Dislike, Mark

14 de octubre de 2015
14 de octubre de 2015
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Mark Zuckerberg forma parte de ese grupo de personas expertas en el noble arte de lo que podríamos llamar ser más listos que nadie: es un hombre cuya astucia e inteligencia van por delante de quienes le rodean, y tiene la mente entrenada para ganarle batallas al tiempo y al entorno. Un tipo que sabe anticiparse y al que no le tiembla el pulso cuando tiene que tomar una decisión unilateral.
Precisamente esa capacidad de anticipación ha convertido a Facebook en una empresa con un fuerte componente innovador en la que la introducción de actualizaciones es frecuente y ágil, implementando cambios que no suelen conllevar demasiada inversión tecnológica ni exigen mucho trabajo al usuario. La mayoría de las veces se trata de mejoras e introducciones que afectan al aspecto más social de la plataforma.
Todo lo que respecta a la expresión de emociones de los usuarios de la red social  –por medio de elementos gráficos- es algo que ha parecido importar bastante a Mark y sus hombres en los últimos tiempos. Primero, aparecieron una suerte de estados dentro del estado: emoticonos y frases que contextualizaban lo que el usuario expresaba en el estado, situando la acción e indicando su ánimo/sentimiento ante el relato o pensamiento compartido más abajo.
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Después, tras meses —tal vez años— de especulaciones acerca de la posibilidad de alterar la unidad más básica de interacción en Facebook, el Like, Mark y su pandilla decidieron acometer el cambio. Había llegado la hora de retocar y readaptar aquel átomo de interacción que ha definido a la red social desde su origen y ha tenido un impacto claro en la cultura de los usuarios.
Ese impacto del Like se explica, en gran medida, gracias a esa característica atómica. Básica, fugaz, instantánea. El Like es una forma de expresar accesible y fácil —y, por tanto, en ocasiones algo incierta— que ha calado en los usuarios, hasta el punto de convertirse en pauta (con ciertas modificaciones) en numerosos entornos de internet. Ha entrado a formar parte del código comunicacional diario de cientos de millones de personas.
Hemos podido ver cómo gran cantidad de usuarios clamaba, durante largo tiempo, por la introducción de una alternativa al Like que diera la posibilidad de expresar disensión o desaprobación: un gran número de personas pedía un cambio que supusiera no una sustitución del átomo de expresión que expresaba el Like, sino una extensión que permitiera contemplar la opción contraria. Un elemento de comunicación que evolucionara esa unidad expresiva a un binomio: acuerdo-desacuerdo, aprobación-reprobación, alegría-decepción, y así con cualquiera de las expresiones inicialmente imputables al Like.
Pero los planes del brillante chaval de los negocios no eran esos. La pasada semana, Facebook lanzó los llamados reaction buttons, una serie de emoticonos que amplían las posibilidades expresivas del Like, introduciendo una nueva variedad de emociones/reacciones en una lista en la que, hasta entonces, solo existía una.
Como dejándose llevar una vez más por la emoji fever, el gigante social decidió resolver la diatriba de las posibilidades de existencia del Dislike instaurando un nuevo sistema que permite manifestar con las ya conocidas caras amarillas diversas sensaciones, entre las cuales, sorprendentemente, no existe el Dislike. Es cierto que las nuevas y flamentes opciones incluyen dos reacciones negativas y por tanto relativamente antagónicas al Like (tristeza/enfado), pero la opción de decir que algo no nos gusta, con un elemento que represente verbal e iconográficamente la clara alternativa al Like, sigue sin existir.
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Lo curioso es que las especulaciones de los usuarios jugaban exactamente con esa idea: la del icono de un thumb down que tuviera el mismo código visual que el Like y permitiera una polarización de reacciones ante los contenidos. Aunque muchos usuarios podían haber deseado o al menos imaginado la existencia de un mayor abanico de emoticonos de expresión como alternativa al Like, el público veía el Dislike como el producto que representaba la evolución lógica en este ámbito de la comunicación dentro de Facebook.
Pero Mark, ese agudo empresario de pelo claro y aspecto casi extraplanetario, ha vuelto a dar un volantazo y ha cogido el carril BUS-VAO de la lógica empresarial, quebrando la norma de lo fácil y esperable y marcando el camino a quien quiera seguirle; retocando de nuevo la red social a su antojo, queriendo ir más allá —y, por qué no decirlo, estar por encima— de las opiniones y peticiones de los usuarios. Con el derecho que le otorga ser propietario, inventor, genio y millonario.
Y es muy probable que una vez más –es increíble lo poco que nos cuesta adquirir hábitos en plataformas sociales y en especial en la de Mark- integraremos los nuevos botones a nuestro uso diario de Facebook. Encontraremos divertidos usos para las nuevas opciones que se nos presentan, y quizá incluso nos olvidemos de aquel Dislike que un día ansiábamos.
Quizá encontremos en el Me enfada la opción con la que canalizar el torrente de reacciones negativas a los posts, y el emoticono del tipo furioso con la cara roja se convierta en aquel pulgar hacia abajo que pedimos durante años para poder contraponer al Like. Y quién sabe si el uso no se concentrará, en su mayoría, en estas dos opciones (Me gusta-Me enfada), enseñando al genio de Mark que al final solo se trataba –como casi siempre- de tener un mecanismo fácil con el que reprobar o protestar más allá del Like. Que lo que nos gusta es poder decir qué nos gusta y qué no sin tener que obligarnos a afinar en exceso cada vez que queramos reaccionar de forma rápida ante lo que un contacto comparte en una red social.

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