¿Compartes piso? Entonces sabrás qué es un Compañero de Piso de Mierda

En el año 2012 surgió en Italia Coinquilino di merda, un blog y página de Facebook en la que los usuarios hablaban de sus experiencias de compartir piso.

En la actualidad, la página aglutina a más de medio millón de seguidores, muchos de los cuales han colaborado en la creación de las más de 40.000 entradas publicadas contando anécdotas y aportando imágenes.

Cuatro años después de la puesta en marcha de esa iniciativa, todo ese saber ha sido volcado en un libro que acaba de ser publicado en nuestro país por la editorial Errata Naturae.

El compañero de piso de mierda es, como su subtítulo indica, una Guía de supervivencia para compartir casa. De hecho, parece imposible imaginar cómo durante generaciones y generaciones la gente se ha lanzado a compartir piso sin contar con un manual como este.

En él, además de describirse esos Compañeros de Piso de Mierda (CDM según el nombre original italiano) con los que inevitablemente uno va a toparse al compartir casa, se enuncian por primera vez en la historia las Tres leyes del Compañero de Mierda, a saber:

PRIMERA LEY: Hay un compañero de mierda en cada casa compartida.
SEGUNDA LEY: El compañero de mierda lleva a hacer cosas de Compañero de Mierda.
TERCERA LEY: Si no tienes un Compañero de Mierda en casa, es que eres tú.

Por sus páginas desfilan fauna tan variopinta como el Porrero, el Yonkarra, el Borrachuzo, la Tiquismiquis, la Guarrilla, el Viejoven, el Pipiolo o el Erasmus y, para que no haya suspicacias, se aclara que el sexo no es un hecho diferencial. Es decir, que esos especímenes se dan independientemente del género: hay Compañeras de Mierda Guarrillas, pero también hay Compañeros de Mierda Guarrillos.

Por supuesto, no faltan las descripciones de cómo esos personajes se comportan en cosas tan básicas para la convivencia como los turnos de limpieza, la comida, el respeto de la propiedad ajena, el pago de los gastos comunes, el uso del cuarto de baño o la relación con los vecinos.

El libro incluye también algunos testimonios como estos:

«El CDM Borrachuzo vuelve a casa con una chica de dudosa moralidad y la convence para mantener relaciones sexuales a cambio de un portátil: el mío».

«Volviendo de una noche en la discoteca, mi CDM Borrachuzo elige un cazo de la cocina para su pota inminente. Al día siguiente, otro chico de la casa decide encender la cocina para calentar el agua para el té. Aún medio dormido, enciende el fuego que no es. Y sí, en esa casa había conocido olores y olores… pero el del vómito hirviendo no tiene parangón».

«Organizo una cena con mis compañeros de trabajo, que se quedan a pasar la noche. A las cinco y media de la madrugada, la CDM Guarrilla decide follarse a mi jefe. En mi habitación. Conmigo en la cama de al lado».

«Mi CDM Viejoven manda mensajes solo a las chicas, por principio. Le envié un mensaje, me ignoró y le respondió a mi novia».

«Después de la ducha mi CDM Viejoven se seca el cuerpo con papel higiénico».

Hay decenas. A cada cual más espeluznante. Especialmente los que se refieren al cuarto de baño en general y el papel higiénico en particular. Dos de las cosas que más conflictos generan en un piso compartido.

Están aquellos compañeros de otras culturas, como unos indios que se citan en el libro que, para no aportar dinero para dicho gasto, argumentaban que «actually we don’t use it». También están aquellos otros que acaban con el último rollo y no avisan, o los que lo compran a título individual y trazan con un rotulador una línea horizontal en el papel para que no pueda hacer uso del mismo quien él o ella no quiera.

También se recogen útiles consejos para evitar los trucos y malas artes que el CDM de turno utiliza para salirse con la suya. Por ejemplo, si un CDM sugiere en un momento dado que su novio o su novia debe pasar unos días en la casa porque está buscando trabajo, está haciendo unas gestiones o se ha peleado con sus padres, la respuesta debe ser siempre no. De no ser así, habrá un nuevo compañero de casa que, por su peculiar situación, ni pagará facturas ni se sentirá obligado a colaborar en las tareas domésticas.

Para el que no ha vivido en un piso compartido, todo esto puede parecerle algo increíble incluso después de haber leído El compañero de piso de mierda. En ese caso, relean el punto 3 de las Tres leyes antes expuestas.

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