Cómo nació la cultura visual que cambió para siempre nuestra percepción del mundo

cultura visual

Quizá sea muy osado afirmar que el conocimiento no fue completo hasta que no pudo plasmarse en imágenes. Lo que sí genera menos dudas a la hora de decirlo es que esas imágenes lo democratizaron, porque lo pusieron al alcance de todo el mundo, supiera leer o no, tuviera acceso a la cultura o no.

Así pues, la imagen ha sido fundamental para descubrir el mundo, para narrarlo, para contarlo en detalle. Ya no bastaba el texto, las palabras, había que mostrar aquello que se explicaba. Eso lo entendieron bien en la Ilustración, que inauguró un nuevo sistema de pensamiento que entendió que clasificar y analizar en detalle el mundo, de manera exhaustiva y desde un punto alejado de la religión y de otros centros de poder, nos ayudaría a conocerlo en profundidad y con verdad.

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Aquella renovada curiosidad cultural y científica que marcó el Siglo de las Luces se extendió por toda Europa, que se dejó llevar por un intenso afán de comprender y catalogar la realidad. Científicos y artistas partían en numerosas expediciones a recorrer los cinco continentes con hambre de conocimiento, y todo cuanto descubrían desde esa nueva mirada lo plasmaban en dibujos y grabados que permitían, gracias a las posibilidades de reproducción, compartirlo y difundirlo a más círculos.

Así nació la Enciclopedia de Diderot y d’Alembert, que se publicó entre 1751 y 1772, 28 volúmenes en los que se recogía el saber de su tiempo, ahora desde una perspectiva crítica y laica. Pocos temas quedaban fuera de aquella monumental obra, desde la anatomía hasta la astronomía, con textos de grandes figuras como Rousseau, Voltaire y Montesquieu, a los que ahora acompañaban aquellas imágenes que diseccionaban minuciosamente esa realidad y daban a conocer, al mismo tiempo, las innovaciones tecnológicas del momento.

Napoleón y su obsesión por dominar el mundo también desde el conocimiento

Surgía, así, el nacimiento de una cultura visual que llega también hasta nuestros días, que ha ido avanzando de la mano de la tecnología y al ritmo que los avances en este campo se iban produciendo. Siempre, eso sí, con el mismo objetivo: mostrar el mundo con los mayores niveles de detalle y exactitud, y, a ser posible, de una manera objetiva. Aunque esto último siempre ha sido más complicado de lograr, en especial cuando esas imágenes se convierten en objeto artístico.

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La arquitectura, como antes la botánica y la zoología, se consolidaba como nueva disciplina científica. Las civilizaciones antiguas se convirtieron en el nuevo centro de atención de artistas e investigadores, que estimulaban no solo la curiosidad y las ganas de aprender, sino también la imaginación del espectador. Pompeya, Herculano, España, civilizaciones prehispánicas retratadas por Humboldt y Dupaix desde una mirada científica, la maravilla que supuso redescubrir y mostrar al mundo entero Petra, como hicieron Laborde y Linant, y, por supuesto, Roma, la ciudad eterna, la protagonista de los grabados de Piranesi, que la retrató casi obsesivamente en sus Vistas de Roma (1748-1774).

Ese afán por documentarlo todo motivó a Napoleón Bonaparte, cuando decidió invadir Egipto, a incluir entre sus ejércitos a otro formado por científicos y sabios que registraran todo cuanto veían. Así nos llegaron las primeras imágenes, en forma de grabados, de aquellas ruinas faraónicas que hablaban de una brillante y colosal civilización que fascinó al mundo decimonónico. Todo aquel conocimiento, bajo el auspicio de Napoleón, pretendió ser recogido en Descripción de Egipto (1809-1823), una ambiciosa obra compuesta por 23 volúmenes que reunían todo el conocimiento del país desde la Antigüedad hasta la Edad Moderna.

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Todo cuanto aquella expedición de sabios y artistas pudieron observar en aquellas expediciones napoleónicas se trasladaba en bellas imágenes que trataban de reproducir lo más fielmente posible cuanto veían: las colosales pirámides, la esfinge semienterrada, las momias, los jeroglíficos… pero también la flora y la fauna del Nilo que sentaron las bases de la egiptología.

Y llegó la fotografía

Solo 16 años después de la publicación del último volumen (cuya labor documental tan importante fue entendida, tras la caída de Napoleón, por los Borbones, que la continuaron, ya con su sello), en 1839, nació la fotografía. Aquel invento llegó para revolucionar la representación visual y se convirtió en un paso adelante en aquella intención de retratar lo conocido con muchísima más veracidad y realismo.

«Las inmensas ventajas que se hubieran conseguido durante la expedición de Egipto por este medio de reproducción tan exacto y rápido», comentó sobre esta nueva técnica François Arago en su discurso ante la Academia de París para destacar su veracidad y utilidad científica. La revolución en la representación del mundo era ya imparable, y pronto otros fotógrafos como Talbot, Atkins y Lerebours comenzaron a explorar sus posibilidades. Del daguerrotipo se pasó al calotipo, y con él, llegó la reproducción masiva de aquellas imágenes que asombraban, un poco más, al mundo.

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Las mismas —o casi— escenas que se habían reproducido en grabados volvían a retratarse ahora en fotos, desde las mismas perspectivas, siempre con el afán originario de ser aún más certeros, más realistas, más precisos que sus antecesores, intensificando y fijando para siempre en el imaginario del espectador aquellas imágenes de una civilización que se habían convertido en iconos estereotipados.

Solo la perfección de la técnica fotográfica consiguió que los fotógrafos pudieran cambiar las miradas, los ángulos, las escenografías. Las imágenes, entonces, empezaron a jugar con la luz, con los ángulos, con los tiempos de exposición, y de documentos fieles a la realidad pasaron a coquetear con la belleza hasta convertirse en obras de arte.

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La era de la inteligencia artificial

Y desde entonces hasta hoy, seguimos basando nuestra manera de conocer y de explorar nuestra realidad en las imágenes. Nuestra cultura visual bebe de aquella Ilustración y de aquellos pioneros de la fotografía que se propusieron no solo saber más, sino mostrarlo, recopilarlo y compartirlo.

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El mismo asombro, la misma admiración que experimentaron aquellos dibujantes y pintores cuando llegó el grabado, y del grabado se pasó a la fotografía analógica, y de la analógica a la digital, sentimos ahora ante lo que la IA es capaz de conseguir. Y también los mismos miedos que tuvieron ellos ante el avance de la técnica y de la tecnología, los mismos dilemas entre sucumbir ante lo que no se entiende del todo o aprender a manejar esas nuevas herramientas y llevarlas a nuestro terreno.

Igual que el grabado amenazó al oficio de pintor, y la fotografía hizo palidecer al grabador, ahora sentimos la misma amenaza ante la inteligencia artificial. Pero es tanto y bueno lo que nos permite hacer que antes no podíamos, que más nos vale dejar de temblar y empezar a cabalgar en esa grupa.

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Así pues, hoy experimentamos una nueva revolución visual de la mano de esa inteligencia artificial, que nos impulsa un paso más allá en esa necesidad de retratar cuanto vemos, de traducir a imágenes el mundo en el que vivimos, en un bucle infinito de asombro.

Una exposición que invita a mirar atrás para ver cuánto hemos avanzado

Ese viaje por la historia desde el siglo XVIII hasta nuestros días es el que se muestra en la exposición El sueño de la razón. Del Siglo de las Luces a la inteligencia artificial, que puede verse hasta el próximo mes de abril en Espacio Fundación Telefónica.

Desarrollada en colaboración con el Museo Universidad de Navarra y comisariada por Valentín Vallhonrat e Ignacio Miguéliz, reúne cerca de 300 obras, procedentes en su mayoría de la colección del museo y de la colección Fernández Holmann.

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Grabados de los siglos XVIII y XIX dialogan con aquellas primeras fotografías y unas pocas instalaciones contemporáneas, algunas de ellas creadas con inteligencia artificial, de Anna Ridler, Quayola, Beauty of Science y ScanLAB Projects.

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Esas piezas nos muestran una nueva forma de ver y conocer la realidad en la que vivimos a través del big data, láseres LiDAR e IA generativa. Como sus precursoras, siguen demostrando la capacidad del arte y de la tecnología para crear nuevas formas de representar, observar y comprender el mundo. Una invitación, en definitiva, a reflexionar sobre qué significa ver y creer en lo que vemos.

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Patrick Thomas

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