‘La casa de las miniaturas’: la bella, las bestias y el fanatismo religioso

La casa de las miniaturas - Laúd

Ámsterdam, siglo XVII. Las familias arruinadas venden a sus hijas. Los hombres compran esposas y esclavos. Son negocios lícitos para las autoridades calvinistas, que promueven la laboriosidad mientras castigan el baile y el teatro populares, y los hombres de pan de jengibre.

Este es el mundo de Petronella, Nella, la protagonista de La casa de las miniaturas, una miniserie de la BBC basada en el bestseller homónimo de Jessie Burton. John Brownlow escribe los guiones. El español Guillem Morales (Los ojos de Julia) dirige tomando a Hitchcock como referente.

Pero el contenido, el corazón del relato, es mucho más antiguo que la novela de Daphne du Maurier versionada por el director inglés. La casa de las miniaturas bebe, a propósito o de manera subconsciente, del relato de La bella y la bestia.

Nella es Bella, la joven ingenua, vivaz, entregada a un hombre rico, Johannes Brandt, para saldar deudas. Johannes es la bestia a los ojos de los hombres; la hermana del comerciante y la servidumbre, guardianes de secretos que la gente corriente no debería conocer.

Como el relato de Bella y Bestia, La casa de las miniaturas está dividida en tres actos; cada uno se corresponde con un capítulo. La pequeña diferencia entre el cuento de hadas y la serie está en que la protagonista tarda en descubrir que vive con personas consideradas monstruos para la sociedad.

Los misterios de la casa

Tras la boda de Nella con Johannes, el marido parte en viaje de negocios y Nella llega por su cuenta a la casa del esposo en Ámsterdam. Lo que hemos visto hasta ahora es un preludio. El cuento gótico comienza como muchos, cuando la protagonista llama a la puerta.

La casa de las miniaturas - Nella llega a la casa del esposo

El plano general muestra a Nella diminuta. Es una doble referencia: al título de la serie/novela y a la condición femenina en la Ámsterdam del XVII.

La presencia de Nella no despierta entusiasmo en la casa. Nella es la luz con su sonrisa, los colores vivos de su vestido que destacan entre los marrones, los rojos apagados, los pesados dorados que resaltan la palidez de las mujeres encerradas en las casas. Incluso la luz del sol, al atravesar las ventanas, pierde la calidez; baña de azul las estancias.

La casa de las miniaturas - Nella y Marin

La servidumbre ve a Nella como una intrusa. Marin, la cuñada, es tan seca como los colores de sus ropas de austeridad calvinista. Marin nos recuerda a la figura de la señora Danvers, el ama de llaves de Rebeca. Sin embargo, Nella no pierde la sonrisa.

En este cuento no hay perdices: hay arenques. El azúcar corrompe el alma. Las fregonas salen solas a la calle; las damas, acompañadas. Hay habitaciones prohibidas. La cuñada es una beata que impone dieta estricta y oración en grupo tras la cena. Sin embargo, Nella observa esto con cierto placer. Cree que forma parte de una familia piadosa y está dispuesta a complacer a Johannes, que se muestra caballeroso, cariñoso, detallista… y esquivo.

La realización de Guillem Morales remarca con sutileza este mundo asfixiante. Cuando la cámara sale al exterior, apenas muestra el cielo. La arquitectura recrea la idea de que el mundo es artificioso y que la protagonista es otro juguete de fuerzas superiores a ella. Cuando Nella escribe cartas a su madre o trabaja en la casa de muñecas, la cámara está atrás, sobre su cogote, como un intruso.

La casa de las miniaturas - Figuras de Johannes y Marin

Es entonces cuando el marido regala a Nella la casa de las miniaturas. El marido no quiere que su esposa esté ociosa. La maqueta recrea las habitaciones de la casa. Nella encarga a un miniaturista objetos para decorar la casa. Recibe a cambio figuras de más que sugieren que la casa encierra secretos bajo la apariencia de respetabilidad y piedad. Es curioso que, al acotar el mundo en modelos, Nella se acerca a la verdad.

La casa de los monstruos

Como en el relato de La Bella y la Bestia, Nella descubre verdades incómodas, verdades que conducen al infierno, pero que acaba por aceptar. Ella se convierte, como la servidumbre, en guardiana de los secretos. Unos los irá conociendo por su cuenta; otros son sugeridos por nuevos objetos que recibe del misterioso creador de miniaturas.

La casa de las miniaturas - Nella destaca entre las almas rancias de Ámsterdam

Los verdaderos monstruos son los demás

En el tercer capítulo, como en el relato de La Bella y la Bestia, las verdades de la casa salen a la luz. Verdades que escandalizan a las severas autoridades calvinistas que, en nombre de Dios y la salud moral, castigan la disidencia con la cárcel y la diferencia con la muerte. Los enemigos muestran su cara más grosera y violenta, como Gastón, el cazador.

En este punto, la protagonista hace honor a su nombre, Petronella (hecha de piedra), lidiando con los problemas. Problemas que parecen lejanos, tanto como la Holanda del siglo XVII, pero cuya sombra rigurosa llega hasta nosotros.

Vivimos en un mundo que premia la laboriosidad (¡diez consejos para ser más productivo!); que prefiere las apariencias a las verdades; que vive con miedo a molestar a mamá, a los compañeros de trabajo, al grupo de WhatsApp; que acepta las diferencias de boquilla, sobre el papel, para unas risas; que conduce a los diferentes a la marginalidad salvo que se conviertan en una fuente de generación de ingresos.

Aquella autoridad feroz ha dejado un poso que, de cuando en cuando, asoma la garra por debajo de la puerta, arañando el suelo de la casa donde los cabritillos creen estar a salvo.

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Patrick Thomas

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