Cuenta la leyenda que un monje hindú llamado Bodhidharma, considerado el fundador del budismo Zen, pasó nueve años meditando en una cueva completamente a solas. Su perseverancia por conseguir la iluminación divina fue tan grande que estuvo un total de tres mil días meditando, inmóvil, sin moverse. Circunstancia que provocó que sus extremidades se atrofiasen y se le cayeran los brazos y las piernas.
Su repercusión fue tal que se crearon unos amuletos de papel maché en representación de esta historia. Y esos amuletos son los daruma.
¿QUÉ ES UN DARUMA?
Un muñequito pequeño, con forma ovoide, sin brazos ni piernas ni tampoco ojos, solo la cavidad blanca ocular, que se ha convertido en uno de los amuletos de la suerte más típicos que se hacen al visitar Japón.
El daruma está asociado a conseguir un objetivo real, no tanto a un deseo imposible, sino un propósito alcanzable, medible, tangible, algo que se pueda conseguir gracias al esfuerzo y dedicación como, por ejemplo, dejar de fumar, perder o engordar equis kilos, aprobar el carné de conducir, ahorrar tanto dinero para la entrada de una casa o simplemente abrirte esa cuenta de tartas en Instagram. Para los japoneses, el éxito llega siempre que se haya fijado un objetivo y se haya trabajado duro para ello, con determinación y perseverancia.
Lo primero que uno piensa al ver esta figurita es por qué viene sin ojos. Y esa es la gracia del asunto: pintar uno de los ojos mientras se piensa en ese propósito, y una vez se haya alcanzado, se pinta el otro ojo. Se recomienda tenerlo en un lugar visible, como en un la mesita de noche, al lado de la televisión o en la mesa de trabajo para que sirva de motivación constante, porque cuando vemos al daruma con un solo ojo, nos acordamos de aquello que nos hemos fijado y nos da fuerzas para seguir trabajando en ello y que no caiga en el cementerio de los propósitos olvidados.

Su forma redondeada también hace alusión a la perseverancia ya que, por más que se mueva o empuje, nunca se cae. Siempre vuelve a su posición vertical. Lo que metafóricamente recuerda que por más piedras que nos encontremos en el camino o adversidades hallemos, si aguantamos, lo conseguiremos. Vamos, que después de la tormenta siempre viene la calma, o como dice un dicho muy popular en Japón, si te caes siete veces, te levantarás ocho. Por cierto, en japonés se dice así: nanakorobi, yaoki (七転び八起き). La vida puede estar llena de dificultades, pero depende de ti afrontarlas, levantarte y seguir moviéndote.
El color más común es el rojo, ya que es el que se asocia con los ropajes que llevaba el monje durante su meditación y representa la buena suerte y fortuna. Pero cada color representa un valor. Por ejemplo, el verde está relacionado con la salud, ya que ahuyenta enfermedades; el dorado con la prosperidad económica; el violeta con la longevidad; el amarillo con la protección; el blanco con la paz y armonía y el rosa con las relaciones personales.
Normalmente, se regala en una fecha importante, como en año nuevo, un cumpleaños, al empezar un trabajo o simplemente porque sí. Pero como fiel usuaria del daruma, recomiendo que no se espere a que lo regalen ni a que llegue una fecha especial para ello. Si tienes un propósito que cumplir, hazte con uno y ¡píntale un ojo! En Japón es un un regalo muy usual cuando lo que se quiere es dar ánimos para que alguien consiga su objetivo. Así que si tienes un amigo o familiar al que le falta un empujón para ponerse en marcha… ya sabes.