De la obra A puerta cerrada que Jean-Paul Sartre estrenó en 1944 quedó una frase punzante que aún resuena hoy: «El infierno son los otros». Así puede ocurrir cuando alguien necesita concentrarse a solas, a la desesperada, encerrado en sus pensamientos. Los otros se convierten entonces en vampiros que chupan los minutos, extirpan la atención, muerden los estados de lucidez.
A muchos escritores, científicos y pensadores no les quedó otra que poner una puerta cerrada entre ellos y los demás. Eso o tirar sus proyectos frustrados por la ventana.
GUSTAVE FLAUBERT (1821-1880)
El novelista francés tenía poca paciencia con las visitas que pretendían pasar la tarde hablando de temas banales como el frío, el calor o reflexiones como: «parece que ya asoma el invierno». En cuanto la conversación se volvía banal, Flaubert echaba a los invitados de su casa.
ÁNGELA RUIZ ROBLES (1895-1975)
En 1958, Carmen Payá, del diario Pueblo, entrevistó a doña Angelita, la maestra que inventó una enciclopedia mecánica y se anticipó a las tabletas digitales en plena posguerra española.
—¿Una buena inventora puede ser al mismo tiempo una buena ama de casa? –preguntó la periodista.
—Sí, sí. Pero es necesario que los sirvientes u otras personas no obliguen a conversaciones amplias de cosas de tipo corriente. El silencio es imprescindible, pues facilita la gestación de esas ideas que luego favorecen el progreso del mundo.
JULIO VERNE (1828-1905)
Al escritor no le gustaban las visitas. Tampoco acudía a fiestas ni eventos sociales. Le parecían una pérdida de tiempo. Julio Verne se encerraba a trabajar en su dormitorio, en la planta de arriba, y echaba la llave por dentro para que nadie pudiera abrir la puerta. Esa era la respuesta del francés a su esposa cada vez que le pedía que bajara a tomar el té con los invitados, cuenta Miguel Salabert, en Verne, ese desconocido.
ERNEST HEMINGWAY (1899-1961)
El escritor colgó un cartel en la puerta de su casa que decía: «No se admiten visitas sin cita previa». Un día de 1958 apareció un periodista de Esquire sin avisar y el escritor le reprochó: «Has venido a mi casa sin permiso. Eso no está bien».
Hemingway hablaba a menudo de la necesidad de encerrarse en sí mismo para trabajar. De aislarse del mundo aunque estuviera escribiendo rodeado de desconocidos en un café, un hotel o un bar. «Escribir en su más alto nivel conlleva una vida solitaria», escribió cuando recibió el Nobel de Literatura, en 1954. «Las organizaciones para escritores palían la soledad del autor, pero dudo que mejoren su escritura. Su relevancia pública crece a medida que se despoja de su soledad, pero a menudo perjudica su trabajo».
H. D. THOREAU (1817-1862)
El filósofo decidió retirarse del ajetreo de la ciudad durante dos años. Vivió en una cabaña, solo, apartado de otras personas, y se dedicó a reflexionar, a pasear, a escribir. Pensaba que «la naturaleza aumenta la capacidad de concentración y de reflexión».
A J.D. Salinger también le gustaba vivir aislado, en una granja, al borde de un acantilado remoto. Allí, en Cornish (New Hampshire, EEUU), rumoreaban que tenía una pistola. Una mujer del pueblo llamada Ethel contó a un profesor que el autor de El guardián entre el centeno «estaba siempre en su estudio, escribiendo. Y si estaba allí, escribiendo, nadie podía llamarlo. Daba igual que hubiera un interconector entre su casa y su estudio. A no ser que se produjera una emergencia, nadie le podía interrumpir».
Decían que un día, unos estudiantes fueron a visitarlo por sorpresa y salió a echarlos con una pistola. Lo publicó la revista Oui Magazine en 1979. «¡Dios! Es penoso cuando algunos estudiantes vienen para intentar verlo», relató un vecino de Salinger. «Él solo quiere que lo dejen a solas. Una vez vino un grupo desde Boston. Eran 15 chavales que querían conocerlo y entrevistarlo. Esa fue la primera vez que apareció la pistola. ¡Habían invadido su privacidad y los chicos insistían en hablar con él! Ahora tiene a los perros y otras cosas para protegerse ante este tipo de visitas».
STEPHEN KING (1949)
Su ritual para escribir es similar al de dormir. Todos los días, a la misma hora, se aísla en una habitación y no deja que nadie entre. Apaga el móvil y pone rock duro como barrera entre su concentración y los ruidos mundanos. «Es otra manera de cerrar la puerta. La música me rodea, me aísla del mundo», explica en su libro Mientras escribo.
El amo del suspense aconseja que la sala de escritura tenga tanta intimidad como el dormitorio. El horario de trabajo ha de ser fijo para crear una costumbre. «Escribir y dormir se parecen en que aprendemos a estar físicamente quietos a la vez que animamos al cerebro a desconectar del pensamiento racional, diurno, rutinario».
«¿Verdad que al escribir quieres tener el mundo bien lejos?», plantea. «Claro que sí. Cuando escribes, estás creando tu propio mundo».
ROY PETER CLARK (1948)
Las mejores decisiones de tu vida a veces las toman otros por ti. Eso le ocurrió a este editor y profesor de escritura. Un día, su secretaria lo vio harto, frito, abrumado por las interrupciones. No dijo una palabra; cerró la puerta de su despacho y colgó un aviso: «Prohibido el paso». Lo cuenta Roy Peter Clark en su libro Writing Tools.
El novelista estadounidense John Cheever se hundía hasta el sótano de su edificio. Allí bajaba para apartarse del paso de los humanos y poder escribir. Leonardo y Miguel Angel eran personas solitarias, ensimismadas en su trabajo. Incluso un personaje de ficción, Sherlock Holmes, pedía que le dejaran tiempo a solas para concentrarse. En El perro de los Baskerville, el detective «regresó a su sitio con esa tranquila mirada de satisfacción interior que significa que tenía una tarea agradable por delante», y preguntó a su ayudante:
—¿Se marcha, Watson?
—A no ser que pueda serle de ayuda.
—No, mi querido amigo, es en el momento de la acción cuando busco su ayuda. (…) No me importaría si usted considerara conveniente no volver antes del anochecer. Para entonces sí me gustaría cambiar impresiones sobre este problema tan interesante que se nos ha presentado esta mañana.
Watson pasó el día en un club y, al anochecer, volvió en busca de Holmes. Al salir de la habitación, el ayudante pensaba para sí: «Sabía que la soledad y el retiro eran muy necesarios para mi amigo en esas horas de intensa concentración mental durante la cual sopesaba cada partícula de evidencia, construía teorías alternativas, equilibraba una con otra y decidía cuáles eran los puntos esenciales y cuáles los que carecían de importancia».
De ese retiro necesario para realizar un trabajo creativo hablaba también la bióloga Rachel Carson (1907-1964) en una carta que escribió a una joven y que se publicó ocho años después de su muerte en un libro que reunía gran parte de su correspondencia, The House of Life: Rachel Carson at Work. «Tú eres lo suficientemente sabia para entender que estar “un poco sola” no es algo malo. La ocupación de escritor es una de las más solitarias del mundo, incluso si el aislamiento es solo interior. Por eso debería estar a solas si quiere ser realmente creativo. Creo que solo la persona que conoce y no teme la soledad debería aspirar a ser escritor. Aunque también hay recompensas muy satisfactorias».
Para Susan Sontag no hay soledad suficiente. En un texto de sus diarios, recogido en la obra As Consciousness Is Harnessed to Flesh: Journals and Notebooks, 1964-1980, expresa: «uno nunca puede estar lo suficientemente solo para escribir». Otra Susan, la autora de Quiet: The Power of Introverts in a World That Can’t Stop Talking, Susan Cain, lanza además una advertencia: «Detengan la locura del trabajo constante en equipo. Vayan al desierto para tener sus propias revelaciones».
Muy revelador. La necesidad de soledad para crear tienen mucho que ver, actualmente, con el arte de decir «no». Sin brusquedad, (nos ahorramos la pistola), sin sentirnos incómodos, simplemente decir un amable «no» al teléfono, al correo electrónico, al whatsapp, facebook, twitter, instagram… ellos son nuestros interruptores (de interrumpir pero también de apagar nuestra concentración y nuestra capacidad de crear algo bueno, profundo, meditado, documentado…). ¡Bendito e indispensable aislamiento! Y tan difícil de conseguir ante la tentación del ruido social…
Cuantas escritoras y escritores encerradas a cal y canto concentradas en crear y reescribir artículos y libros inmortales. Interrumpir es un crimen.
Sallinger murió hace ya un par de años.
Ciertamente no siempre trabajar en equipo genera las mejores ideas, de vez en cuando los creativos necesitan aislarse individualmente para que las mejores ideas fluyan solas, excelente artículo!
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