Objetivo: desinvertir en petróleo

16 de diciembre de 2014
16 de diciembre de 2014
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Desinvertir en petróleo. Puede sonar a utopía o a milagro, pero en eso estamos. Lo que empezó como una campaña marginal en las universidades norteamericanas hace tres años, ha cuajado en un movimiento mundial, ha logrado convencer a la familia Rockefeller y llama ahora a las puertas del Papa Francisco
«Su Santidad, le urgimos a que el Vaticano abandone la inversiones en combustibles fósiles como una cuestión de integridad. (…) Una decisión así no es solo es necesaria, sino incluso profética, y hablaría claramente sobre la desinversión en petróleo como una de los pasos más significativos para evitar la disrupción del cambio climático. Usted puede tener la influencia que necesita deseperadamente la humanidad para cambiar de rumbo», reza el manifiesto de Divest the Vatican.
La Iglesia Anglicana ha dado ya un primer paso y ha advertido a BP y Shell que podrían retirar sus inversiones en los dos gigantes del petróleo si no dan un ostensbile volantazo en la lucha contra el cambio climático. El arzobispo anglicano Desmond Tutu ha sido de una voces más notorias en arropar la campaña y ha comparado el ‘imperativo de la desinversión’ en las petroleras con el ‘boicot a las empresas que apoyaban el apartheid’.
Algo se mueve en el horizonte, y puede que la caída del precio del barril no sea más que un síntoma. La zozobra de BP, que se rebautizó como Beyond Petroleum para luego dar marcha atrás y ahogarse en el mayor derrame de petróleo de la historia, es tal vez la metáfora más ilustrativa. En el otro lado de la balanza tenemos al gigante alemá E.ON, que ha decidido soltar el lastre del petróleo y comprometerse con la ‘Energiewende’, la transición enegética alemana.
Aunque el ‘giro’ empezó a palparse tal vez el 21 de septiembre, cuando más de 250.000 personas tomaron las calles de Manahattan y unas 700.000 hicieron lo propio en todo el planeta (con escaso eco en España, todo hay que decirlo). Ese día, Bill McKibben, fundador de 350.org y activista del clima pudo decir aquello de ‘misión (casi) cumplida’.
«Tenemos que construir un movimiento lo suficientemente grande para contrarrestar a las fuerzas más poderosa del planeta: la industria del petróleo», sostiene McKibben, recién galardonado con el ‘nobel’ alternativo (Right Livelihood Award). «Los políticos les tienen miedo a ellos, y va siendo hora de que nos tengan miedo a nosotros».
Con espíritu combativo, forjado en las incontables detenciones ante la Casa Blanca en protesta contra el oleducto de Alberta a Texas, McKibben deja estos días como testimonio su libro Petróleo y Miel, emparentado en la lejanía con El Fin de la naturaleza, la primera obra divulgativa sobre el cambio climático.
Cumplidos ya los 54, McKibben cree haber aprendido unas cuentas lecciones en su larga carrera de ecologista y su década intensa de activista en la trinchera: «Tenemos la ciencia con nosotros desde hace tiempo, pero esta no es una lucha que vayamos a ganar con los hechos y con los datos. Esta es esencialmente una lucha de poder contra la industria de los combustibles fósiles, que es la más rica del planeta. Nuestra única esperanza es combatir todo ese dinero con los ‘activos’ más valiosos de nuestro movimiento: nuestra pasión, nuestro espíritu y nuestra creatividad».
Así fue como surgió en 2011 la idea de lanzar una campaña por la ‘desinversión’ en combustibles fósiles, pidiendo la congelación de inversiones en las 200 principales compañías asociadas a la producción de petróleo, carbón y gas. El argumento moral para dejar de invertir energías fósiles lo da el propio McKibben con un cálculo así de persuasivo…
«Si queremos evitar un calentamiento mayor a dos grados, el punto en que según los científicos podría producirse un cambio catastrófico, tendremos que limitar las emisiones a 565 gigatones de CO2. Ese es nuestro presupuesto máximo. Y sin embargo, la industria tiene ya 2.795 gigatones previstos en sus libros de contabilidad. Esa es cinco veces más la cantidad que podemos permitirnos quemar».
Con voz tímida, el secretario general de la ONU Ban Ki Moon se ha sumado hace unos meses al coro de las súplicas: «Por favor, reduzcan ustedes sus inversiones en energías fósiles y avancen hacia las renovables». La palabra ‘desinversión’ se ha colado ya en la jerga de las negociaciones del clima, y es de esperar que la llama vaya a más entre Lima y la cumbre de París a finales de 2015.
La campaña DivestInvest –auspicidada por organizaciones como 350.org, FossilFree, People & Planet, Operation Noah o Move Your Money– ha logrado hasta la fecha el respaldo de 800 compañías, instituciones y ayuntamientos en todo el mundo, que se han comprometido a ‘desinvertir’ el equivalente a 60.000 millones de euros. Entre los firmantes más recientes está el Colegio de Médicos Británico y la Universidad de Glasgow, la primera institución educativa europea, comprometida a romper sus lazos con Shell, BP y Chrevron en diez años.
El 13 y 14 de febrero se celebrará el Gran Día Mundial de la Desinversión, y la presión de aquí entonces se pondrá en la complicidad de los bancos y en la obligación moral de las grandes compañías (empezando por el Vaticano) en forzar un volantazo de dimensiones copernicanas:
«Su Santidad, a pesar de los riesgos conocidos por el aumento de la emisión de gases invernadero, conviene recordar que el 55% del dinero en los bancos se invierte en industrias de intensa producción de carbono, mientras que solo el 2% se hace en industrias bajas en carbono. (…) Reinvertir en la generación de energía renovable, en eficiencia energética y en tecnologías bajas en carbono es una respuesta práctica y ética».

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