Róterdam es una ciudad de maquetas hechas realidad. Edificios de juguete que los arquitectos imaginan, dibujan y, finalmente, construyen. Un proceso que a los estudios de arquitectura les gusta mostrar y explicar a la gente en general, y a los roterdameses en particular, para quienes, sobre todo, están concebidos estos proyectos. Iniciativas que muy pronto pasan de ser disparates a convertirse en prototipos.
Para hacerse una idea del resultado final, los arquitectos, diseñadores y urbanistas se apoyan en bocetos trazados a mano alzada, en la realidad aumentada y en hologramas realizados con ayuda de la tecnología. Una herramienta que se suma a la patrimonial imaginación de la que hacen gala los habitantes de esta ciudad que solo mira hacia adelante.
El horizonte que dibuja Róterdam es como un jardín en el que crecen muchas más flores que las que se marchitan. Una primavera de edificios a la que este año se ha sumado Depot Boijmans van Beuningen y su revolucionario concepto museístico. Un espacio en el que no importa qué es museo y qué es almacén. Un lugar en el que se muestra cómo se cuida una colección de obras de arte, en concreto la del Museo Boijmans van Beuningen.
Depot es un edificio que se puede identificar con una maceta y con muchas otras cosas más, diseñado por el local estudio de arquitectura MVRDV y que abrió sus puertas hidráulicas, tipo nave espacial, el 6 de noviembre de 2021. Una idea que se empezó a barruntar en 2004, la de construir un edificio en el que conservar y mantener a salvo una colección de arte, y que en 2017 empezó a construirse en el Museumpark de Róterdam.
El Depot se encuentra al lado de la institución que le ha confiado su fondo, el Museo Boijmans van Beuningen. Una relevancia secundaria que recuerda a Tom Hagen, el consigliere de don Vito Corleone.
Los museos tienen algo de icebergs, muestran lo mínimo en comparación con lo que tienen almacenado en sus sótanos. Lo que solemos ver expuesto es entre un cinco y un diez por ciento de sus fondos; del resto, que es casi todo, no sabemos nada. No sabemos qué grandes obras nos están privando de contemplar, grandes en cuanto a número y calidad de las mismas. Arte, en el mejor de los casos, restaurándose, la mayoría de las veces oculto, invisible; potenciales fuentes de emociones embaladas para el disfrute de nadie.
Depot se desmarca de esa tradición museística de esconder las obras de arte que no se pueden mostrar por falta de espacio y les regala visibilidad, la posibilidad de interactuar con el público. Depot significa un cambio tanto a la hora de ver una colección por parte del público como el mantenimiento y conservación de la misma. Depot es un edificio pionero.
Entre que Róterdam es una ciudad situada por debajo del nivel del mar, como gran parte de los Países Bajos, y que el cambio climático también amenaza a las colecciones de obras de arte, el sótano del Museo Boijmans van Beuningen no parecía el mejor sitio para guarda su fondo. Un sótano antiguo en el que se hacinaba e inundaba su colección mientras el propio museo estaba y está inmerso en unas obras renovación que se van a prolongar hasta el 2028.
La única solución que encontraron el arquitecto Winy Maas y su equipo de MVRDV, en colaboración con la dirección del Museo Boijmans van Beuningen de Róterdam, fue la de construir Depot, un depósito externo, fuera del propio museo, en el que guardar su colección. Su colección y la de otros coleccionistas que deseen alquilar algunas de sus salas y sus servicios de conservación. Las piezas que se alojan en Depot es como si hicieran turismo sanitario.
Viendo Depot cómo es por fuera uno no imagina cómo lo es por dentro. Su aspecto exterior hace que se le pueda encontrar parecido con una campana invertida, con un jarrón, con un cuenco e, incluso, con un medio cascarón de huevo, como el que luce Calimero en la cabeza.
Su fachada es un gran espejo de 6.609 metros cuadrados de cristal dividido en 1.664 paneles. Una superficie en la que, dependiendo de las condiciones climatológicas, el tono de la imagen reflejada de la ciudad es uno u otro. Es como un gran mural animado de unos 40 metros de altura, repartidos en seis plantas. Aunque ese dato, desde fuera, es una suposición porque no se ven los pisos, salvo la azotea, en la que se adivina un pequeño parque con pinos y abedules, como si continuara el que hay a los pies del Depot.
Lo que también se puede ver desde el exterior es cómo los camiones entran y salen de las tripas del edificio y descargan y cargan obras de arte. Al ver como sus puertas hidráulicas se abren hacia arriba, uno tiene la sensación de entrar en una estación espacial varada en la Tierra.
Lo primero que se ve al entrar en Depot son unas pantallas que muestran el número de objetos que hay por categorías, igual que si fueran los valores de las empresas del Ibex 35: 69.700 grabados, 19.400 dibujos, 1.200 piezas de mobiliario, 23.800 piezas de cerámica, etc. Así hasta un total de 151.000 objetos, entre los que también hay esculturas y material audiovisual, en una superficie de 15.000 metros cuadrados. Una colección ecléctica, un viaje en el tiempo que va desde el año 1300 hasta el presente.
Todo lo que hay en Depot, incluidas las obras de El Bosco, Rembrandt, Van Gogh, Magritte, Kandinsky, Dalí y Matisse, está almacenado, organizado y expuesto según las dimensiones y las condiciones climáticas requeridas para su conservación, y no por la época ni por los artistas. Hay cinco zonas climáticas diferentes, según los materiales expuestos: metal, plástico, papel y color o blanco y negro, en el caso de la fotografía. Estas últimas son las piezas menos accesibles en Depot por las condiciones de conservación que requieren.
Es posible que el personal que hay en cada sala de Depot tenga que hacer una labor importante de divulgación con el público que lo visite. Ver por primera vez un sitio así es confuso, ni uno sabe dónde se encuentra realmente ni tampoco qué puede ver ni que tocar.
Antes de entrar en uno de los compartimentos de almacenamiento que hay repartidos por las seis plantas del edificio, hay que ponerse una bata blanca a medio camino entre un traje EPI (equipo de protección individual) y un yukata japonés (prenda de ropa veraniega que se suele ofrecer en los alojamientos tradicionales de Japón).
Un joven que parece haber salido de un anuncio de perfumes de Jean Paul Gautier, y que identifico como personal de Depot por un pin que lleva puesto en la camiseta, me cuenta que las obras están catalogadas digitalmente y registradas en la app que te puedes descargar para que la visita a Depot sea más completa y ordenada, si así lo deseas. Como esto no es un museo (es el mantra de este lugar), la mayor parte de los cuadros cuelgan de unos paneles móviles de almacenaje. En uno de esos paneles, por casualidad, acierto a ver la Torre de Babel, de Brueghel el Viejo.
Muchas de las obras de arte están embaladas, empaquetadas en las estanterías, otras piezas de la colección están expuestas en las cristaleras que hay en el transparente atrio, el corazón de Depot atravesado por escaleras suspendidas. Es como estar dentro de un cuadro geométrico del pintor neerlandés Escher. Todo queda en casa.
En Depot, además de almacenar las obras de arte de manera segura, se trabaja. La restauración de las obras es un trabajo visible, igual que la cocina de un restaurante de sushi japonés, en el que el maestro cocinero parece ajeno a su propia falta de intimidad.
No es japonés, pero en la azotea del edificio se encuentra el restaurante Renilde y un espacio para eventos. Ambas estancias, con una vista panorámica de 360 grados de Róterdam. Un buen mirador desde el que contemplar Wasting Life On You, videoinstalación permanente que se enciende al ponerse el sol y que lo que proyecta en la explanada que hay a los pies de este edificio se refleja en su fachada espejo. La oscuridad también necesita arte, parece que es lo que ha pensado Pipilotti Rist, la artista suiza que firma la única pieza que duerme fuera de Depot.