El periodismo de gigantes huele a legumbres cocidas y esteras viejas. «Mejor dar por muerto cuanto antes el modelo de negocio que no acaba de agonizar. La industria mediática solo quiere captar nuestra atención (aumentar la cuota de audiencia) para vendérsela a los publicitarios», escribe Víctor Sampedro. «No nos interesan las noticias de pago, porque no valen lo que cuestan. No sirven nuestros intereses, no nos representan».
Hace un tiempo que los ciudadanos empezaron a evolucionar mucho más rápido que los grandes medios. Muchos periodistas quedaron atrapados en un discurso caducado y una visión oficial de la realidad que más que su reflejo parece un espejo empañado. Eran (y son) medios cuya tinta y cuyos bits están pagados por los bancos y las instituciones políticas. Eran (y son) los medios que miran desde los ojos del poder y, por eso, «muestran el mundo de un modo irrelevante para quienes quieren cambiarlo».
Eso resultó evidente hace muy pocos años. «El periodismo no daba cuenta de la realidad. Al contrario, creaba una ficción paralela», explica el catedrático de opinión pública y comunicación política en su libro El cuarto poder en red. «Blindaba a los actores sociales más fuertes y desprotegía a los más débiles. Estos no figuraban, siquiera, como víctimas. Sus muertes eran consecuencias ‘colaterales’ de ‘operaciones humanitarias’».
A menudo los medios, conforme crecían, anteponían sus intereses al servicio público. Decían que ejercían de contrapoder pero Sampedro lo pone en duda. «A cambio de una cobertura favorable, los centros de poder les proporcionaban ayudas legales y publicidad institucional. Y a nosotros nos querían sentados. Anclados en el papel de espectadores, que solo abandonan las pantallas o acuden al quiosco para consumir estilos de vida y eslóganes electorales. Dos vías para ejercer una ciudadanía de baja intensidad: consumir marcas y votar siglas».
La prensa convencional está inundada de «noticias teñidas de espectáculo e intereses espurios», según el catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos. «En lugar de nutrir el debate público, lo intoxican hasta ahogarnos». Efectivamente, hay más información disponible que nunca, pero, a la vez, ese «flujo arrollador de noticias no contrastadas funciona como la censura más implacable» y «olvidamos que no los resolveremos votando de forma intermitente o yendo de rebajas. Tampoco clicando compulsivamente y firmando campañas digitales». Esto, metido en un concepto, es el llamado infotainmet (información más entretenimiento).
Esta distancia abismal entre la comunicación del quiosco (más oficial) y la de internet (más ciudadana) se hace evidente a diario. Así ocurrió también con la reciente coronación de Felipe VI. «En los quioscos estaban los medios obsoletos, subvencionados por las Administraciones Públicas, que hacían eco de la campaña de relaciones públicas a favor de la monarquía. Estas publicaciones adjudicaban a los lectores el papel de servios que aplauden. Una manera clásica de controlar a los medios es dándoles un guión informativo», indica el investigador. «Mientras, en la Red, los ciudadanos tenían un debate completamente distinto y en la calle se censuraban las expresiones de otras formas de estado. Y hablamos de manifestaciones mucho más discretas que, por ejemplo, quemar una bandera. En EEUU, en cambio, puedes hacerlo. Quemar una bandera está protegido por la constitución como parte del derecho a la libertad de expresión. Este tipo de represiones es malo para todos. Provoca enfrentamientos y dificulta el diálogo entre las distintas corrientes de opinión».
El impulsor del Máster en Comunicación, Cultura y Ciudadanía Digital (CCCD) también advierte del peligro de la nueva noción del ‘periodista-marca’. «Esa figura está más interesado por construir su propia marca que por el bien de su comunidad. Olvida a los ciudadanos por los followers y hace un producto supeditado a la marca personal. Y con esto no quiero decir que un periodista tenga que ser un buen samaritano. Nadie está pidiendo santos ni héroes. Las personas han de ser conscientes de la importancia de su trabajo y del daño que pueden hacer si no son responsables».
LA FUENTE, PERSEGUIDA; EL MENSAJERO, REMUNERADO
La reflexión de Sampedro empezó hace cuatro años. WikiLeaks liberó 250.000 documentos de las guerras de Irak y Afganistán, y el doble de cables de la diplomacia de EEUU. Los hackers «entregaban esos archivos a los principales medios del mundo a cambio de nada» y ¿qué ocurrió? Que los periódicos (El País, The New York Times, The Guardian, Der Spiegel y Le Monde) se lucraban vendiendo periódicos con esas noticias y los ‘soplones’ (los que descubrieron y liberaron la información) pagaban con su libertad. Eran perseguidos, recluidos y encarcelados.
Al mismo tiempo comienzan las revueltas locales en la red y Sampedro empieza a preguntarse qué estaba pasando. Así comienza a escribir este libro. Y así intenta entender por qué ocurre todo esto.
En estos cuatro años el investigador ha llegado a la conclusión de que «el periodismo ha dejado de ser una profesión para convertirse en una obligación social». La función de contrapoder atribuida a la prensa desde su nacimiento apenas se ejerce. Hay excepciones, por supuesto, pero cree que son muy pocas.
«En la prensa corporativa el periodista convierte el discurso público en mercancía privada. La información es un bien público que, por supuesto, se puede gestionar de forma privada. Pero el modelo ha de ser rentable, no lucrativo, porque es una profesión con responsabilidad social. Es como la medicina. Tú esperas que un médico se interese por tu salud y no se venda a los intereses de la industria farmacéutica», especifica.
La información es libre pero el periodista, en su papel de filtrador y organizador, ha de tener una retribución digna por su trabajo. El modelo que Sampedro considera más viable es la suscripción a un medio. «Es la mayor apuesta por una publicación», comenta. «Es un pago anticipado a alguien en cuya ética confías. Esto otorga una autonomía económica y permite estructuras sostenibles. El problema surge cuando hay grandes volúmenes de negocio. Entonces empieza a pervertirse todo. Los nuevos modelos son más pequeños, pero al funcionar en red, mediante la colaboración, pueden tener un poder brutal. Eso está ocurriendo ya».
El doctor en Ciencias de la Información propone también el micromecenazgo y la microfinanciación como forma de que un medio sea sostenible económicamente.
Y el catedrático invita aquí a una reflexión. «Cada periodista debe tener claro si está trabajando para hacer de un mensaje el discurso imperante o si está trabajando para favorecer la innovación social».
PERIODISMO DE CÓDIGO ABIERTO
El nuevo modelo de periodismo que Sampedro ve emerger es de código abierto. Esto significa que la información no se puede privatizar, como ha ocurrido en las últimas décadas. La esencia de la información, como el agua del mar y como el aire que respiramos, es, por su propia naturaleza, libre y un bien común. Y esa libre circulación de datos que son de todos y a la vez de nadie, atribuye un nuevo papel al periodista. Nunca jamás hubo tal cantidad de información disponible y, por eso, la prensa tiene que «coordinar y filtrar la información y las denuncias» para empoderar a los ciudadanos en vez de tratarlos como «súbditos».
Frente a esta prensa hundida en los intereses propagandísticos apareció hace unos años «un momento dorado del periodismo». Llegó con los hackers, con WikiLeaks, con Chelsea Manning y con Edward Snowden. Ellos son un «prototipo de cuarto poder en red» y un auténtico «contrapoder de la Sociedad Civil Transnacional». WikiLeaks, en el El cuarto poder en red, es presentado por el autor como «un buque rompehielos, que abrió fisuras en una prensa congelada, incapaz de ejercer de contrapoder».
Es aquí donde brilla el optimismo frente al mercantilismo de la información. «El juego está más abierto que nunca», asegura Sampedro. «Se huele un ambiente en el que lo caduco está cayendo. España se ha convertido en un laboratorio de los procesos abiertos y la cultura libre. Esto se refleja también en las nuevas formaciones políticas que están surgiendo y también en los medios. Hay nuevas publicaciones que funcionan como una cooperativa y que trabajan en red. Ese antes y después ya está ocurriendo».
–Dices que el hacker se ha convertido en un modelo para el reportero de investigación. ¿Por qué?
–Porque la tarea ineludible del periodista es pedir datos y más datos y más datos… Es una persona que quiere saberlo todo y que debe trabajar por la transparencia. Ha de ser como un hacker y ha de tener una ética hacker. Solo un aumento del conocimiento libre y abierto hará posible un aumento de la democracia. Yo defiendo un periodismo de código abierto (que abre todas sus fuentes) y libre (que remezcla otras voces y pide ser reutilizado).
–También hablas del criptopunk como una figura imprescindible para el periodismo. ¿Qué es un criptopunk?
–Son personas que, como Assange, han dedicado muchos años a desarrollar sistemas de encriptación de libre acceso en internet para que cualquier individuo pueda expresarse con total libertad. Las identidades y el contenido de los mensajes son inaccesibles excepto para el emisor y el destinatario. Este tipo de comunicaciones ayuda a denunciar abusos de gobiernos y corporaciones.
Las referencias del nuevo periodismo que intuye Sampedro están en los hackers y, un poco más atrás en el tiempo, en los muck rakers (rastreadores de estiércol), esos reporteros de investigación que, después de la crisis del 29, «bucearon en las cloacas y desagües del poder». El experto en opinión pública enlaza aquel oficio con la tecnología actual y escribe, en su libro, que «los ordenadores son ahora nuestros rastrillos. Sirven para remover el estiércol que se acumula bajo el becerro de oro financiero y dan voz a las nuevas generaciones».
El catedrático considera que «para recuperar el periodismo necesitamos, sobre todo, una actitud». «Tenemos que canalizar el descontento en un activismo y convertirlo en un contrapoder. Los redactores han de trabajar con un esquema de redacción expandida. Todas las personas, y no solo los periodistas, han de liberar datos. En España hay una plataforma de filtraciones muy bien concebida y diseñada. Se llama Filtrala.org y es un reto que tenemos que asumir colectivamente».
PERIODISMO DE DATOS
La mirada crítica de Sampedro se extiende al periodismo de datos. Muchos lo presentan como una evolución innegociable pero, a través de los ventanales cerrados, el mundo parece frío. «Se equivocan y nos engañan quienes reducen la modernización digital a noticias con estadísticas, gráficos o visualizaciones de datos», escribe. «La infografía implantó en España la mentira digital. Espectacularizó el armamento y los movimientos de tropas. Llenó los periódicos de mapas sembrados de maquinaria letal y los convirtió en tableros de un juego bélico sin contacto alguno con la realidad».
El investigador hace hincapié en que lo importante no es visualizar los datos. Es sacarlos a la luz y que los periodistas los contrasten y depuren para entregarlos a la comunidad y que los ciudadanos los visualice en procesos políticos y legales.
Y también cree que habría que replantear el papel de los gabinetes de prensa actuales. «Deberían tener personas con voz propia. Tendrían que ayudar realmente a los ciudadanos en vez de lanzar constantemente mensajes institucionales y campañas de responsabilidad social corporativa».
Estos gráficos y estos gabinetes alimentan a diario la prensa tradicional y esta prensa, en cierto modo, es, según Sampedro, una máquina de literatura y ficción institucional. «No nos enteramos de que los hackers nos convocaban a formar juntos el cuarto poder en red. Nos llamaban a movilizar cuerpos, algoritmos y ordenadores para controlar a quienes gobiernan, legislan y juzgan. Querían mostrar nuestra capacidad de hacerlo, demostrando que era posible. Pero cuando acabaron contándonos que nos espiaban a todos, en todas partes, el sueño de una democracia digital se convirtió en una pesadilla».
Pero el nogal no estaba vacío. Un rayo de sol, efectivamente, entraba por una ventana y caía, amarillento, sobre las polvorientas mesas. Ya había pasado la solitaria hora de las quince y las telepantallas habían sido abolidas.
Aún estamos a tiempo de evitar que el futuro, en vez de llamarse 2027, se convierta en un eterno 1984. Sampedro se niega a creer en la distopía. «Este libro es optimista. Aunque no lo parezca, es una encendida defensa del periodismo. No del actual, sino del que viene. Si hacemos todo lo posible para hacer real lo que los criptopunks proponen, al menos, lo vamos a pasar muy bien». Y, para ello, propone crear un cuarto poder en red.
–¿En qué consiste ese cuarto poder en red?
–En la idea de que los periodistas y los ciudadanos tenemos que controlar a quienes nos gobierna, a los que legislan y a los que nos juzgan. Y tenemos que hacerlo de forma mancomunada y distribuida. La colaboración debe quedar abierta a todo el que quiera participar y, entre todos, debemos crear un flujo constante de contrapoder.
«El periodismo necesita más hackers y rastreadores de estiércol»
