De birras por la literatura

4 de diciembre de 2013
4 de diciembre de 2013
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La cerveza tiene fama de cazurra. Hasta hace poco apenas se hacían cursos de catas de birra, tu cuñado no presume de esa botella de Estrella Galicia de 1992 que ha encontrado a buen precio y mejor sabor, no quedas con los colegas para ir a ese nuevo bar donde te ponen una bien fría con cardamomo y piel de pepino ya que liga con los cítricos… Pero si este zumo de cereal te ha acompañado desde que hacías botellón con la litrona de Mahou hasta que ahora en las fiestas de guardar siempre tienes una Paulaner cerca, debes saber que sigues el camino de muchos grandes literarios.

Dejando al margen alcohólicos reconocidos como Bukowski (“la cerveza es sangre continua, una amante continua”), William Shakespeare ya dijo que “la mejor cerveza está donde van a beber los monjes”.

La religión parece estar íntimamente relacionada con este líquido dorado. La primera referencia a su existencia son unas tablillas cuneiformes datadas en el tercer milenio antes de Cristo y halladas en Mesopotamia (Irak actual). Según publicaron el antropólogo Salomon H. Katz y la arqueóloga Mary W. Voigt en 1987 en su artículo Bread and Beer, las escisiones en la arcilla hacen referencia a una bebida obtenida de granos de cereal fermentado que “hace la vida feliz y el corazón gozoso”. La excusa para hablar de esa protocerveza es la leyenda que narra la forma en la que el tercer dios del panteón sumerio, Enki, prepara un banquete para su padre.

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Estas tablillas describían cómo un pan cocido se desmigaba y se empapaba en agua para causar la fermentación alcohólica y que en lugar de usar una jarra, se bebía directamente de una tinaja con una pajita para evitar las migas. “¿Has probado alguna vez la cerveza?”, pregunta Charles Dickens por boca de Mr. Swiveller a su sirvienta en The Old Curiosity Shop. “Una vez probé un sorbo”, contesta esta, para asombro de Swiveller, que le replica que “Nunca la has probado, no puede ser probada de un sorbo”. Y encarga un plato de carne “y una gran jarra, llena con un oloroso compuesto que despedía un agradecido vapor, hecho según una receta particular”.

Prueba de su poder es que marcas de cerveza hay a cientos. Basta con observar una tienda especializada o, si vives por el centro de Europa, ir a cualquier supermercado. Decenas de tipos diferentes, dulces y amargas, caras y baratas. Hay que tener cuidado con el precio, ya que como decía Hunter S. Thompson en Fear and Loathing in Las Vegas, “hay un antiguo axioma celta que dice ‘la gente buena bebe buena cerveza’. Eso es tan cierto ahora como antes. Mira a tu alrededor en cualquier bar y dime qué ves: mala gente bebiendo mala cerveza. Piensa sobre ello”.

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Hasta japoneses como Haruki Murakami saben, según cuenta en The Wind-Up Bird Chronicle que “una cerveza fría al final del día es la mejor cosa que la vida puede ofrecer. Alguna gente dirá que si está muy fría no sabe bien, pero no podría estar más en desacuerdo. La primera debe estar tan fría que no la sientas. La segunda puede estar un poco más caliente, pero la primera debe estar como el hielo”.

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