Palabras con mucho cuento: «Cotilla»

Si la historia de hoy fuera bíblica comenzaría diciendo: «En el principio fue cautus», que no el verbo, para empezar a explicar cómo nació la palabra castellana que define a la «persona amiga de chismes y cuentos».
«Cautus», que significaba «terreno defendido, limitado», tuvo varios hijos a lo largo de su matrimonio con el Tiempo. El mayor de ellos, «coto», pronto empezó a trabajar poniendo nombre a esos pequeños (o no tanto) terrenos limitados que son los cotos de caza o de pesca, y la cosa de poner fronteras se le dio tan bien que igualmente le llamaban para impedir abusos, desafueros, desmanes y vicios. O lo que es lo mismo, le pedían poner coto.
De «coto» nació «cotarro». Como su padre, también él quiso dedicarse a delimitar espacios y abusos, pero como el trabajo escaseaba y de eso ya se encargaba su progenitor, prefirió definir recintos «en que se daba albergue por la noche a pobres y vagabundos que no tenían posada». No tardaron aquellos lugares en cargarse de negatividad y servir de reunión a personas «en estado de inquietud o agitación» tales que se acababa hablando de lo humano más que de lo divino. Y de lo peorcito de lo humano, claro está.
Cotarro se apartó del buen camino y fruto de uno de sus muchos affaires nació una hija a la que llamó «cotarrera». La muchacha se encarnó en el cuerpo y alma de una mujer que iba de cotarro en cotarro dándole sin parar a la sin hueso. Como muchos no acertaban a decir su nombre, se lo cambiaron por «cotorrera» y ella, consciente de su mala fama, pidió un milagro al dios de las palabras para que la transformara en algo más bello y elevado. «Conviérteme en ave», suplicaba. Y el dios de las palabras, que era un cachondo, consciente de que esa naturaleza habladora de cotorrera no podría cambiar nunca, le concedió el deseo convirtiéndola en «cotorra».
Cautus tuvo una hija más: «cota», que optó por la línea paterna de defensa y dedicó su vida a proteger el cuerpo humano en forma de prenda hecha de distintos materiales (cuero o metal). Cuando le llegó el momento de ser madre, quiso llamar a su hija como a ella misma, pero para distinguir a la progenitora de la descendiente, a la más joven la llamaron «cotilla». La joven tomó el oficio de su madre, pero prefirió especializarse en prendas femeninas, así que optó por definir a esos corsés o corpiños que llevaban las mujeres sobre el blusón y que servían para definir su cintura.
Cuando supo de la existencia de sus primos, cotilla quiso ir a conocerlos. De esta manera llegó a casa de cotarro, quien la recibió con los brazos abiertos y unas cuantas historias ajenas que encandilaron los oídos de la joven cotilla. La casa de cotarro y su grupo de amigos charlatanes gustó tanto a la muchacha que decidió convertirse en una más y quedarse a vivir allí para siempre, tomando el oficio de chismosa y alcahueta.
Después surgieron algunas leyendas en torno a su figura. Una de ellas afirma que muchos, muchísimos años después, una mujer llamada María de la Trinidad, radical y extremista defensora del absolutismo en tiempos del rey Fernando VII, se dedicaba a ir malmetiendo y delatando a todo aquel que considerara liberal. Se la conocía por el mote de Tía Cotilla, unos dicen que por el corsé que siempre usaba y otros porque formaba parte de su apellido. El caso es que esta buena señora, junto a su banda de matones, iba repartiendo estopa por todo Madrid a todo aquel al que consideraba contrario a sus ideas, por lo que tuvo varias condenas, galeras incluidas. Pero cuando asesinó con saña al tambor del Cuerpo de Urbanos, Francisco Rancera, la Justicia decidió que aquel iba a ser su último crimen. María de la Trinidad fue ajusticiada en el cadalso y las crónicas hablaron de ella como «la mujer más inmoral, infame que había visto el sol».
¿Nació «cotilla» de la actitud delatora de esa mujer? No parece ser cierto, sino que más bien fue la brutal Tía Cotilla la que adoptó ese apelativo por su tendencia a murmurar, delatar y malmeter. Pero la historia está ahí y como me la contaron, te la cuento.
 

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Patrick Thomas

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