs Act, aprobada en 2012 por Barack Obama, ahora está permitido que pequeñas empresas recurran a inversores o particulares en su proyecto para buscar dinero. Algunas de las personas que se han enriquecido recientemente con la tecnología, como Elon Musk (el Tony Stark/Iron Man del mundo real), son los principales inversores en esta clase de empresas.
El propio Enríquez, junto a Venter, ha adquirido tierras en California para cultivarlas con algas programas para fabricar cosas. Aspiran a forjar una nueva industria bajo el paraguas de la bioeconomía. Y lo lograrán. No en vano, ya en 2010 crearon el primer microorganismo artificial creado por el ser humano (la bacteria Mycoplasma mycoides), como demiurgos biotecnológicos (o bioeconómicos). Porque como el propio Enríquez ha declarado:
Muchas de las grandes compañías de la próxima década van a ser aquellas que generen innovaciones en el código de la vida. La noticia es que la aceleración del cambio en ese ámbito es mucho más elevada que en el campo digital.
La biotecnología también puede transformar alimentos básicos en superalimentos, como sucede con el arroz dorado o un arroz modificado genéticamente que no solo podría ayudar a combatir el hambre, sino también el cambio climático. En 2013, científicos de la Universidad de Kioto crearon un ratón a partir de células madre, por primera vez en la historia. En 2013, investigadores de la Universidad de Maastricht ya anunciaban la primera hamburguesa obtenida de células madre de vacuno. Este tipo de hamburguesa supondrá un 96% menos de emisiones de gases de efecto invernadero y supondrá un 99% menos de superficie cultivada.
Incluso Venter y Musk ya planean terraformar Marte imprimiendo vida allí. Es decir, que la bioeconomía muy pronto no solo será capaz de forjar país o hacerlo más próspero. También será capaz de concebir un planeta entero.
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La Bioeconomia de los pensamientos, adecuandolos de forma correcta y positiva nos puede permitir un ahorro importante de energia en nuestro cuerpo que nos permitira vivir mas y mejor, a la vez que contribuiremos a crear un ambiente social menos egoista y egocèntrico , permitiendo crear las bases para una nueva sociedad.
En ocasiones racinalizando un poco la producción, se consiguen mejoras a muchos niveles.
Sin ir más lejos en el campo del café, la producción de café bajo sombra, es decir integrado en el bosque, ofrece ventajas tales como: disminuir los costes de producción pues se ahorran pesticidas, fungicida, etc, por que su labor lo hacen animales del bosque, el abono se obtiene del compostaje, y se disminuye la contaminación de aguas, incluso como aumenta la necesidad de mano de obra autóctona tiene beneficios indudables en las economías locales.
Además el café por estas mismas razones suele ser fantástico.
Saludos.