De entre todos los aspectos recónditos que puede tener la publicidad siempre me ha llamado la atención el hecho de que determinadas marcas o compañías decidan de la noche a la mañana cambiar el nombre comercial de alguno de sus productos.
Productos o servicios que durante muchos años de nuestra vida tuvieron una denominación se ven renombrados (con mejor o peor suerte) de un día para otro y sin que sepamos muy bien el porqué.
Mr. Proper, que un buen día decidió volverse castizo y comenzar a llamarse Don Limpio. Este caso puede ser de los más conocidos, sobre todo gracias a la campaña publicitaria que lo acompañó y al jingle que se utilizó en ella.
Compañías telefónicas, productos lácteos, hipermercados, coches… prácticamente todos los sectores de lo productivo cuentan con algún ejemplo. Las razones son múltiples y diferentes en cada caso. La Red rebosa de ejemplos y explicaciones sobre los motivos que llevaron a cada compañía a la difícil decisión de rebautizar a alguno de sus hijos con un nuevo nombre, si bien en todos los casos nadie parece ponerse de acuerdo en un motivo concreto y existen decenas de leyendas publicitarias a modo de leyendas urbanas sobre los motivos de tal o cual cambio.
Pero volviendo a Mr. Proper (ahora se llama Don Limpio), no puedo evitar pensar en los sentimientos del forzudo limpiador cuando, sin saber por qué, un buen día Procter & Gamble le comunica que desde la fecha tal su nombre va a ser otro.
Aquello sucedía a comienzos de la década de 2000, cuando en España uno de los libros más vendidos era el insufriblemente neoliberal ¿Quién se ha llevado mi queso? de Spencer Johnson (Ed. Empresa Activa 1999) que bajo tan lácteo título añadía: «una manera sorprendente de afrontar el cambio en el trabajo y en la vida privada».
Aquel bestseller de la era precrisis no era otra cosa que un libelo en favor de la reconversión del capital humano y la flexibilización del mercado laboral interpretado por ratones y liliputienses. Sí, ratones y liliputienses que buscan queso en un laberinto. Puro cinema verité.
Lo que Spencer Johnson, psicólogo y autor de otros manuales de autoayuda para directivos como el fundamental One minute manager quería decirnos era que para sobrevivir en esta (esa) época de cambios lo más importante es adaptarse. Añado yo, adaptarse y reinventarse.
Lo vemos todos los días en nuestro entorno. Todos nos hemos tenido que adaptar a hacer el mismo trabajo (o más) por menos dinero, a volver a vivir con nuestros padres porque no podemos mantener nuestra independencia o porque directamente no podemos encontrar trabajo.
O el otro caso, reinventarnos. Reinventarnos en nuevas profesiones diferentes a las que estudiamos en un principio o en otras diferentes incluso a las que estudiamos en segundo o tercer lugar; o incluso en algunas para las que ni siquiera nos hemos formado. Imagino que algo muy fácil si eres un ratón o un liliputiense, pero no algo que desee para cualquiera de mis semejantes que -lujos a los que nos hemos malacostumbrado- tenemos por hábito esperar progresar en la vida manteniendo una existencia tranquila y que nos permita prever acontecimientos y necesidades.
En conclusión, supongo que ante esto cualquiera desearía que su adaptación al cambio de la que hablaba Johnson se quedase en un simple cambio de nombre o apellido. Le preguntaremos a Mr. Proper y os lo contaré otro día.