Cuidado dónde me tocas: intimidad, deseo y ambivalencia

10 de agosto de 2023
10 de agosto de 2023
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límites del tacto

El tacto es intimidad. Puede helarte la sangre, pero también puede ser una llama. De hecho, un simple roce, piel con piel, puede elevar la temperatura hasta semejar la nube de gas masiva RXJ 1347.

El contacto físico, la caricia, también resulta fundamental para el desarrollo de un bebé. Porque, como sugiere la literatura científica, el contacto piel con piel en los bebés es fundamental para su desarrollo porque estimula el vínculo afectivo con los padres, conocido como apego, y promueve su bienestar emocional. Además, esta interacción física directa puede contribuir a un mejor desarrollo cerebral.

Resulta sorprendente que hace poco tiempo, apenas un siglo, a los bebés no se les tocaba: un autoridad en puericultura como era John Watson llegó a afirmar: «No abracéis ni beséis nunca [a vuestros hijos], no dejéis nunca que se sienten en vuestro regazo. Si tenéis que besarlos, hacedlo una vez en la frente cuando les deseéis buenas noches. Por la mañana, estrechadles la mano».

Igualmente, el contacto físico puede hollar un terreno vedado, y en algunos casos, pequeñas parcelas rodeadas de alambre de espino. Zonas erógenas a las que solo puedes acceder tras superar la aduana de la intimidad emocional.

No en vano, la manera en que una persona posa su mano sobre tu cuerpo o acaricia tu brazo (como una pluma, como un objeto sólido, como un cascanueces, etc.) dice mucho más sobre vuestra relación que las palabras. Porque el tacto refleja la verdadera intimidad, por encima de cualquier otro sentido. Sí, el gusto y el olfato pueden informarnos de quién es la persona que tenemos delante, pero no nos ofrecen información acerca de lo que esa persona siente por nosotros.

Un «te quiero» llega mucho más adentro si está acompañado del contacto físico. El mismo sexo no solo es contacto físico de las partes del cuerpo que todos ven, sino de las que nadie puede ver… incluso las que se hallan más o menos replegadas en el interior del propio cuerpo: la boca, la vagina, el ano…

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LA AMBIVALENCIA DEL TACTO

La brisa, el roce de la yema del dedo, incluso una simple pluma posándose en nuestro brazo… toda esta información sensorial exquisitamente detallada la recibe nuestro cerebro gracias a los corpúsculos de Meissner y los de Pacini.

Los de Meissner detectan el más mínimo roce, y son muy abundantes en nuestras zonas erógenas y otras áreas muy sensibles, como la yema de los dedos, los labios o la lengua. El tacto de presión profunda (de un apretón, por ejemplo) es generado por los corpúsculos de Pacini (en mamíferos, el único otro tipo de mecanorreceptor táctil físico), los que se localizan más profundamente en la dermis.

No es extraño que existan estas diferencias, pues el tacto es el engranaje esencial en el universo de las relaciones interpersonales. Las caricias y gestos de afecto nos brindan tranquilidad al evocar sentimientos de placer y relajación, haciendo que los problemas del mundo se disipen gradualmente. Es similar a la sensación que nos ofrece un masaje. Por esta razón, mecer a los bebés en nuestro regazo los calma.

La frecuencia del contacto afectivo está asociada con el bienestar físico y psicológico, y quienes se ven privados de él sufren depresión, ansiedad y una serie de otras enfermedades. Incluso, el tacto entre personas produce una sincronización intercerebral que actúa como analgésico del dolor físico, de modo que el acto de cogerle la mano a alguien que está sufriendo podría ser positivo para reducir este sufrimiento, según revela un reciente estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad Johns Hopkins.

Sin embargo, debido a su íntima naturaleza, el tacto puede ser ambivalente. Disfrutamos del contacto de ciertas personas, pero evitamos a otras. Esta ambivalencia puede ser molesta, dado que en ocasiones genera confusión en nuestras relaciones sobre qué tipo de contacto es bienvenido.

Tal vez a mí me gustaría acariciarte, pero a ti eso te incomoda. Entonces, estamos obligados a establecer normas para facilitar la interacción. Con un desconocido, puedes estrechar la mano, pero evitas acariciar su espalda o besarle. Aprender estas reglas nos lleva toda la infancia y adolescencia, y aun así, cometemos errores. Por esta razón, a veces nuestros deseos de contacto físico no se satisfacen, o nos entrometemos donde no somos bien recibidos.

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LA INTIMIDAD (LIMITADA) DEL TACTO

En lo relativo al tacto y su intimidad, incluso hay reglas universales que se aplican en distintas culturas. En un estudio coordinado por Juulia Suvilehto, se preguntó a personas de cinco países europeos (Finlandia, Rusia, Francia, Italia y Reino Unido) dónde les parecía normal tocar a otros y dónde les parecía normal que las tocaran a ellas.

Este estudio se realizó para un participante específico de cada género, desde alguien con quien se tiene un alto nivel de confianza (como padres, hermanos, parejas, amigos cercanos), hasta familiares indirectos (como tíos, primos) y personas con las que se tiene una interacción limitada (conocidos no relacionados y totalmente desconocidos).

A todos se les presentó la silueta de un cuerpo en la pantalla de una computadora y se les solicitó que señalaran las partes del cuerpo que les gustaba tocar o ser tocados. El estudio contó con la participación de un poco más de 1.300 personas. Los resultados mostraron gran consistencia, incluso entre diferentes culturas. Abunda en ellos el antropólogo y psicólogo evolucionista Robin Dunbar:

Cuanto más íntima era la relación, más partes del cuerpo eran tocables. Los desconocidos debían limitarse a las manos, mientras que el abdomen y la parte superior de las piernas les estaban completamente vedados; por eso le estrechamos la mano a una persona cuando nos la presentan, en vez de darle un cariñoso abrazo, y por eso nos apartamos si un completo desconocido intenta abrazarnos. Los familiares cercanos tienen mucha más libertad, pero solo las parejas sentimentales tienen acceso ilimitado a todo el cuerpo.

Curiosamente, las mujeres demuestran una mayor flexibilidad que los hombres en lo que respecta a tocar y ser tocadas. Y aún más relevante, al detallar el análisis, los patrones correspondían a la proximidad emocional de las personas, sin importar su género.

Naturalmente, había algunas diferencias nacionales. Los finlandeses, sorprendentemente, resultaron ser los más afectuosos (¿tendrán las saunas algo que ver?) y los británicos, menos sorprendentemente, los menos efusivos. Sin embargo, la tendencia general era consistente en toda Europa.

Posteriormente, cuando Juulia Suvilehto colaboró con algunos científicos japoneses, descubrió que los nipones se asemejaban a los británicos en este aspecto, con la diferencia de que las parejas japonesas eran mucho menos propensas a tocarse. La principal discrepancia entre las dos culturas es que los japoneses son menos tolerantes que los británicos a permitir que se les toque el trasero y las piernas a sus parientes cercanos. Lo más sorprendente, sin embargo, es que los pies son una zona tabú para los nipones.

Así es el tacto. Un viaje geopolítico a través del cuerpo, cruzando diversos puestos fronterizos, aduanas, accidentes orográficos, siempre con cierto punto de ambivalencia, de intimidad y rechazo, de amor y agresión. La forma más íntima de conectar con el otro, a la vez que la manera más dolorosa de rechazarlo.

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