Un líquido se ha derramado sobre la portada de junio de la revista Yorokobu. De las estrías y las ondas del papel empapado parecen surgir unas letras. Una Y se insinúa. Brota en la esquina una U. Entre los colores, los brillos y las sombras, se alzan unas líneas que, entre cadenas montañosas, insinúan la palabra Yorokobu.
La ha dibujado el director de arte Adrià Molins. La ha compuesto como una obra más entre las miles de ondas, curvas y rutas esféricas que lleva años dibujando. Entre sus tantas ilustraciones que se mueven como si el agua las zarandeara. «Me gusta mucho trabajar con texturas de fluidos», explica el director de arte.
En cuanto pensó en la forma de mostrar a los protagonistas del monográfico de Yorokobu dedicado a los fluidos vio una escena: imaginó a alguien echando un vaso de agua sobre la revista. El papel, al absorber el líquido, crearía miles de lecturas. Unos verían unas montañas; otros, unas cápsulas de regaliz; algunos, palotes.
El diseñador gráfico lo explica así: «Es como cuando uno dice: “Yo veo un caballito”. Y otro dice: “Yo no veo nada”. Cada uno ve lo que quiere».
En realidad es solo una forma de imaginar, de dejarse llevar por los sentidos y el primer impacto. Y después… quizá… «de manera fortuita, se consigue leer la palabra Yorokobu».
Saboreo un 11‰ de cápsulas de regaliz y madera, me huelo un 22% de salitre, mezo caldos submarinos plásticosos y me mezo en voz meliflua en 33 %. El resto solo es imaginación sinestésica telepática. Visto para sentencia; lo volveremos a hacer.