Algunas heridas son bellas. Los japoneses tienen su propia técnica, el kintsugi, para enlucirlas. Es algo más que la reparación con oro de la cerámica hecha pedazos: es la reivindicación de la belleza de lo roto. Por el mismo motivo, existe el Museo de las relaciones rotas, que fue un museo itinerante hasta que se asentó en Zagreb. Y con esa finalidad llega a las librerías El amor después del amor (de la editorial Bridge), donde Laura Ferrero y Marc Pallarès recogen la historia detrás de discos, canciones, películas y libros que no habrían existido sin el dolor de sus creadores.
De los duelos se salva aquello en lo que se convierten: piezas de arte que en el futuro acompañarán a quienes pasen por una situación idéntica. Debemos tanto al desamor ajeno.
El dolor siempre ha sido motor, pero hay un dolor que tiene más potencial que el resto: el del amor cuando se va. Esas obras a base de restos del naufragio siempre contienen un mensaje muy claro: estoy creando esto para superarlo, para olvidarte. O para que sepas que te odio (porque aún te quiero).
Que Laura Ferrero se ha convertido en la escritora del desamor y de las pérdidas es ya una certeza. Sus libros Piscinas vacías (relatos) y Qué vas a hacer con el resto de tu vida (novela) sugieren su relación constante con cualquier tipo de duelo o sus ganas de entenderlo. Debemos tanto a Laura Ferrero como a los protagonistas de El amor después del amor.
Para seguir contando historias de desamor (esta vez reales), a ella se ha unido el ilustrador Marc Pallarès. Ambos estaban en un café de Gràcia, en Barcelona, hablando de Bon Iver; concretamente, de su disco For Emma: Forever ago. Ahí, en ese momento, dicen, nació El amor después del amor. Y de manera parecida terminó: en un bar, hablando de Famous blue raincoat, de Leonard Cohen.
Bon Iver o la nada en busca de refugio
Bon Iver se llama Justin Vernon y una vez lo perdió todo. Sin grupo, sin dinero, sin salud y sin novia, se refugió en una cabaña. Allí hacía pocas cosas. Apenas ver Doctor en Alaska. Y recordaba, recordaba mucho. Por las noches acudía a las pérdidas de los últimos seis años de su vida. Para ser exactos, eran esas pérdidas las que acudían a él en sueños. De aquellos recuerdos nació For Emma: Forever ago.
Pero Emma no era una mujer. O, al menos, no era una sola mujer. Fueron varias o fue una alegoría. O un anhelo.
«Sin la pena que le ocasionó Emma al cantante Justin Vernon, sea quien sea esa Emma, nos habríamos quedado sin algunos temas tan increíbles como Skinny love o Blindsided. Por otro lado, si Shophie Calle no hubiera conocido a un tipo que se despidió de ella por escrito y con un “Cuídese”, no habríamos podido asistir a esa increíble instalacion en la que lo contaba. O si el marido de Sharon Olds no la hubiera dejado, nunca podríamos haber relacionado la marca de un vino con una historia de amor maltrecho», escribe Ferrero en el prólogo.

Estas y otras heridas comparten rasgos. A menudo, son triangulares. La historia de Nacho Vegas, Christina Rosenvinge y Roy Loriga se convirtió en dos discos (El manifiesto desastre y Tu labio superior) y en un libro (Ya solo habla de amor). Si George Harrison, Eric Clapton y Pattie Boyd no se hubieran conocido, hoy no conoceríamos Layla. Del triángulo Sylvia Plath, Ted Hughes y Assia Wevill resultaron dos diarios poéticos (Cartas de cumpleaños y los diarios de Sylvia que Ted quemó tras su muerte), pero también dos suicidios.
En otras historias de desamor creativo solo hay dos protagonistas, pero el ingrediente necesario siempre solo es uno: alguien que se siente abandonado. Sea o no así. Los hechos pasan aquí a un segundo plano, es la percepción lo que cuenta.
A unos el arte les sirve como catarsis. Para dejar de llorar, para reprochar, para vengarse. 500 días juntos, por ejemplo, no es más que un plato muy frío y envenenado con aspecto de película. Termina así: «Cualquier semejanza con personas vivas o muertas es pura coincidencia. Especialmente tú, Jenny Beckman. Perra». Sí, Summer era Jenny.
Por si no había visto su película, Scott Neustadter entregó a Jenny el guion. «Sin embargo, cuando Jenny le respondió, le felicitó porque le había encantado la historia. Y le dijo que se había sentido muy identificada», escribe Ferrero. Pero no fue en Summer en quien se vio reflejada, precisamente. El desamor siempre tiene dos versiones paralelas o incluso tres. En cada una de ellas, el quién es el cómo.

Quizá el arquetipo definitivo de todas estas historias sea el disco Rumours, de Fleetwood Mac. Ferrero lo llama «el disco de las rupturas». Ocurrió así: la banda estaba formada por dos parejas y un quinto miembro. Durante la grabación de Rumours, Christine dejó a John por el técnico de luces y Stevie abandonó a Lindsey. A Mick, que tenía pareja fuera del grupo, su mujer lo dejó por teléfono en ese momento. La banda siguió unida y terminó de grabar un disco en el que ocurrió lo previsible: se dedicaban canciones los unos a los otros.
En todas las historias que Ferrero ha escrito y que Pallarès ha ilustrado, «el arte aparece como un elemento clave a la hora de superar una ruptura. O al menos a la hora de integrarla». Todas sugieren la definición que ella da de ficcionalizar: «Es una manera de decir: lo que he escrito es verdad, pero hubiera querido que no lo fuera».
No sabemos si este libro es fruto de un desamor. O de dos. Lo único evidente es que dos adeptos a los finales que son principios se han unido para honrar las heridas ajenas que tantas alegrías y tristezas nos han dado. Y esa es una de las formas del amor.

Vulnicura de Björk me parece el álbum más poderoso que se ha escrito sobre el desamor. Algunos versos son increíbles, dan para cita atemporal.