Carlos Barrabés: «No olvidemos que se pueden hacer ciudades extendidas»

16 de junio de 2020
16 de junio de 2020
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carlos barrabés

Carlos Barrabés está acostumbrado a ser pionero. En 1995, cuando internet era un lugar lento, pixelado y semidesértico, convirtió la tienda de sus padres en un referente del comercio electrónico en España. Así, un pequeño negocio de material de montaña, sito en Benasque, Huesca, se convirtió en Barrabes.com, un referente de la digitalización. 

Hablaba entonces de la importancia de las compras online, de la globalización digital y de muchos otros hitos que se han ido cumpliendo. Cuando el futuro que había previsto se convirtió en presente, no se limitó a disfrutar de él. Montó una consultora tecnológica, una firma de desarrollo web y una incubadora de start-ups

Carlos Barrabés sigue conduciendo con las luces largas, mirando qué se esconde al final del camino. Habla de un futuro que él intuye más digital y más rural. Habla de brechas de clase, de ciudades extendidas y de la necesidad de crear una etiqueta digital. 

Queremos conocer más sobre las oportunidades que nos abre este futuro incierto, así que concertamos una entrevista con él. Después de varios minutos de malentendido digital, abrimos Zoom y empezamos esta teleconversación. 

Hola, Carlos, ¿qué tal?

¡Hola! Perdona, pero es que tenía la grabación de un programa y lo estábamos haciendo por teléfono y… En fin… No sé tú, pero yo no doy para más.

¿Tienes muchas llamadas, reuniones, conversaciones?

Demasiadas. Vaya, esto es la nueva esclavitud.

¿No se suponía que con el confinamiento íbamos a relajarnos y a tener más tiempo para nosotros?

Se suponía. Yo creo que el problema es que no estamos preparados para que todo el mundo teletrabaje. Tendríamos que haber introducido algoritmos para controlar el tiempo que dedicamos a trabajar desde casa. 

Bueno, tú estás acostumbrado al teletrabajo, llevas haciéndolo desde antes de que esa palabra se pusiese de moda.

Sí, es cierto, teletrabajo habitualmente. Pero ahora se han cruzado unas barreras que no se cruzan normalmente, ha llegado a faltar el respeto. Cuando vas a un trabajo físico, eres consciente de la hora a la que entras, a la que sales, si es de día, de noche… Tienes una urbanidad diferente. El problema es que en el teletrabajo no se está dando una urbanidad digital. ¿Qué es ser educado en un entorno digital? Pues no lo sé, nadie lo sabe. Tú, en la calle, sabes por dónde ir, no te chocas con la gente y si lo haces, pides perdón; si no, eres un maleducado. Pero esas reglas de educación no se aplican en el entorno digital. 

En ello estamos, ¿no? Estos meses han servido para improvisar una etiqueta digital, ¿no crees?

Claro. Por ejemplo, la gente ahora ya sabe que en una multirreunión, si no vas a hablar, hay que apagar el micrófono. Antes nadie lo hacía y todo esto era un follón. Pero sigue siendo complicado: en una conferencia está mal visto que llegues tres minutos tarde. Pero es como «joder, es que estoy terminando otra videoconferencia y, si me voy, también quedo mal». La flexibilidad que ofrece el mundo físico no está tan clara en el mundo virtual. La diferencia en matices, en cómo dice la gente las cosas, es muy grande. Todo suena mucho más duro, más directo.

Alguna cosa buena tendrá el teletrabajo. Díme, ¿dónde estás, Carlos? 

En Madrid, me pilló aquí el estado de alarma y como mi padre es mayor, no quise volver a Benasque. Allí está mi equipo teletrabajando; podría hacerlo desde allí a la perfección, lo único que necesito es fibra óptica. La verdad es que tener fibra o no se ha convertido en algo definitivo. Los pueblos que no la tienen están en clara desventaja. La fibra se ha revelado como algo tan esencial como la carretera. Antes, cuando decías esto, la gente sonreía. Ahora se ha dado cuenta de que no es una broma.

¿Crees que esta crisis ha hecho o hará que nos replanteemos nuestra relación con el campo y la ciudad? ¿Que repensemos los espacios?

Ya lo estamos haciendo, pero eso va por momentos. Si te fijas, ahora mismo, en los anuncios, todos tienen naturaleza: hay árboles, hay espacios abiertos. Digamos que ahora hay una llamada de la naturaleza que hace tres meses no existía. Pero tenemos que analizar dos factores; el primero es si esto va a permanecer en el tiempo. El segundo, quién puede teletrabajar. 

Esta es una revolución de la clase media alta, que es la que se lo puede permitir. La nube es muy revolucionaria, pero no afecta a todos por igual. Si trabajas en la nube, vas a poder deslocalizarte como nunca antes, pero si trabajas para la nube, como un repartidor de Glovo, por ejemplo, vas a tener que estar en la puerta del McDonald’s. Esta va a ser la nueva gran brecha, quién puede vivir donde quiera, quién es un ciudadano global y quién no. Vamos hacia un mundo en el que algunos privilegiados, y espero que sean muchos, en edades un poco más medianas, van a poder vivir donde quieran. Y no digo más lejos, digo donde quieran.

¿Y dónde crees que van a querer vivir? ¿Esta experiencia con el teletrabajo y con la reclusión en nuestras casas no hará que queramos volver al pueblo?

Quizá en el corto plazo. Una cosa es este año y el que viene, que cualquiera que tenga una casa en el campo o la pueda alquilar lo va a hacer, básicamente porque la pandemia es más fácil de controlar en un entorno rural. Otra cosa es quién lo hará después. Lo hará quien pueda, es decir, quien tenga opciones y oportunidades en la nube. 

Si alguien cree que gracias a la pandemia se le va a llenar el pueblo de gente, yo le preguntaría: Y tú, ¿qué tienes que aportar?, ¿qué hay?, ¿naturaleza y silencio? Tienes que aportar valor. Cuando te vas de un pueblo no solo lo haces para ganar más dinero. Lo haces por las oportunidades, por ser anónimo, por ser más libre y conocer más gente, y eso son fuerzas humanas muy poderosas. En esta vuelta a la ruralidad tendrías que irte porque existen muchas otras cosas. Tienes que tener un compromiso diferente con el entorno, vas a intentar que tu huella ecológica sea menor, que tu vida tenga una armonía diferente, más natural; vas a acercarte a unos valores diferentes.

No sé si todo el mundo estaría dispuesto a eso. 

Claro. Por eso creo que es difícil que vuelva a ocurrir lo que ocurre ahora, que pasamos toda nuestra vida en un mismo entorno. Creo que nos vamos a enfrentar a diferentes lugares para diferentes momentos de vida, y eso hoy no está dándose. Probablemente porque la ciudad es tan cara que te ata a lo que compras, a lo que puedes pagar, y este es uno de los grandes puntos débiles. La ventaja que tiene lo semirrural es que te lo vas a poder permitir.

¿En qué consiste este concepto de semirrural? ¿Tiene algo que ver con la ciudad extendida?

Se empieza a hablar de ciudades extendidas en 1994 con el ruido del primer internet, pero ahora es más factible. En Pinyin también conocida como Cantón, China, la ciudad más grande del mundo, la gente no mide las distancias en kilómetros, la gente habla de minutos. En Los Ángeles o en Tokio, te dicen «vivo a 20 minutos». Razonablemente, un humano aguanta 90 minutos de viaje. Pero esos 90 minutos pueden ser andando, en AVE, en bici… Cambia mucho. Y también cambia si tienes que hacer ese viaje una o dos veces por semana, un par de veces al mes o todos los días. Esa variable, ese blended, marca la ciudad extendida. 

Se está potenciando el teletrabajo y el transporte es más eficiente. Parece lógico adivinar que abandonaremos el centro de las ciudades.

El centro de las ciudades va a seguir siendo interesante porque aporta cosas. Es cool. Y eso, en determinadas etapas de la vida, es muy importante: cuando uno quiere unirse a las tendencias, quiere encontrarse a sí mismo, quiere más gente, más talento…. Eso no creo que se pierda. Otra cosa es que la corona de las ciudades pierda importancia. La nueva Moraleja igual está más lejos y está mejor comunicada.

Esto puede ser interesante a nivel demográfico, pero a nivel personal, ¿qué aporta? Si surgen urbanizaciones de escuadra y cartabón, alejadas del centro, como sucedió en Madrid con Seseña, ¿qué valor puede aportar eso a una sociedad? 

El caso de Seseña tiene que ver también con la época en la que se hizo. Te diré, de todas formas, que es mucho más sostenible hacer una construcción de 10.000 casas juntas a que cada uno haga la suya donde quiera, aunque a mucha gente no le guste. A mí estos sitios no me parecen mal. Otra cosa es que yo prefiera algo con jardín, pero eso ya es otro tema. 

Sí creo que veremos cosas parecidas. Habrá que tener en cuenta el lugar donde se hacen. Hay que elegir entornos con agua, con un terreno que facilite el asentamiento para reducir el impacto. No olvidemos que se pueden hacer hiperloops, que se pueden hacer comunidades de otro tipo, que se pueden hacer ciudades extendidas. Extendidas de verdad.

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