El pasillo de casa lleva mucho más lejos de lo que jamás imaginamos. Antes era un trámite para llegar a la cocina. Hoy es el bulevar al que salir de paseo y la pista deportiva que nos salva de convertirnos en una bola de carne inerte.
La pandemia COVID-19 ha modificado hasta el sentido de caminar. Encerrados en casa, la distancia poco tiene que ver con la geografía. Es un asunto aritmético: cuántos pasos andados, cuántas plantas subidas, cuántas calorías quemadas. Algunos pasean a su aire, sin ponerse un medidor digital encima. Otros se aprietan una pulsera que monitorea el ejercicio físico y así llevan el asunto con rigor y disciplina.
«¡Ya me he hecho mis seis kilómetros diarios!»
«¡Hoy he llegado a los 10.000 pasos!»
Encerrados en casa, caminar es más necesario que nunca. Ahora que nuestros movimientos se reducen a deslizar el ratón del ordenador, estirar el brazo del mando a distancia, pelar zanahorias y pasar la escoba, caminar es nuestro gimnasio, nuestro psicólogo y nuestra pastilla contra la diabetes.
«Andar ayuda a producir ciertas proteínas en los músculos y en el cerebro. Estas moléculas (miocinas y neurotrofinas) se han estudiado mucho en los últimos años por sus efectos positivos en la salud. Hemos descubierto que actúan como una especie de fertilizante en el crecimiento de las células y la regulación del metabolismo. Estas proteínas también reducen cierto tipo de inflamación», explica el neurocientífico Shane O’Mara, en un ensayo publicado en The Washington Post.
Movernos activa nuestro sentido de la orientación. O’Mara dice que a nuestro GPS interno no le bastan los ojos para saber dónde estamos y hacia dónde podemos ir. El movimiento también nos aporta datos. Por eso, en una habitación oscura, a ciegas, tenemos una sensación espacial que nos ayuda a encontrar la puerta de salida.
«El movimiento por el mundo cambia las dinámicas del cerebro», indica el autor del libro In Praise of Walking: A New Scientific Exploration. «Experimentos recientes muestran que caminar aumenta la fuerza de las señales percibidas en partes del cerebro relacionadas con la vista y otros sentidos como el tacto. Esta es la realidad biológica de la frase “estar al acecho”. Deambular ayuda a descubrir cosas de forma mucho más rápida que solo mirando».
ANDAR (DENTRO Y FUERA DE CASA) ESTIMULA LA CREATIVIDAD
Caminar es uno de los métodos creativos más antiguos de la historia. Lo hacían los filósofos de la Escuela Peripatética en la Antigua Grecia. Lo recomendaron pensadores, científicos y artistas de todo pelaje y condición a lo largo de los siglos. Hasta hubo quien maldijo las ideas que surgen estando en una silla. «Hay que sentarse lo menos posible y no creer en ningún pensamiento que no haya surgido al aire libre y caminando», dijo Friedrich Nietzsche.
Lo común era andar por la naturaleza, como hacían Nietzsche y Thoreau, y andar por las calles de las ciudades, como hacían los flânuers. Pero quedaban lugares inexplorados: los pasillos de casa, el diámetro de las habitaciones, los recorridos de una punta a otra del hogar.
Aún no existe un nombre para este nuevo caminar dentro de casa pero habría que inventarlo. Porque es el errar propio de un tiempo en el que un virus ha cerrado las rutas planetarias y ha puesto a media humanidad de puertas adentro. Porque es el errar de una catástrofe histórica de tal calibre que ya sirve a los historiadores para trazar la línea que marca el fin de una época y el comienzo de otra.
El caminar propio de la cuarentena tiene una meta: la salud física y mental. Hay quien camina para no subirse por las paredes. O para no tirarse por la ventana. Y tan útil resulta para el pensamiento creativo como patearse los montes. A esa conclusión llegaron los investigadores Marily Oppezzo y Daniel Schwartz, de la Universidad de Stanford, en su estudio Dale a tus ideas unas piernas. Fue una sorpresa para ellos. Partían de la idea generalizada de que la inspiración está en lo desconocido, lo exótico, lo oxigenado. Pero los experimentos lo negaron: andar en una cinta de correr, en una habitación pequeña y aburrida, también despierta la creatividad.
CAMINAR ESQUIVANDO AL OTRO
Aquellos tiempos de andar por la calle despreocupado, incluso chocando con alguien, han quedado atrás. Ahora es un ejercicio de atención, de medir distancias y evitar peligros. Todo se ha vuelto un riesgo: agarrar un carro de la compra, teclear un datáfono, los pomos de las puertas, los humanos, ¡los estornudos ajenos, ni te cuento!
Andamos más despacio para evitar acercamientos. Doblamos las esquinas con cuidado para no chocarnos. El paso en línea recta se tuerce en cuanto alguien viene de frente: la regla no escrita es que uno girará hacia un lado y el otro, hacia el otro para alejarse todo lo que la acera dé de sí. Incluso giramos la cara si la calle es estrecha para que no se toquen los alientos.
Ha bajado la velocidad de andar (hasta los mismísimos tobillos) y los sentidos se agudizan (la calle es la jungla). Salir a comprar es como salir de caza. Aunque el peligro de hoy no se deja ver como un elefante ni ruge como un león. Es invisible y silencioso. Hay que armarse para una defensa a ciegas.
Tampoco tenemos una palabra para este modo de andar, cuando el peligro es como el éter, y nuestras armas son unos guantes, una mascarilla y dos metros de distancia respecto al humano más cercano.
¿A qué tipo de sociedad nos llevarán estas nuevas formas de movernos por el mundo? Las huellas que la pandemia está dejando no se olvidan en dos soplidos. Ellas marcarán los pasos que demos en el futuro y pondrá un contador distinto a la velocidad frenética que llevábamos hasta que nos paró el abismo.