Sonreír nunca ha sido tan caro. En el podio de la belleza mediática se encumbran la piel bronceada, el corte de pelo y —trompetas— los dientes perfectos. Todos los artistas los lucen, incluso quienes no los necesitan. Pareciera que nos hemos acostumbrado a que las celebridades nos deslumbren con ese blanco dental, químico y cegador. Hasta Morgan Freeman, ya entrado en añitos, puede lucir una dentadura panorámica hecha de tablas de surf fosforecentemente blancas (Pantone Bright White). Porque si un adulto normal tiene 32 dientes, un actor de Hollywood tiene muchos más.
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Más dientes que un tiburón. Esa proliferación odontológica suele ser la norma y también lo es nuestro aprecio por la sonrisa perfecta como símbolo de belleza y juventud. Por eso cuando se quiere caracterizar a un personaje iconoclasta, estrambótico o simplemente estúpido, se lo representa con una mala dentadura. El público lo acepta, aunque no sea la realidad de todos los días. Pero es lo que ve en pantalla. Tanto que si en ella aparece alguien con los dientes un poco amarilleados y torcidos, pues, ya se sabe que es el malo.
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Las dentaduras postizas cinematográficas han estado presentes desde siempre en la comedia, pero en los dramas resultan algo más nuevas. Una de las más logradas fue la del entrañable John Laroche (Chris Cooper) en Adaptation. De hecho, Merryl Streep se enamora de él aunque a Laroche le falten todos los dientes delanteros. Pero otros actores ya han nacido con dentaduras torcidas y por tanto no precisan ni prótesis ni nada. A esos se los denomina ‘actores de carácter’.
Según Costhelper.com, una dentadura cosmética como la de Morgan Freeman o la de George Clooney, que es mucho más joven, puede costar entre 20.000 y 72.000 euros. Y mucho más si el dentista es un astro por derecho propio. Ahora bien, si uno no cuenta con tanto dinero, siempre puede conformarse con unas fundas dentales o un blanqueo hollywoodense. O no sonreír cuando le cuentan un chiste.
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Eric Fugier, Arthur Glosman o Joseph Goodman encabezan la lista de odontólogos más conocidos de Hollywood. Y allí residen, pues tratan a celebridades de la talla de Bruce Willis, Paris Hilton o Katy Perry. Pero además de sanar y embellecer, algunos de estos odontólogos también se dedican a afear: a crear dentaduras falsas especialmente desagradables para el cine.
El dentista Rick Glassman, uno de los enumerados en la famosa lista, fue quien le hizo a Brad Pitt su prótesis para El Club de la lucha. El director del filme necesitaba que la boca de Pitt pareciera efectivamente destrozada por las peleas. Glass mantuvo éxito y continuó diseñándolas, por ejemplo, la del capitán Jack, que Johnny Depp utilizaría en las tres entregas de la saga Piratas del Caribe.
Pero para quienes se encuentran fuera del circuito del glamour, los dentistas tienen soluciones más realistas. Las bocas de estas personas normales y corrientes se mejoran con prótesis removibles o fijas, parciales o totales, duras y flexibles. Los materiales son diversos y la variedad es amplia. Siempre ha habido remiendos bucales, pero no siempre tan sofisticados. Había que arreglárselas con lo que se tenía a mano: madera, marfil, goma vulcanizada e incluso con dientes humanos.
En Europa del Este y Asia Menor, el gusto en lo que respecta a los dientes es más clásico: prefieren el oro y la plata. Quizá fue ese gusto lo que inspiró a raperos, músicos y boxeadores. Ya se sabe que el oro siempre ha sido un símbolo de riqueza.
Y de rebeldía. Los raperos, que siempre han sido partidarios de espeluznar con lo que sale de sus bocotas, cuando ya han conseguido un éxito o dos, lo hacen con sus piezas de joyería dental: los ‘grillz’ (grill en inglés significa ‘radiador de coche’). Estas fundas de oro encastadas de diamantes, probablemente cubren dentaduras dañadas o irregulares, pero además son una declaración de rebeldía contra la belleza americana estándar. Y un símbolo de éxito para el gueto.
Otros rebeldes son los británicos. Pero mientras los medios norteamericanos son devastadores cuando se trata de la salud bucal, como ocurrió con Nicky Minaj, la prensa europea no parece ser tan quisquillosa. Los británicos, famosos en el mundo angloparlante por sus dientes podridos, no son tan tiquismiquis.
Desde la famosa dentadura del cantante de la banda The Pogues, Shane McGowan, hasta el piño perdido de Amy Winehouse, el mundo de la música ve esta actitud como parte del oficio de provocar: sexo, dientes y rockn’roll. Los de Bowie no fueron una excepción, sólo que en sus últimos años el cantante se reinventó una vez más con su sonrisa inmaculada. El Duke debió de pasar demasiado tiempo en Estados Unidos.
Una foto de Rosana Prada, reproducida bajo lic. CC
Tal es la naturalidad de los ingleses a la hora de hablar de sus dientes que en la BBC, Sir Paul McCartney llegó a contarle esto a su anfitrión, Ronnie Wood:
— Mi padre me aconsejó que cuando llegara a los 21 años, me hiciera extraer todos los dientes y me comprara una dentadura postiza —dijo Sir Paul.
— ¡Eso es exactamente lo que hizo mi madre! —respondió alegremente el guitarrista de los Stones.
Es triste imaginar a un Ronnie Wood sin dientes tocando con los Rolling Stones. Pero algunos traviesos del Photoshop hicieron el ejercicio. Dejaron volar su imaginación con otros artistas y plasmaron cómo se verían estos sin dentaduras.
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Como suele ocurrir, las celebridades marcan el camino y el mercado los sigue. Así es como se popularizaron las sonrisas perfectas y los precios de dentaduras como las de Freeman subieron a alturas celestiales. Hace unas semanas, John Lydon (alias Johnny Rotten, exlíder de los Sex Pistols) dijo en una entrevista: «Pagué mucho dinero para arreglarme los dientes. Y una semana después de colocármelos, porque son todos falsos, me rompí este con un hueso de cereza. Entonces me dije: a la mierda con esto, no volveré a hacerme esa operación en las encías nunca más».
Hoy Lydon, punk eterno y líder de Public Image Limited (un nombre genial para la banda de un músico desdentado) ya está dando batalla de nuevo. Quizá hasta comience una nueva revolución antidentistas. Pero no la veremos por la tele, ya se sabe que sin dientes, la revolución nunca será televisada.