Dos años de trabajo y un resultado invisible

Se dice que la estética de la arquitectura contemporánea es la que es, en buena parte, por el famoso ‘menos es más’ de Van Der Rohe, una declaración de principios que hoy suena a mantra y que es posible que haya perdido parte de su sentido original. En lo que a recuperación de espacios urbanos se refiere, por lo menos, la sencillez queda a menudo relegada sin remedio entre las pilas de papeles de los marcos de actuación y las vías de implementación. Nos falta, seguramente, intervenir menos para generar más. Por suerte, esa tendencia a pasar de puntillas sobre un rincón determinado de la geografía urbana y recuperarlo sin fanfarria ni orquesta aún late de vez en cuando lo suficiente para que uno no sea del todo pesimistas. El caso de la recuperación del Turó de la Rovira, en Barcelona, es uno de esos proyectos que reconfortan. Mucho. Se trata de un cerro que se alza en plena ciudad a 260 metros sobre el nivel del mar, un espectacular mirador panorámico con vistas a 360 grados y que, por fortuna para los vecinos, siempre ha quedado apartado de las rutas turísticas barcelonesas.

El caso es que el enclave, que se encontraba en un estado ruinoso en 2005, fue paulatinamente recuperándose gracias al ímpetu de los vecinos de la Asociación de Vecinos de Can Baró y decenas de voluntarios, que durante tres años retiraron escombros y colocaron las bases de una dignificación del cerro. El último granito de arena lo aportaron los estudios de arquitectura Jansana de la Villa de Paauw y AAUP, que en 2009, y durante dos años de trabajo codo con codo con los vecinos de los barrios colindantes y el Museo de Historia de Barcelona (MUHBA), llevaron a cabo un proyecto oficial de intervención en la zona. El objetivo era dignificar el espacio, recuperar la historia del lugar -de la que ahora hablaremos- y hacer todo ello con una intervención mínima, sin apenas crear estructuras nuevas. El reto se ha logrado y es, seguramente, un ejemplo perfecto de como haciendo poco se puede conseguir mucho más.

Carlota Coloma, Adrià Lahuerta y Leticia Pasamontes son los tres integrantes de la productora 15-L. Films. A ellos también las pareció un proyecto atractivo, así que este verano comenzaron a filmar el documental ‘La intervención invisible’, un trabajo audiovisual que recoge, precisamente, todo el proyecto llevado a cabo en el Turó de la Rovira: la historia del lugar, la opinión de los vecinos que viven allí, así como de arquitectos y arqueólogos que participaron en todo el proceso de recuperación. «Conocíamos de cerca el proyecto y cómo se desarrolló», explica Adrià a través de una conversación por Skype. «Nos pareció que podría ser interesante dar a conocer como se ha trabajado en un lugar de la ciudad tan pequeño pero que concentra tanta historia, y como se ha logrado regenerar y ‘museizar’ el cerro con una intervención casi imperceptible».

La historia que mantiene a buen recaudo la cima del cerro del Turó de la Rovira es un auténtico tesoro. Hay restos de un antiguo asentamiento íbero, partes de las viejas barracas que se amontonaron en estas laderas a partir de los años 60 (hasta que los Juegos del 92 obligaron a un intenso lavado de cara a la ciudad condal) y una batería antiaérea con cuatro plataformas de tiro que se usó durante la Guerra Civil para defender la ciudad frente a la aviación franquista. Pero todo ello estaba enterrado.

«El primer paso consistía en sacar de allí todos los cascotes que se habían acumulado en la zona», cuenta Carlota. «Después de que se tiraran las últimas barracas, en el 91, se tapó la batería con los escombros y la zona quedó abandonada». Durante años, este mirador natural se convirtió en un sitio poco aconsejable durante la noche, incluso para muchos vecinos. De ahí que todo el proyecto de dignificación naciera, en parte, de los propios habitantes del cerro. Una vez se limpió la zona, llegó el momento de rehabilitar. «La idea principal era poner de relieve los estratos del pasado, restaurarlos y asegurarlos. Todo ello con una intervención mínima».

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Adrià cuenta como durante los tres años que duró el proyecto «se creó un equipo de trabajo muy orgánico, muy colaborativo». Cada uno jugaba un papel fundamental: los arquitectos rehacían los planos sobre la marcha forzados a rectificar a medida que iban retirando escombros y daban con nuevos restos del pasado; los arqueólogos catalogaban y recuperaban todo cuanto salía a la luz; y poco a poco se empezó a dar forma al pequeño museo al aire libre que es hoy el Turó de la Rovira. «Para los arqueólogos es una suerte poder trabajar con restos que han pertenecido a gente que sigue viva», explica Carlota. «Los antiguos barranquistas todavía pueden explicar qué es y para qué servían muchas de las cosas que han aparecido. Algunos arqueólogos nos decían que ojalá pudieran hacer lo mismo con los romanos».

Después de casi medio año trabajando en el documental, recogiendo material, montando, diseñando la gráfica y el cartel (a cargo de L’Estudi Amagat) y devanándose los sesos para conseguir más financiación ‘La intervención invisible’ está ya a pocos pasos de ver la luz. Además del testimonio de los protagonistas, el documental recoge imágenes antiguas de cómo se vivía en el cerro y de cómo las ruinas cambiaron la fisionomía de este rincón.

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«Nos dábamos cuenta de que al ser humano le gusta dejar su huella. Esas marcas están aquí y la intervención buscaba, precisamente, conservarlas. Por eso -dice Carlota- era tan importante para nosotros que en el docu se vieran tanto imágenes antiguas como actuales. Puede que al dar una vuelta por el Turó uno piense que sigue abandonado, pero es que es necesario ver cómo estaba antes».

En la cima del cerro habitan hoy la dignidad de un barrio y algunos retales de memoria. No lo parece, pero se ha recuperado un pedazo de historia de la ciudad y un rincón para los vecinos.

Antes:

guerra civil

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Después:

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