Ya lo dijo Woody Allen al ser interrogado acerca de la muerte: “¡Estoy totalmente en contra!”, pero cuando alguien palma, quedan muchos detalles por borrar o por mantener, como el letrero del buzón. No es divertido reemplazarlo por otro en el que se ha suprimido el nombre del finado. Uno se siente como en el velatorio de un suicida: culpable.
Los deseos póstumos de la gente a menudo son una carga para los vivos que quedan. ¿Qué estaría usted dispuesto a hacer por un cadáver amado?
Cuando alguien fallece su teléfono móvil sigue apareciendo en nuestros listados, y por alguna razón supersticiosa nos resistimos a pulsar “Delete”, como si fuera una última traición que no queremos perpetrar, aunque nadie nos vea.
El sesudo ensayo de Dan Buzzo explora todos los aspectos legales de la vida digital después de morir. Habla de Flicker, Facebook, Pinterest, Twitter y todo lo demás. Y lo curioso es que se publicó en el Simposio de Arte Electrónico de 2011. ¿Arte? Bueno, pues sí, el arte de morir y seguir dando la brasa desde el otro lado (si lo hubiera).
Si la persona que ha atravesado la laguna Estigia se tomó la molestia de informar a los que nos quedamos en la otra orilla de cuáles eran sus deseos, el acto de satisfacerlos puede convertirse en una pesada carga, añadida a la de permanecer en este mundo mientras otros se van de excursión sin billete de vuelta a lugares tan ignotos y sugerentes como el Hades.
Veamos tres ejemplos:
“Quiero que mi cuerpo sea incinerado en el Mar del Norte a bordo de un barco vikingo en llamas, junto a un gran perro labrador, al caer el sol”.
Este capricho puede costar un dineral, por lo que lo más probable es que las cenizas terminen en un columbario municipal, que sale más barato. Personalmente ambientaría el momento con Wagner. El funeral de Sigfrido de El ocaso de los dioses puede ser perfecto. De todos modos, si quieren, pueden pedir presupuesto a medida aquí.
“Quiero ser cocinado por un reputado chef que tenga al menos dos estrellas Michelin, y que al banquete de mi cuerpo asado asistan todos mis seres queridos, incluidos los vegetarianos”.
Esta página ofrece información antropológica sobre el asunto y esta otra sobre las recetas de albóndigas hechas con carne humana. Por ideas, que no falten.
“Quiero que tres modelos profanen sexualmente mi cadáver, en un último acto de amor y necrofilia”.
En fin, les recomiendo la obra maestra Nekromantik (Jörg Buttgereit, 1987) . La copia original de la película fue destruida por orden de un tribunal alemán, pero por fortuna ha sobrevivido en el circuito de vídeo. Tuve ocasión de tomarme una cerveza hace años con su director en el festival de Sitges, y es un tipo con gafitas que parece contable o notario.
Durante siglos los empleados masculinos de morgues de todo el mundo han soportado la sospecha de que, a veces, si el cadáver es apetecible, se permiten algunas licencias con esas mujeres que permanecen deseables más allá de su óbito. En una esfera menos conflictiva podemos encontrar mucha información sobre la muerte digital y sus consecuencias legales en Digital Day.
Y en el blog de Zefrank se recogen experiencias de gente que ha lidiado con la muerte de los demás en medios digitales. Hay un testimonio de una mujer que se enviaba a sí misma mensajes desde el correo de su madre fallecida para tener la ilusión de que seguía viva… En fin, todos somos un poco Norman Bates.
Cuando yo falte, les ruego que sigan leyendo Yorokobu los lunes. Y para quienes de verdad me aprecian… lo del funeral vikingo, el banquete caníbal y las chicas tampoco estaría mal…
¡Pero no por ese orden!
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Foto: Dominio Público, colección privada de Wolfgang Sauber.