Este año, Tilray, productor de cannabis medicinal canadiense, comenzó a cotizar en la segunda bolsa de valores de EEUU, la NASDAQ. Sin duda, el cannabis terminará siendo totalmente legal. Pero lo será porque la realidad económica superará los pruritos morales. Los holandeses no legalizan lo prohibido por liberales, sino para recaudar impuestos.
El cannabis ya no es solo una libertad individual: es una inversión. Se ha vuelto una commodity, como el trigo, el petróleo o los activos financieros. Es noticia habitual en The Economist, Forbes o Bloomberg Business. Su desarrollo vertiginoso le dio una patada en el culo al Gran Lebowsky y le abrió las puertas de par en par a Gordon Gekko.
Si en 1974 los fumetas que defendían la legalización leían High Times, en 2016 ya organizaban el Marijuana Investor Summit. El encuentro de inversores contaba con cubículos privados, folletos, consultores de traje y corbata. Y no era muy distinto de los encuentros del Foro Económico Mundial en Davos. Excepto por los helicópteros y jets privados.
En el mundo cannábico concurren dos fuerzas. La primera es el vuelco de los consumidores hacia un nuevo tipo de producto (como ha ocurrido con los alimentos biológicos). El segundo, la posibilidad de beneficiarse de ese cambio (como las cadenas de supermercados orgánicos que se lanzaron a explotar el nuevo mercado. El cliente siempre tiene razón.
Las grandes cerveceras también notaron el giro. Se percataron de que el 30% de sus clientes optaba por la hierba y decidieron crear bebidas con sabor a marihuana. Pero una corporación no puede comercializar un producto sin asegurarse la materia prima. Por eso Constellation Brands y otras grandes embotelladoras están invirtiendo en cantidades industriales de cannabis.
Y así empieza la rueda. Para producir cannabis a esa escala hace falta dinero. Pero productores estadounidenses como Medicine Man no pueden acceder al capital inversor. Porque aunque la industria del cannabis sea legal en el estado de Colorado, el sistema bancario se rige por la ley federal de EEUU. «Tuvimos que hacer un plan de negocio y presentárselo a mi madre», explicó uno de los hermanos Williams.
Es decir que, en la meca del comercio y las finanzas, emprendimientos como Medicine Man no pueden abrir cuentas corrientes, emitir cheques o realizar transacciones electrónicas. Deben manejarse en metálico. «Y un negocio que se maneja estrictamente en metálico no da tranquilidad», subraya Denis Arsenault CEO de Organigram Canadá. Allí la ley defiende al productor de cannabis en todo el territorio.
Por eso en EEUU han surgido lobistas como Cindy Sovine-Miller, que lucha para unificar las leyes vigentes. De modo que las empresas autorizadas del sector no queden atrapadas en un limbo legal. Sovine-Miller es miembro del Partido Republicano y defiende la religión, las armas y la familia tradicional. ¡Ah!, y el cannabis.
En cambio, en Canadá productores como Canopy Growth o The Cronos Group buscan el dominio mundial del mercado de cannabis. Tratan con bancos, atraen inversores extranjeros, exportan y hasta invierten en el exterior. Este año, el Banco de Montreal prestó 147 millones de dólares a Aurora Cannabis. «Es raro ver cannabis y dominio mundial en una misma frase», ironiza The Economist.
Como es lógico, los capitales de EEUU migran a Canadá, y el dinero con visión de futuro también. Navy Capital es un fondo de cobertura. Vela por la estabilidad financiera de sus clientes: los jubilados y sus multimillonarios fondos de pensiones. En cambio, el dinero más conservador –si es que realmente hay otro– evita invertir en cannabis por una cuestión de ética.
Pero las inversiones inmorales han existido siempre. Los fondos llamados «del pecado» meten su dinero en las industrias del juego, el tabaco, el alcohol y el armamento. No tienen buena prensa, pero son el doble de rentables. Este año, ABP, el fondo de pensiones del funcionariado holandés, decidió no invertir más en armas nucleares. Quizá pronto visiten Canadá.
Por eso, cuando Tilray, Canopy Growth y otras empresas del cannabis comenzaron a cotizar en bolsa, el mundo cambió. Cambió y a la vez no cambió. Porque los especialistas en cannabis dejaron de hablar de cogollos, THC y genética. Y de pronto empezaron a hablar de ofertas públicas de acciones, proyecciones, subcontratas y volatilidad del mercado.
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Hoy las violentas fluctuaciones del nuevo mercado aparecen en Bloomberg Business, en gráficos milimetrados. Como en su momento lo hicieron las puntocom o, recientemente, las criptomonedas. Y los camellos multimillonarios aparecen de traje y corbata hablando de especulación financiera en programas especializados.
Los optimistas dirán que el mundo del futuro será verde como el cannabis. Los realistas, responderán que verde también es el color del dólar. Unos insistirán en que verde es la esperanza. Los otros dirán que el mundo del futuro seguirá siendo gris. Éticamente gris.
Joder, con lo sencillo que era fumarse un canutito.
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