Gracias, Ronald, pero Monopoly otra vez no

29 de noviembre de 2012
29 de noviembre de 2012
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Llego cansado del viaje, enciendo la tele para cambiar de pantalla y veo la última promoción de McDonald’s. Unos niños –no salen niñas– disfrazados de ricachones de los años 30 anuncian abundantes regalos con la compra de los productos y la posibilidad de volverte rico acumulando propiedades.

Me quedo frío. No me creo que el bueno de Ronald McDonald nos proponga volver a la casilla de salida, que incentive a nuestros hijos a empezar el mismo ciclo cuyas consecuencias estamos pagando ahora. Las habilidades que desarrolla el Monopoly son claras: la negociación y la gestión de recursos limitados. La estrategia la conocemos todos: gana el que consigue que los demás no tengan nada. Un juego de suma cero.

¿Es ésta la visión del mundo, del objetivo de los negocios y de las personas que necesitamos para salir de esta crisis nuestra de cada día? ¿Son éstas las capacidades que nos van a dar una ventaja para revalorizarnos, primero a nosotros mismos y luego a nuestros activos? ¿Es la imagen de la chistera y el puro la que queremos proponer a los niños?

Creo que no. Creo que no es una visión ni realista, ni útil, ni funcional, ni eficiente para el futuro que nos toca inventar. Si conseguimos evitar Mad Max, claro. Son recetas de otros tiempos: el Monopoly empieza su distribución masiva en 1935, justo después de la crisis del 29. Así era la economía entonces y ésa fue la receta durante muchos años. Así se mantenía en 1987 cuando McDonald’s lanzó por primera vez la promoción en los Estados Unidos.

Pero entonces no es ahora. Ni aqui ni allá.

El reto ya no es comprar o vender una mercancía limitada. Los retos de ahora son cómo crear valor –social y económico– de todo aquello que es abundante: toneladas de basura; miles de fábricas; mucho conocimiento y cada vez más datos en abierto; millones de jóvenes preparados y maduros curtidos; máquinas, equipos, dispositivos sin utilizar; materias primas que no llegaron a ser segundas. Suma y sigue.

Estos retos exigen, por lo menos, tanta cooperación como competencia. Yo diría que más. Porque las recetas que necesitamos desbordan el comprar y el vender: intervienen múltiples factores y agentes diversos; forman una red de complicidades y recompensas; resultan en más beneficios que el económico; devuelven en abierto.

¿Para cuando el juego de los huertos urbanos, fábricas de barrio, energías distribuidas, coches compartidos, talleres de recuperación de bicis, bibliotecas nodo de universidades virtuales, parques y hospitales?

¿Para cuándo el Commonspoly, Ronald?

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