Entre la ciudad y la nada hay un espacio llamado campo adentro. En ese lugar han vivido todas las civilizaciones de la historia y se ha ido modelando una cultura campesina despreciada hoy por la “burbuja tecnofílica” que vivimos. El artista y agroecólogo Fernando García-Dory llama así a esa fascinación que ha hecho del campo un lugar de segunda y ha elevado a la ciudad al sitial de los escogidos.
La mayor parte del suelo de este país sigue siendo rural. Pero pocos se paran a cuestionarse qué tipo de campo quieren para el futuro. Viven de espaldas a él, como si no existiera, como si de allí no vinieran los alimentos de su mesa ni allí fueran parte de sus impuestos.Para el artista, el campo de hoy parte de un “conficto callado”, una “situación postraumática del suelo”. Por un lado, el desarrollismo del ladrillo ha provocado grandes heridas. Por otro, el campo español ha vivido un cambio drástico en las últimas décadas. “Las personas que hoy tienen 70 y 80 años vieron un campo similar al de la época medieval. Las primeras máquinas de tracción animal llegaron a principios del siglo pasado”, comenta García-Dory.
En las últimas décadas del XX el campo empieza a despoblarse. La ciudad acaba acomplejando al pueblo y “desde los años 60 se produce un desconocimiento y alienación del pasado rural”, continúa. “Hemos abandonado el campo y se ha generado un extrañamiento. Tanto que, si en algún mensaje aparece una vaca, la gente se ríe. Lo ven como algo cómico”.
“¿Qué medio rural queremos para el futuro?”, se preguntó García-Dory hace unos años. “¿Qué relaciones existen entre el campo y la ciudad?”. El agroecólogo tomó estas dos preguntas. Quería que varios artistas las pasasen por el tamiz de sus pensamientos y las convirtieran en proyectos destinados a reflexionar sobre el campo del futuro.
Un campo que nada tiene que ver con el “pueblo bucólico”, matiza el artista. “En España hay un campo que es un agrosistema que obedece a la intervención del hombre.
Queremos plantearnos el manejo de ese territorio productivo desde el arte. Intentamos generar un discurso de lo rural contemporáneo. Pagamos muchos impuestos para financiar el campo común europeo pero no nos interesamos en absoluto por él. Queremos que sea un espacio cultural común. Que no sea la ciudad o la nada”.
Ese proyecto comenzó hace un año y terminará dentro de dos. Se llama Campo Adentro y es una iniciativa “sobre geopolítica, cultura, territorios e identidad en las relaciones campo y ciudad en la España actual”. O también, “un proyecto de escultura social para definir el campo del presente y el futuro”.
“Estamos tratando la cuestión rural desde el arte. No es un proyecto para hacer del campo un refugio de la ciudad, el lugar donde reside esa arcadia perdida…”, explica García-Dory. “Este proyecto no quiere dar una visión idealizada del campo. No pretendemos convertirlo en un espacio para turismo de ocio y aventura, ni que suponga una vuelta al campo”.
El experto en sociología rural armó una red de colaboración en la que unió al Ministerio de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino, el Ministerio de Cultura, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, la Filmoteca Nacional, el Intermediae-Matadero Madrid, La Casa Encendida, la Fundación Botín, el Medialab-Prado, cinco universidades españolas y las organizaciones que forman la ‘Plataforma Rural’ para desarrollar Campo Adentro.
Convocó a artistas de varias especialidades (música, dibujo, vídeo, fotografía…) a un programa de residencias para la producción artística en el medio rural. Reunió 200 propuestas. Seleccionaron 14. Los artistas escogidos se desplazaron, durante unas semanas de la pasada primavera, al lugar donde iban a desarrollar sus proyectos porque, además de la localización, la convivencia con las personas de la zona se presentaba como requisito indispensable.
“En abril hicimos un encuentro con todos los artistas para que recibieran una formación sobre el campo. Los artistas debían conocer el medio al que iban y, una vez allí, trabajar de manera conjunta con la gente del pueblo. Al final, hemos descubierto que en las zonas rurales hay una gran capacidad de enganchar el arte contemporáneo”, especifica García-Dory.
El pasado septiembre se presentó en Medialab una primera muestra de estos proyectos. En diciembre estas historias continúan en La Casa Encendida de Madrid.
El arte quiere esculpir el campo
Antonio Ballester Moreno fue a Vallehermoso (La Gomera) para explorar los materiales de la artesanía local (hoja de palma, por ejemplo) en su pintura.
Espada y Monleón viajaron a Valle del Nansa (Cantabria) para explorar la presentación de los productos de la ganadería local como parte de un paisaje comestible, parte de sus manifestaciones culturales y el menú de la región.
Paco Incián Cervera fue hasta Valladares (Pontevedra) para hacer una cartografía emocional del vecindario y el lugar.
Aviv Kruglanski y Vahida Ramujkic llegaron hasta Villarrubia (Córdoba) para realizar experimentos conducidos con procesos de fermentación alimenticia como metáfora de los cambios en el modelo social y económico. Todas las ideas, invenciones o impresiones fueron registradas mediante la técnica del bordado documental.
Lucía Loren & Juanma Valentín se adentraron en Puebla de la Sierra (Madrid) para hacer un retrato audiovisual de un colectivo de jóvenes que han visto en el campo el destino de la utopía. Es allí donde pretenden rescatar la cultura campesina y buscar alternativas a los sistemas homogéneos actuales.
El colectivo Nophoto se desplazó a Garciaz (Cáceres) para recoger en vídeos, fotos, documentos escritos y sonoros el nacimiento de una memoria colectiva en un poblamiento de nueva planta.
Térence Pique se fijó en El Ejido (Almería). Allí hizo una reflexión sobre la política agrícola especulativa del Campo de Dalías y sus invernaderos. Mediante una serie de fotografías de intersecciones, y con la colaboración de los agricultores, creó un nuevo concepto para transformar su espacio de producción hortícola en instalación y museo.
Pablo Sanz estuvo en Sant Bartolomeu del Grau (Barcelona) para descubrir los sonidos ocultos de ese lugar. Qué es ruido, qué no, qué historias cuentan los sonidos de un lugar, cómo cambia el paisaje sonoro de un espacio con el paso del tiempo.
Jualian Weber y Rodrigo Frenk fueron a Farrera (Lérida) y convencieron a los 25 vecinos de la localidad para que, juntos, caminaran los 250 kilómetros que los separan de Barcelona. Por el camino tomaron fotos o paisajes-retratos que se convirtieron en postales turísticas.
Patricia Esquivias está desarrollando su proyecto en Calera y Chozas (Toledo) y Susana Velasco, en Almonaster la Real (Huelva). Las conclusiones de las dos artistas se presentarán a finales de 2011.
Este artículo se publicó en la revista Yorokobu de noviembre de 2011.