Errol Morris descubrió que existían dos versiones de una foto llamada ‘The Valley of The Shadow of Death’, tomada durante la guerra de Crimea alrededor de 1855. En una, las balas estaban sobre el camino (la de arriba de este post) y en la otra aun lado (la de abajo de este post). Sólo una de ellas había resistido el juicio de la historia y era real. La otra era una alteración de la realidad de cara a hacer la fotografía más atractiva o impactante. Para Morris, la pregunta fundamental pasó entonces a ser ¿cuál de las dos fue tomada primero? ¿Cuál es la versión y cuál es la real?
El nombre de Errol Morris no es demasiado conocido para el gran público. Una prueba más de que ganar un Óscar, según cómo lo mires, lo mismo da. Lo importante es que Morris lleva más de tres décadas aportando su peculiar visión del mundo al resbaladizo arte del cine documental y que lo hace desde una casi malsana obsesión por (re)pensar la verdad de la imagen.
Además de una colección de anuncios y algunas de las más bizarras entrevistas (a novias de asesinos en serie, farsantes varios, mesías desquiciados del ciberespacio, a un tipo que se carteaba con Unabomber…), Morris nos ha ofrecido una serie de documentales que siempre reflexionan sobre la idea de verdad: su posibilidad, su búsqueda incansable, su relación con la cultura de la imagen, la manera en la que ésta se relaciona dialécticamente con la historia y nuestra percepción de ella.
Y sobre todo cómo la realidad se construye siempre a partir de infinitas historias particulares. Mi favorita es la de la foto ‘The Valley of The Shadow of Death’ por ser una de las que mejor muestra el talante obsesivo de Morris. Y por involucrar a Susan Sontag y a uno de los primeros fotógrafos de guerra de la historia, Roger Fenton.
Su famosa fotografía ‘The Valley of The Shadow of Death’, fue tomada durante la guerra de Crimea, en algún momento entre 1853 y 1856. Como foto bélica resulta decepcionante, pues sólo muestra un camino pedregoso regado por balas de cañón. Nada espectacular. Pero cuando Morris descubrió la segunda foto, la maquinaria obsesiva del autor empezó a funcionar, y ya no hubo vuelta atrás.
Lo que sigue es una auténtica locura de llamadas de teléfono, cartas transatlánticas, pesados paquetes, viajes a Crimea para hacer investigación de campo, consulta maníaca de archivos, estudio de tecnologías fotográficas primitivas… un verdadero CSI que acaba involucrando a Fenton con Picasso y Tolstoi, y rescatando incluso registros sobre los recorridos que el sol debió hacer sobre el campo de batalla durante el día en que la fotografía fue tomada, para poder estudiar mejor por qué las balas proyectaban la sombra que proyectaban.
Todo muy loco, cierto, pero a la vez muy sugerente. Porque, como dice Morris, nada es nunca demasiado obvio, y menos si nos referimos a algo tan volátil y manipulable como una imagen. “El uso de la palabra ‘obvio’ indica la ausencia de un argumento lógico. Es un intento de convencer al lector asegurando la verdad de algo diciéndolo más alto”, afirma.
Al final, después de muchas versiones y conjeturas que casi le vuelven loco, Morris no logró dar con una única respuesta definitiva. Sin embargo, este trabajo le confirmó que hoy, como siempre, las imágenes condicionan nuestra idea de realidad, de lo que es cierto o no. Tal vez más que nunca, teniendo en cuenta la avalancha de impactos visuales a las que nos vemos sometidos cada día. Por eso una historia como ésta debería darnos qué pensar. Porque nada es nunca lo que parece a primera vista, y mantenerse alerta ante la información que consumimos es una postura que, cuando menos, puede ser útil para no tragarse según qué discursos. Aunque, aún así, la verdad de las cosas siga resultando esquiva.
Pero esa es su naturaleza. Y es que, al fin y al cabo, y vuelvo a citar a Morris aquí, “siempre pudo existir una tercera foto de la que hasta ahora nadie ha tenido noticia”.