¿Cuánta masa tiene un kilo?

Cuando íbamos al cole, no sé en qué curso, nos aprendimos todos la definición de kilogramo: la masa de un cilindro de platino e iridio conservado en la Oficina Internacional de Pesas y Medidas en París. Y luego nos decían que era aproximadamente la masa de mil centímetros cúbicos de agua a cuatro grados Celsius. ¡Y nos callábamos! Nos callábamos y asentíamos, dóciles, sumisos, mansos, cobardes.

Párense un segundo a pensar en ese cilindro parisino, conocido como Le Grand K. ¿Quién le ha otorgado ese privilegiado puesto de cilindro referencial? ¿Ustedes le votaron? ¿Quién votó a Le Grand K? ¿Cómo fue elegido? O peor aún, ¿quién decidió de manera unilateral que nuestra vida iba a girar, en lo que se refiere a la medición de nuestras queridas masas, en torno a ese inicuo cilindro de París? ¿Y qué coño es eso del iridio?

Arbitrariedad tras arbitrariedad que no podemos ¡ni debemos! aguantar más. Ni yo ni ustedes, que sé de buena tinta que están conmigo en esto. Sabe Dios la de átomos que habrá perdido el cilindro ese en sus más de cien años de existencia, por mucho que esté en París. ¿Y eso es fiable? ¿Eso es una medida universal? Venga ya.

No pasa nada; en realidad, nuestras kilopenas están a punto de llegar a término, gracias a Dios. Porque no sé si saben que el kilogramo es la única unidad básica de medida del Sistema Internacional que sigue definiéndose por un artefactucho artificial y no por las inmutables constantes de la naturaleza, como debe ser. El segundo y el metro, por ejemplo dependen de esas inmutables constantes, y así debe ser con el kilogramo. Pero terminar con esta situación contra natura no es tarea sencilla ni está exento de una dura controversia.

La comunidad científica estaba, como no puede ser de otra manera, de acuerdo con ustedes y conmigo en que la situación del kilogramo era insostenible y se lanzó un proyecto de redefinición. Dos propuestas, basadas respectivamente en las constantes de Plank y Avogadro, saltaron a la palestra y sus promotores las defendieron con virulencia. La primera propuesta, la cuántica, define el kilogramo en términos de la constante de Plank, que relaciona la energía de una partícula con su frecuencia.

Luego, aplicando la famosa E=mc2, tenemos la masa en función de la energía, y de otra constante de la naturaleza, la velocidad de la luz. Por su parte, la propuesta avogadriana tiene que ver con una esfera de silicio puro de la que se sabe el número exacto de átomos. Ambas propuestas han recibido duras críticas desde Estados Unidos, desde donde se defiende una definición basada en el carbono-12. En fin, un locurón.

El caso es que el Comité de Pesas y Medidas se reúne el año que viene para dejar sentado el asunto, y parece que se han decidido por la definición cuántica, basada en la constante de Plank. Los americanos están que trinan, pero qué quieren que les diga, yo me quedo mucho más tranquilo sabiendo que mis kilos de más o de menos están definidos en términos de la física cuántica y no de un cilindro metálico que a saber quién se lo inventó.

Eso sí, los chavales en el colegio van a flipar cuando les lean la nueva definición de kilo. Criaturitas.

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