Dar consejos, esa bonita forma de sentirse por encima de los demás

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Foto: Pantallazo de 'Ocho apellidos catalanes'

Muchos hemos soñado con agradecer algunos consejos con un par de puñetazos. Es una fantasía calenturienta que nos avergüenza como si fuera una parafilia. ¿Te dan un consejo y, encima, quieres dejarle un ojo a lo mapache? Qué inmoral y desagradecido. Al final uno se siente tan inútil como culpable… Pero, ahora, unos investigadores han descubierto qué se oculta detrás de quienes tienden a regalar consejos a discreción, y resulta que tenemos razón: se merecen algún tipo de correctivo.

Los expertos no lo han dicho exactamente así. El estudio Advice Giving: A Subtle Pathway to Power ha encontrado que detrás de la palabra amable de un consejero espontáneo hay, en muchas ocasiones, una sed de sensación de poder.

«Me ha sorprendido que las personas no solo dan consejos porque tienen buenas intenciones. A veces, una persona puede aconsejar como parte de un juego de poder, como una forma de enfatizar diferencias jerárquicas, de sentirse más poderosa o mejor consigo misma», afirma a Yorokobu uno de los autores, el doctor en Psicología Michael Schaerer.

De modo que ese amigo o colega que te orienta –empático, implicado, ofrecido– y que posa su mano en tu hombro, puede esconder un principio de mala uva. El estudio no habla de una vocación ofensiva, sino de una necesidad de autobombo y dominio. Sin embargo, ¿es posible disfrutar del dominio sin, colateralmente, agachar o humillar al otro en cierto grado?

El consejo como elemento destructor. Caso hardcore

Tu colega puede llamarse Juan o Nicasio. Tipos como él abundan: no pertenecen a ninguna tribu urbana ni generación concreta; son transversales. Te indican con soltura lo que tienes que hacer o, más bien, lo que «deberías hacer», porque la guinda de la sensación de poder se esconde en el hecho de limpiar toda carga impositiva del consejo. La apariencia de «buena intención» convierte una molesta intromisión en un acto solidario y, por tanto, irreprochable. Es, resumiendo, la tocada de huevos perfecta.

Funciona tal que así (por ejemplo, en una conversación sobre el futuro profesional): te dicen dónde está la luz (por defecto, te hacen ver que vives en la sombra) y te sugieren que te encamines hacia ella si no quieres seguir hundiéndote en el abismo. Ese abismo, por cierto, no tenía por qué existir; lo crean ellos solos al formular ese consejo que nadie les ha pedido. Pero suena grave. Por tanto, te lo tragas, te asustas, escuchas.

Entonces el otro, ese tal Nicasio Juan con barba y Converses, desarrolla la idea y te explica mejor por dónde van los tiros. Casualmente, los tiros van siempre de su lado.

Ejemplo: si eres escritor y él, fotógrafo, te dirá que necesitas fotos de calidad de tus textos o de ti escribiendo o del bolígrafo levitando. No se contentará con señalar que eso te ayudaría a mejorar tu visibilidad, sino que forzará la máquina: «Aunque escribas tan bien como Dan Brown [por supuesto, no mencionará ningún escritor de calidad, porque no conoce tu oficio ni le importa], sin buenas fotos… puff… No sé, te lo digo por tu bien». En este punto puedes comprobar el nivel de calidad del consejero: la excelencia está en decir «por tu bien» con carita de dolor, pena y cautela.

Y tú, el aconsejado, el receptor de la presunta buena fe, acabas de dos modos. O bien mirando un catálogo de cámaras réflex y llorando tus 10 o 20 años de formación tirados a la basura; o bien fantaseando con dejarle a tu amigo (mano abierta mediante) una bonita mirada de mapache.

La ambición se esconde tras la buena fe

La experiencia propia movió a Michael Schaerer a estudiar el asunto. Desde sus primeros días en el programa de doctorado, recibió consejos de profesores, asesores y de otros estudiantes. «Normalmente me resultaban muy útiles, pero otras veces no tanto. Así que me pregunté qué motiva a la gente a dar consejos», recuerda el psicólogo.

Pensó que muchos eran bondadosos, «quieren que lo hagas bien y que tengas éxito». Pero también detectó ciertos engranajes de egoísmo o narcisismo: «Algunos alardean de un bagaje superior e intentan influir en tus resultados».

La investigación constó de varios experimentos. En el primero, seleccionaron a 300 participantes por internet. Les pidieron que recordaran alguna ocasión en que dieran consejos a otros y les preguntaron qué nivel de poder les había hecho sentir.

«Independientemente de si pensaban en consejos solicitados o no solicitados por el interlocutor, siempre se sentían más poderosos que aquellos a quienes se les planteó que pensaran en un evento neutral como una conversación», especifica Schaerer.

En un segundo caso, entrevistaron a 94 empleados de una organización. Los investigadores controlaron variables como la posición jerárquica dentro de la empresa para descartar otras motivaciones ajenas al factor psicológico. El resultado se replicó: dar consejos insufla poder, sobre todo, cuando el receptor sigue la indicación.

Los últimos experimentos ampliaron el hallazgo. El equipo comprobó, cuenta Schaerer, que las personas con un comportamiento más político, las que tienden a involucrarse en negociaciones, son más propensas a dispensar lecciones. El estudio consiguió cerrar el vínculo entre ambición y la hiperactividad consejera.

¿Y qué pasa con quienes reciben estas sugerencias envenenadas? El equipo no se enfocó en los receptores, pero Schaerer desliza alguna deducción: «Uno podría especular que, dado que el poder es relacional y un recurso limitado en una determinada relación, si alguien se siente más poderoso, el otro menos. Es posible que cuando alguien recibe consejos no solicitados se sienta incompetente».

Que te hagan sentirte incompetente, así, gratuitamente, provoca rabia, escozor, ira homicida… Asoman deseos de venganza, pero sirven de poco. Un consejero experto es impermeable como una pelota hinchable para la playa. Además, también rebota y no deja nunca de rodar. Enseñarles un artículo como este no causará efecto. Nicasio Juan nunca se sentiría identificado. Además, el estudio de Schaerer le parecerá irrelevante. No lleva una sola foto.

8 Comments ¿Qué opinas?

  1. Menuda *******ez. Vaya ***da de estudio y de articulo. Acepta mi consejo, deja de escribir. No por tu bien, sino por el bien de todos. Amargao…

  2. Pues a mí me parece muy interesante, tanto el estudio como el artículo. Esto de que te den «consejos» envenenados es algo que sucede muy a menudo, y más ahora con tanto personaje coach de pacotilla. El tal Orizabal debe ser uno de esos que siempre está dando consejos que no le han pedido… jeje

  3. Un enfoque interesante. Me encantan los estudios sociológicos y psicológicos, siempre tan cercanos al esoterismo. Sería muy interesante también un estudio de la gente que explica cosas a esa otra gente que da consejos no pedidos . ¿Habrá una dependencia entre estas dos especies? ¿Podría ser que no puedan vivir los unos sin los otros?
    Salud!

  4. Como tantos de tus artículos, me ha encantado. La clave está, y lo dices bien, en la perversidad de los consejos NO PEDIDOS. Todos hemos sufrido este tipo de situaciones en las que has querido expresar un malestar tan solo para que el otro te escuche (y al mismo tiempo, y sobre todo, escucharte tú a tí mismo en voz alta) y te encuentras con que el otro no solo no te escucha, sino que aprovecha para apoderarse de la situación, proyectar en tí su propia frustración y colocarte SU consejito de turno. Eso es egocentrismo y no generosidad. Claramente un juego de poder. Distinto es cuando uno pide un consejo a alguien. En ese caso, normalmente uno elige bien a quién se lo pide. A Orizabal le aconsejaría (de buena fé y con el fin de ayudarle a hacer la distinción) que leyera sobre técnicas de asertividad.

  5. Genial el artículo, ya sospechaba que esos personajes se traían algo, lo bello se da cuando uno se lanza a aconsejar al aconsejado: si que se enojan los hijos de +#+€

  6. Vaya.. qué sería de los blogs sin estas maravillosas críticas, con fundamento, profundamente detalladas, estudiando al máximo el contenido y el enfoque, filosóficas y con un alto nivel de redacción. Gracias, te doy las gracias, por si acaso el autor no repara en tan maravilloso contraste. No habría luz, si no existiera la oscuridad.
    Es un comentario que describe perfectamente el defecto al que hace referencia el post.

  7. Jamás doy consejos porque el que es inteligente no le hace falta ninguno, y el que es estúpido e ignorante jamás los escucha y aplica. Porque las bonitas palabras dichas sin fundamento, se pierden por falta de estabilidad y compromiso, ya que ser sincero no es sinónimo de verdadero siempre, lo que valen son los hechos y la pasta gansa en cantidad sin que te deje de caer nunca, lo demás son brindis al sol, palabras huecas para liar.

    Los motivos de por qué no debemos aceptar consejos de nadie, es porque los que van por la vida de consejeros, lo que hacen es proyectar sus miserias, sus traumas, sus desengaños, sus prejuicios, sus despechos y sus miedos en los demás, queriendo en cierto modo moldear los pensamientos ajenos para que se adapten lo más posible lo que ellos quieren o desean, generalmente condicionando a otros ya sea por envidia, por venganza o por inquina de hacer mal, moldeando de acuerdo a su visión particular el mundo, andan de salvadores, y recomendando cosas que ni ellos mismos harían en las mismas circunstancias, cuando realmente se deberían aplicar esos consejos que dan a ellos mismos y nunca lo hacen, en vez de decírselos a otros. Por eso el mejor consejo es el que se da uno a sí mismo, aunque luego te equivoques, los consejos no son pánaceas universales que se puedan aplicar a todo el mundo por igual, porque lo que vale a una persona, a otras no surje ningún efecto o incluso les perjudica aplicarlos, confunden en vez de ayudar.

    De modo que jamás diré algo que no pudiese quedar como la última frase que uno pudiera decir. ¿Provoqué alguna diferencia a mejor aquello que dije? En realidad, ¿puedo hacer eso siempre? Seguramente que no, porque nunca sé lo que me va a pasar, y sería injusto conmigo mismo y con los demás si lo hiciera así, pero es una posibilidad que debo tener en cuenta con la cual tengo que vivir.

    Muchos se precian de ser sinceros por decir lo que piensan y lo que hacen es que van atropellando a otros con su supuesta sinceridad, pero es más importante saber decir las cosas, aunque lo que digas sea duro y cruel al leerlo y oírlo, porque así tus locuciones no herirán tanto. Existe mucha diferencia entre la sinceridad y los modos de hablar porque la forma crea el fondo. Sin duda es mejor la sinceridad, el volar para pensar, en abandonarlo todo y pedir perdón, donde no es preciso mentir, tan sólo de meditar y hablar con la verdad por delante.

    ARTURO KORTÁZAR AZPILIKUETA MARTIKORENA ©

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