Que buena la descripción que el concertista de piano Glenn Gould hace de sí mismo como alguien que nace cada día, como alguien que cada mañana se pone una nueva cabeza… Hoy estuve pensando en todos esos genios, en todos esos genios que nos han cambiado realmente la vida, pero que también hicieron de su propia vida una aventura.
Y luego pensé:
Para ser Beckett, que descubrió realmente a los 40 años de edad que es lo que quería hacer y realmente lo hizo, hay que llegar a los 40 años de edad en un estado físico aceptable.
Si se quiere ganar el Nobel a los 60 y disfrutar de ese premio Nobel durante unos 20 años, el estado físico a los 40 debe ser realmente fantástico.
Para ganar el Nobel a los 60 años, y en cambio morir por ejemplo a los 62, situación que llevaría a que nuestra necrológica dijera el reciente premio Nobel, con un estado físico simplemente bueno a los 40 años ya bastaría.
Si uno más bien se ve a uno mismo como alguien maldito, como alguien que merecerá ganar el premio Nobel pero que nunca lo ganará, únicamente con llegar a los 60 ya estaría bien, razón por la cual se podría llegar a los 40 bastante cascado, por así decirlo, y en nuestra necrológica se hablaría de malogrado, de premio Nobel en potencia.
Si a uno toda esta historia del premio Nobel le da realmente igual y, por decirlo de forma coloquial, más bien se la suda, uno puede realmente hacer la vida que quiera hasta los 40 años, y pasarse el día bebiendo y fumando de forma compulsiva.
En esta tesitura, uno ni siquiera tiene por qué escribir, uno puede hacer el vago y vivir por ahí la vida, como se suele decir.
Bebiendo y fumando de forma compulsiva, no teniendo necesidad alguna de escribir, tampoco es clara ya la necesidad de que uno se autoimponga el límite de los 40 años, ya que no hay por qué llegar a esta edad y, si pensamos que vivir la vida a tope incluiría probablemente conducir coches a gran velocidad bebido, uno probablemente no llegaría a esta edad ni de broma.
De hecho, si lo pensamos bien, y si ya no tenemos realmente ningún objetivo en la vida, dado que no nos interesa escribir, no ya para publicar, sino ni siquiera para un círculo reducido de personas o para uno mismo, uno perdería todo interés en llegar a los 40 años de edad, incluso probablemente no querría ya llegar a los 40 años de edad.
Uno acabaría su vida, motu proprio, a los 30, o a los 25, o a los 15 años, quién sabe.
No tendría ninguna necrológica. No habría dejado ninguna huella.
Exactamente igual que si hubiera ganado el premio Nobel.
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Julio Wallovits es director creativo de La Doma
Ilustración: Wikimedia Commons (Dominio público)