¿Qué ocurre cuando escuchas rumbas mientras trabajas?

3 de julio de 2014
3 de julio de 2014
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El espacio es un lugar mental. Dicen que realmente existe pero está tan lejos que, aunque así fuera, no serviría de nada. El espacio, en realidad, es un instrumento de trabajo literario y artístico. Es ese lugar imprescindible que nos ayuda a escapar de la Tierra cuando esto se hace aburrido. El lugar donde todo es exactamente como queremos que sea. Sus habitantes y sus paisajes. Todo está absolutamente sometido al antojo de la fantasía.
El «bicho cósmico» de la portada de la revista de verano de Yorokobu viene de ahí. Dice su autor, David González, que siempre que dibuja, piensa en acontecimientos que ocurrirían en otros planetas y otras dimensiones. Entre esos pensamientos y unas horas de ordenador fue apareciendo este «bicho raro, con tono cute».
Ese ser sin nombre viene de algún lugar mental donde se cruzan el «retrofuturismo del cartoon antiguo, la vieja cultura del patín y los graffitis de los años 80». En ese espacio cósmico hay también referencias a la ciencia y la ciencia ficción. Dice González que podría pasar días enteros encerrado viendo mil veces la serie Star Trek.
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Pero ese personaje no sería el mismo si, mientras lo configuraban, Los Chichos y Los Calis no hubiesen estado cantando detrás. [En este punto del artículo te recomendamos que entes en esta Playlist que David González ha preparado para ti y sigas leyendo mientras escuchas su música] «Soy muy fan de la rumba quinqui de los 80», dice. «Es una religión para mí. No puedo dibujar sin rumbas. Es el lado alegre de la vida». Lo misterioso del asunto es que entre lo que David González escucha y lo que canta hay ciertas galaxias por medio. El diseñador es la voz de un grupo punk llamado Curro Jiménez. El nombre, obviamente, es un homenaje al hombre que se echó al monte andaluz a hacer justicia en el siglo XIX. Las letras de los temas, a menudo, relatan un capítulo de la serie llamada como el bandolero que se emitió en España en los años 70.

Pero entre Andalucía y el espacio solo está el rostro de este «medio marcianillo». Un ser sin nombre formado por una parte mecánica y otra orgánica. «La parte superior de la cabeza es mecánica. Ahí está la antena, los interruptores de los oídos y los ojos de ascensor», revela González. «En la parte inferior están las estructuras biológicas. La mandíbula, la boca, las mejillas…». Aunque esa amalgama facial no encierra ningún significado concreto. Es una criatura aleatoria que tiene un significado distinto para cada mirada.
Las letras que escriben el nombre de Yorokobu también parecen proceder de otra dimensión. Eso cree David González. Dos estilos distintos en dos tipografías inventadas por este ilustrador con la única misión de acompañar al alienígena.
El espacio, además, es la cárcel del tiempo. El ilustrador ha incluido la fecha en la portada sin pensar en el presente. Lo que le importa es el futuro. «Yo vengo de la parte offline de la vida. Me imagino a mí mismo mirando esta portada dentro de 15 años y en ese momento querré saber qué fecha era hoy», indica. «Veré que era verano y eso siempre es importante».
Si quieres hacerte con el número de este mes, está disponible en este enlace.
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