Una inversión es el proceso de cambiar los ingresos durante un periodo de tiempo por un activo que se espera que produzca beneficios en un tiempo futuro. Un clásico son los índices de bolsa, los bonos, las propiedades inmobiliarias… La clave es la diversificación. Ya mencionada hasta en el Talmud, donde recomiendan tener un tercio del activo en comercio, otro en efectivo y el último en tierras, los inversores de hoy en día pueden llegar a apostar por cosas realmente truculentas.
Bonos David Bowie
Este es el apodo común que tienen los llamados celebrity bonds, un tipo de producto que se basa en que los inversores pagan un dinero al poseedor de una propiedad intelectual basada en la fama a cambio de ser ellos los que recolecten los royalties que se generen. Ziggy Stardust fue quien hizo historia, además de en la música en el mundo financiero, cuando en 1997, se tituló una pieza Bowie se vende a sí mismo en Wall Street. Detrás estaba David Pullman, un hombre que recibe el curioso título de inversor en rock’n’roll.
Fue la compañía Prudential Insurence quien pagó 55 millones de dólares de 1997 por los royalties de toda la carrera discográfica de Bowie previa a 1993, que incluyen clásicos como Space Oddity, The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, Heroes o The Man Who Sold the World. Según el diccionario económico Investopedia, tuvieron un tipo de interés de 7,9% y duraron 10 años. Pullman realizó la misma operación para gente como Ashford & Simpson, los Isley Brothers y James Brown, pero Moody’s bajó su calificación en 2004 al filo del bono basura cuando las ventas de álbumes comenzaron a caer por el auge de Internet.
Derivados del tiempo
En su formulación más sencilla, los derivados no eran más que adelantos por un producto futuro, como un agricultor que ponía un precio para su siguiente cosecha y se vendía el derecho a adquirirla, pudiendo invertir ese dinero en la producción e ir mejorando. En su forma actual, hay derivados de cosas muy raras, incluidas la meteorología, solo que no se vende ni comprar una mercancía, sino la posibilidad de que el tiempo cause pérdidas económicas. A diferencia de un seguro, que cubre una posibilidad escasa de alta riesgo, derivado de tiempo cubre una eventualidad de bajo riesgo pero alta probabilidad.
El primer derivado de este tipo, firmado en 1996 entre Aquila Energy y Consolidated Edison, puede ilustrar como funciona. ConEd compraría energía eléctrica a Aquila durante el mes de agosto, pero el contrato incluía una clausula: si el mes era más frío de lo esperado, con lo que habría menos consumo asociado a aparatos como aires acondicionados, Aquila debería pagar un reembolso a ConEd. Un año después se realiza la primera transacción de estos derivados en el mercado extrabursatil over the counter, y en el 1999, el Chicago Mercantile Exchange, heredero de uno de los más antiguos del mundo en derivados, dio otro paso adelante e introdujo este mecanismo en un sistema abierto con audiciones electrónicas y una transparencia al uso en el descubrimiento de los precios.
Bonos de impacto social
El más reciente de estos productos raros son los bonos de impacto social, también llamados social innovation financing o pay for success. Básicamente, consisten en un contrato entre el sector público y el privado. El primero le encarga un problema a un intermediario que es el responsable de buscar capital de bancos, inversores privados, fundaciones… y también a la organizaciones que lo llevarán a cabo. Si el proyecto alcanza sus objetivos, la Administración paga a los inversores basándose en el ahorro que le ha supuesto este éxito.
El primero de estos programas se puso en marcha en Reino Unido durante el año 2010 para financiar un centro de rehabilitación de presos. En este caso, los inversores lograrían sus beneficios en caso de que la ratio de reincidencia entre los que atendiesen al programa cayese al menos un 7’5% desde el 75% de media. El retorno máximo sería de un 13% y se basaría en lo que el Estado se ahorraría por no tener que construir otra prisión.