Cafe Racer Obsession: el maker de las motos vintage

21 de septiembre de 2013
21 de septiembre de 2013
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La satisfacción de producir objetos únicos es, por sí sola, el motor que impulsa a numerosos makers a comenzar a crear, a mejorar continuamente, a no cejar en la evolución de los procesos y conocimiento que utilizan. Hace poco más de una década, Federico Ruiz comenzaba a destripar motos como un aficionado más, ajeno a cualquier ambición que no fuera la mera utilidad de reparar algo que no funciona. Ahora, es el rostro que se oculta tras el logo de Cafe Racer Obsession, una iniciativa que se dedica a la customización de motocicletas y que mira a la cultura café racer con el respeto que provoca la devoción absoluta.

Hace horas que cayó la noche. En la gran sala flota una espesa nube de humo y los altavoces escupen el sonido de la afilada guitarra de Eddie Cochran. Ellos se encuentran a pocos metros uno del otro, cruzando sus miradas con una sonrisa medio dibujada en las comisuras de sus labios. Con un simple gesto saltan de sus respectivos taburetes y salen a la puerta del local. “¿Vamos?”, pregunta un chico con el rostro ligeramente aniñado mientras sube a su moto. “Ya tardamos”, le responde el otro mientras apura la colilla de su último cigarrillo.

Ha pasado más de medio siglo desde que la cultura café racer se convirtió en un fenómeno visible con un aura eminentemente underground. Cafés de carretera como el Ace Cafe londinense se convirtieron en hervideros de jóvenes rockers que, a lomos de potentes y ligeras motocicletas, se jugaban algo más que sus máquinas en carreras breves, peligrosas y, por supuesto, fuera de la ley.

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De ahí partió la inspiración que hizo a unos cuantos locos de las motos reunirse una vez a la semana en la ciudad de Madrid. Rendían tributo a la estética y cultura de aquella época, mostraban sus máquinas y tomaban unas cervezas. Uno de esos locos, Federico Ruiz, decidió dar un paso más. Llevaba algunos años trasteando con motores, bujías y carenados por afición y por el mero placer de hacer que una vieja moto volviese a correr, pero se dio cuenta de que podía hacer de ello su sustento económico.

Federico Ruiz es la cabeza pensante de CRO Bikes, un pequeño taller muy cerca de la Casa de Campo, en Madrid, que se dedica a personalizar motos y adaptarlas a la identidad de sus dueños. “Cuando alguien me trae su vieja moto y me hace un encargo, hablamos, le damos muchas vueltas y trato de crear una transformación que le haga feliz”, explica. Ruiz nunca renuncia a estampar su estilo en sus creaciones, que tienden a un purismo bien entendido con el ojo puesto en la agresiva estética café racer. Ahí es donde se siente más cómodo. En cualquier caso, entiende que sus trabajos son para sus clientes y que son ellos los que tiene que salir totalmente satisfechos sobre los sillines de las motos.

El maker explica que cada uno de sus trabajos ha cumplido con las expectativas del encargo. Salvo en una ocasión. “Me di cuenta de que la persona que sacó la moto del taller se iba ligeramente contrariada”, explica. “No me quedé tranquilo y, tras darle algunas vueltas, le llamé para que regresara y dejarla exactamente como él quería”.

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En el trabajo de Ruiz hay mucho de interpretación de mentes y espíritus. Cuando alguien encarga una motocicleta de estas características, lo hace para que sea única y para que, además, sea una prolongación de la propia persona. Para todo lo demás, un motero se va al concesionario.

Para conseguir trabajos así de irrepetibles, el mecánico peina periódicamente internet en busca de viejas piezas que puedan calzar en sus diseños. En ocasiones, Ruiz muta en una especie de arqueólogo en busca de un componente que ya no se fabrica. Así, reúne en su taller una infinidad de partes diferentes que esperan su turno para volver a salir a la carretera.

Federico Ruiz no es muy amigo del croquis o el boceto. Prefiere contar a su cliente lo que tiene en mente y comenzar directamente a usar sus manos, como si fuera un escultor dando forma a un milagro mecánico. “Cuando recibo la moto, la desmonto pieza a pieza, y comienzo a trabajar. A veces uso para la transformación esas piezas que conseguí en internet. En otras ocasiones tengo que comprarlas totalmente nuevas o incluso fabricar algunas yo mismo y montar la moto desde cero”, cuenta.

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Cada proyecto se convierte así en un lienzo que evoluciona con un objetivo claro, pero sujeto a muchos cambios. “Monto piezas, veo si me gusta el resultado y, si no es así, desmonto, cambio y vuelvo a observar”. Es casi una aventura a base de prueba y error que solo puede concluir con todos los miembros partícipes del proceso contentos con el resultado.

Federico Ruiz comienza su jornada temprano. Vive en la planta superior de su taller madrileño, por lo que no tarda demasiado en agarrar las llaves desde que salta de la cama. Su taller cubre sus paredes con iconografía de las marcas más míticas de la historia. Destaca en número su favorita, Ducati, pero es fácil encontrar además cartelería de carreras, fotos de estética vintage y homenajes a lugares como el ya mencionado Ace Café.

Suena, claro, la música. Y en eso, Ruiz no es tan fiel a un estilo como en lo que se refiere a su ideología motera. La cultura café racer está fuertemente vinculada al rock and roll clásico pero él no se aferra a esos senderos de guitarras, bajos y baterías. “También soy DJ y estoy muy acostumbrado a escuchar mucha música. Puedo trabajar escuchando rock, pero también me puedes pillar, según el día, escuchando a Óscar Mulero”, confiesa.

A Ruiz, como a cualquier maker que haya hecho de su pasión su ocupación y que, además, trabaje en casa, le ocurre que se encuentra, ya de madrugada, todavía trasteando con alguno de sus proyectos. “Creo, sin embargo, que es importante mantener una disciplina y separar el trabajo del tiempo libre en casa. Si no, no tendría vida”, declara.

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El madrileño suele transformar varias motocicletas a la vez. El proceso de trabajo, dada la particularidad que guarda, le obliga a ello. “De pronto te quedas parado en una de las motos porque estás esperando a que te llegue una pieza. Paso a otra hasta que puedo seguir con la primera”. Así suele juntar tres o cuatro máquinas en su taller a la vez. Además, no trabaja solo. El soldador Álvaro Abad y el artista Antonio Merinero participan en cada una de las motocicletas que Ruiz transforma.

El maker tiene muy claro cuál es su momento favorito de toda la aventura. “No es cuando se aprieta la última tuerca o se hace el último ajuste. Es, sin duda, cuando arranco el motor y lo escucho”. La sinfonía de los pistones, generando energía y quemando gasolina, es la más clara señal del triunfo de Ruiz.

El precio de las creaciones de Cafe Racer Obsession oscilan entre los 4.000 y los 10.000 euros y el tiempo que Ruiz dedica a cada una de las motos gira alrededor de los cuatro meses. Al final, por donde entra una moto vieja o convencional, acaban saliendo Wild Bisonte, Flirty Little, Mean Machine o Pop Suey, obras de arte que, en esencia, miran con añoranza y respeto a las ligeras motos que volaban por las carreteras periféricas de las grandes ciudades británicas. Lo que queda por hacer es poner un disco de Duane Eddy para que suene en maravillosa armonía con el rugir de un motor clásico.

 

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