Ser actor y ser un borracho no es otra cosa que seguir una tradición de décadas, uno de los usos y costumbres más habituales en el faranduleo maldito del siglo XX. Dennis Hopper, Robert Downey Jr., el Rat Pack o una buena parte de la familia Barrymore manchaban los guiones con el surco del culo del vaso húmedo.
Por supuesto, el número de personajes que, en la ficción, basan su interés en la dipsomanía es, literalmente, no cuantificable. El alcohol ha sido, por tanto, uno de los intérpretes más habituales de las artes escénicas de los últimos siglos.
The Drunk Shakespeare Society pensó que el inigualable autor británico era, sigue siendo, un referente. Pero ¡qué diablos! La interpretación es diversión y no hay acto lúdico que no gane en intensidad con un traguito. Por eso decidieron que la mejor manera de interpretar al dramaturgo inglés era aderezándolo con un mínimo de cinco chupitos de whisky.
No hay nada sesudo en la elección de los libretos. Como explica Scott Griffin, productor de la compañía, la justificación es simple. «La combinación de la bebida y Shakespeare es hilarante. Por supuesto, estamos considerando la posibilidad de explorar otros autores que combinen con el alcohol para un futuro cercano», dice.
Griffin se autodefine como «emprendedor en serie con 16 años de experiencia fundando compañías», sobre todo de entretenimiento. Obtuvo la idea y las ganas de empezar con la iniciativa cuando pasó por el festival Fringe de Edimburgo y vio un montaje llamado Shit-faced Shakespeare. «Decidí que yo también quería combinar a Shakespeare con la bebida, pero en un bar en Nueva York».
El productor explica que, a diferencia de Shit-faced Shakespeare, que hace versiones de las obras muy cercanas a lo tradicional, lo de Nueva York es más contemporáneo.
Explican que son una compañía de bebedores profesionales con un serio problema con Shakespeare. Y así, manejando el equilibrio (o la ausencia del mismo) entre ambos conceptos, llevan ya 200 representaciones. «Mañana sábado cumplimos 200 funciones», declara Scott Griffin. «De ellas, solo recuerdo 3 que se pudieran considerar como malas». Claro que, cuando te pasas dándole a la botella, ¿quién recuerda lo que hizo la noche anterior?
Griffin asegura que se toman la seguridad de los actores muy en serio y que comprueban la idoneidad de sus condiciones. Con todo, el mínimo para comenzar a actuar son cinco chupitos de whisky. «El máximo no está especificado».
El Shakespeare borracho ha credido tanto que se hallan en plena reforma de un nuevo recinto. «Acabamos la obra hace dos semanas y los bautizamos como The Lounge». Han rehabilitado un viejo teatro entre la calle 43 y la 8, han construido una biblioteca de 9.000 ejemplares y han escondido un bar en su interior. «El camarero sirve bebidas al público a través de la estantería. ¡Estamos muy emocionados con este nuevo espacio y esperamos que vengan muchas noches borrachas!», explica el productor.