Drogas, violencia y sexo en la pintura del siglo XVII

ALVARO ORTIZ
ALVARO ORTIZ

El Museo Thyssen-Bornemisza y Astiberri han publicado un cómic titulado Dos holandeses en Nápoles con motivo de la exposición Caravaggio y los pintores del norte. La obra de Álvaro Ortiz cuenta las aventuras de Gerard van Honthorst y Dirck van Baburen, dos artistas flamencos obsesionados con la vida y la obra de Michelangelo Merisi.

Los pintores, como los músicos, también tienen fans. De hecho, hay pintores que no se diferencian mucho de ciertas estrellas del rock. Beben, se drogan, se pelean, matan gente, tienen una vida sexual activa y variada y, si hubieran podido, también habrían tirado la televisión al abrevadero por la ventana del mesón.

De hecho, los protagonistas de Dos holandeses en Nápoles se parecen mucho a dos jóvenes de hoy en día, sólo que, en lugar de ir al FIB, emprenden un viaje de varios días para ver cuadros de su artista favorito. Tras emborracharse como en Resacón en Las Vegas, se montan en una faluca para conocer el lugar en el que falleció uno de los pintores más extremos de la historia: Michelangelo Merisi, AKA Caravaggio.

«Fue un trabajo de encargo, pero me han dado toda la libertad que he querido, así que me he llevado el tebeo a mi terreno y, en el fondo, he hecho una historieta de las mías», explica Álvaro Ortiz.

Los protagonistas de Dos holandeses en Nápoles son Gerard van Honthorst y Dirck van Baburen, artistas protestantes que se encuentran en Roma pintando santos, martirios, sagradas familia y lo que surja, sin importarles que esos cuadros sirvan para transmitir las ideas de la Contrarreforma que el Papa había emprendido contra Lutero.

«En el fondo, los pintores de la época eran como nosotros, los ilustradores de ahora, que también tenemos que aceptar trabajos de las agencias de publicidad».

Admiradores de Caravaggio, los dos amigos viajan a Nápoles para ver algunos de los cuadros que el pintor había realizado en esa ciudad, a la que llegó en 1606 huyendo de Roma por unos problemillas con la justicia. Concretamente, una orden de detención por el asesinato del pintor Ranuccio Tomassoni.

En Nápoles entrarán en contacto con diversos personajes que conocieron a Caravaggio, frecuentarán las tabernas a las que iba el maestro, viajarán a Porto Ercole para buscar su tumba y se empaparán de nuevas experiencias que, posteriormente y a su regreso a Flandes, plasmarán en sus lienzos.

«El origen de esta historia es larga –explica Álvaro Ortiz–. En 2014 llegué a Roma para hacer un proyecto. Allí vi los cuadros de Caravaggio y se me ocurrió retomar un proyecto que tenía de hacer su vida en cómic. “A lo mejor este es el sitio para hacerlo”, pensé, pero cuando me puse a escribir y a dibujar, me di cuenta de que era un proyecto que me venía grande y lo dejé».

A pesar de este contratiempo, Álvaro Ortiz acabó incorporando a Caravaggio a una de las historias de su álbum Rituales.

«Este señor tenia una vida muy compleja, muy intensa, había muchas cosas que contar. Como no me veía capaz de hacer la biografía completa, a modo de guiño le dediqué un capítulo, en el que cuento un viaje que hice a Malta para ver los lugares donde también había estado exiliado».

Los originales de Rituales relativos a Caravaggio y Malta se expusieron en la Academia de España en San Pietro in Montorio en Roma y, posteriormente, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid.

«Allí los vio la gente del Thyssen. Ellos ya habían hecho un cómic relacionado con una exposición con Miguel Ángel Martín y querían repetir la experiencia. Como vieron que ya conocía la historia de Caravaggio, me lo propusieron».

En apenas un mes y medio, Álvaro Ortiz tuvo listo Dos holandeses en Nápoles, un tebeo que mantiene el pulso en todas sus páginas –«para mí, el ritmo en un tebeo lo es todo», explica–, bien documentado, y cuyo acabado gráfico, aunque sea cuatricromía, da la sensación de ser un bitono para, como señala José maría Goicoechea en el prólogo, reproducir el tenebrismo y los claroscuros de Caravaggio y sus seguidores.

«Llevo cinco años utilizando la misma paleta de colores para todos mis tebeos y en esta ocasión hice lo mismo, pero quité determinados colores. Quité verdes, azules, rosas, que es un color que suelo usar mucho en mis trabajos, y lo intenté asemejar a los cuadros de estos señores. Pero, si te soy sincero, lo del claroscuro fue un Cristo. Hice muchas viñetas reproduciendo algunos de los cuadros de la exposición porque pensé que, al tenerlos de referencia, iba a ser más sencillo. Sin embargo, no te imaginas el lío que fue resolver cómo adaptar esas sombras y esas figuras a mis colores».

El tema de elegir qué cuadros que debían aparecer en el tebeo tampoco fue tarea sencilla. Si bien Ortiz dispuso de las imágenes y los textos del catálogo para documentarse, los acontecimientos narrados en la historia hacían que ciertos cuadros no pudieran estar en un determinado momento o en un determinado lugar.

«El tebeo se desarrolla cuando los pintores de la exposición viajan a Nápoles a ver cuadros de Caravaggio, que por entonces ya está muerto. Eso quiere decir que es después de 1610. Por eso necesitaba saber qué cuadros del pintor había en Nápoles y que se pudieran ver en esa época. En el caso de Caravaggio sí lo conseguí, pero cuando tuve que reproducir por ejemplo los de José de Ribera, ahí ya desistí. Para recrear el estudio de Ribera lo resolví cogiendo trozos de cuadros que ni siquiera son de él porque hubiera sido una locura».

Como sucede con la vida de Caravaggio, sobre la que siempre ha planeado un halo de misterio y leyenda, en Dos holandeses en Nápoles Álvaro Ortiz juega también a mezclar los hechos verídicos y la ficción.

Además de recrear cuadros que pueden ser vistos en la exposición, dibuja paisajes reconocibles –«aunque no lo creas me considero un dibujante muy torpe. Me cuesta menos dibujar paisajes que personas»–, presenta personajes y situaciones documentadas pero, al mismo tiempo, deja huecos para que se cuelen en la historia detalles deliberadamente falsos y situaciones sobre las que es difícil pronunciarse.

«Evidentemente hay una parte de cachondeo. Por ejemplo, en los diálogos, porque me parecía gracioso poner a personajes con atuendos del 1600 y pico diciendo “OK” o “Joder, ya era hora”. Por otra parte, hay cosas totalmente documentadas y otras en la que queda la duda. Esto lo llevo haciendo en todos mis libros, hasta el punto de que hay lectores que me cuentan que, cuando los terminan, se meten en Google para saber qué cosas son ciertas y cuáles no».

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