Desengaño

Salir de la mentira debería ser una liberación. Una alegría para el espíritu. Un renacer. Pero no. Eso a lo que llamamos desengaño es uno de los sentimientos más dolorosos que podemos experimentar. Porque no todo es ver la luz. La luz, a veces, ciega y duele a los ojos. Y la mentira puede ser tan dulce que hubieras deseado vivir engañado para siempre.

El primer desengaño lo tenemos de niños. Y ocurre siempre cuando la Navidad ronda, bien antes, bien después. Siete, ocho… diez años escribiendo cartas repletas de deseos y soñando con ese viaje alucinante que hacen tres ancianos reyes desde oriente para acabar descubriendo que los únicos reyes del timo que visitan tu casa son tus padres. Doble desengaño. Los Reyes no existen y tus padres también mienten.
Cómo querer saber dónde está la luz de la verdad si esa mentira es mucho más hermosa. Desengaño es que te jodan la infancia con las verdades adultas que no has pedido conocer.
Pero la vida sigue andando y los desengaños siguen llegando. Más luz sobre tu oscura vida. Y te llega el amor. Te enamoras, tu vida se acelera y se llena de sol, te sientes pleno. Paseas de la mano con esa persona que te parece tan especial, tan distinta a todos, tan igual a ti y tan cercana. Y todo es luz y primavera.
Hasta que un día, mientras tomas una cerveza con ella en una terraza del centro, te das cuenta de que no te gusta cómo mastica las aceitunas. O de cómo coloca los labios para beber. O de que ese diente algo torcido que le daba un aspecto desenfadado a su boca no tiene nada de gracioso y sí de necesitar urgentemente una ortodoncia.
Ya no es tan especial ni tan igual a ti. Era mentira, no había luz sino sombra. Ya no te quiere. Ni tú quieres a esa persona. El amor sin filtros de Instagram es bastante más feo. Os habéis descubierto sin maquillaje y no os gusta lo que veis.
Entonces llega el sabio que te cuenta la verdad. Que te abre la puerta a la razón porque el corazón es ciego. Desengáñate, no era la persona adecuada para ti. Pero a ti qué más te da ya lo que te puedan decir, si la verdad se ha abierto ante tus ojos y una vez más tampoco te ha gustado.
Nos desengañamos cuando pierde nuestro equipo ese campeonato en el que partía como favorito. Nos desengañamos al entrar al cine y descubrir que la mejor película del año es una mierda pedante y aburrida. Nos desengañamos cuando los ojos de nuestros hijos no se quedan con el color azul con el que nacieron. Nos desengañamos cuando descubrimos que todas esas sensaciones no son desengaños: son frustraciones. Ya no somos tan listos ni tan sabios. El diccionario vuelve a ganar.
Desengaño sufrieron Quevedo y Góngora, Cervantes y Lope. Porque el Siglo de Oro no relucía tanto como el oro que se hundía en el mar y el hambre y la miseria llenaban sus despensas.
Desengaño le dio nombre a una calle de Madrid con una extraña leyenda de damas misteriosas y etéreas que se cruzaban en el camino de dos litigantes. Desengañados quedaron ambos al descubrir el misterio.
Desengaño. Ese «conocimiento de la verdad con que se sale del engaño o error en que se estaba». Esa «palabra, juicio o expresión que se dice de alguien echándole en cara alguna falta». Esas «lecciones recibidas por experiencias amargas». El diccionario se encarga de devolvernos a la realidad.
Qué extraña palabra esta, que debería dar alegría, pero te deja un regusto amargo. Salir del engaño, romper las cadenas de una mentira que te mantiene atado. La verdad os hará libres, dicen los sabios. No advierten de que esa libertad va a doler. Serás más libre. Serás más sabio. Serás también más infeliz. Desengáñate.

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