¿Qué muestra una foto? La pregunta parece absurda por lo evidente. Una fotografía muestra una escena, normalmente real, algo que está ocurriendo en ese momento y que el ojo del fotógrafo capta a través de la cámara. Pero ¿y si una foto mostrase lo que no se ve a simple vista? Una emoción, un sueño, una sensación… Todo eso, lo invisible, es lo que ha fotografiado durante toda su carrera el fotógrafo norteamericano Duane Michals.
La exposición Duane Michals. El fotógrafo de lo invisible es una gran retrospectiva de la obra de este autor considerado uno de los más influyentes del siglo XX. Incluida en la sección oficial de PHotoEspaña 2025, está producida por la Fundación Canal (donde también se exhibe) en colaboración con ADMIRA y comisariada por la crítica de arte, periodista y comisaria independiente Enrica Viganò. En ella se recoge una selección (para la que ha intervenido el propio Michals) de 51 obras, un total de 150 fotografías, que trazan un recorrido por su trayectoria artística desde 1964 hasta sus últimas creaciones de este mismo 2025.

Fotografiar pensamientos
No estaba en los planes de este artista nacido en Pittsburgh (Pensilvania, EEUU) dedicarse a la fotografía. Ni siquiera quiso nunca formarse como tal, aunque la vocación artística sí estaba presente en él, ya que había estudiado Bellas Artes en la universidad de Denver. Pero no fue hasta 1958, durante un viaje por la Unión Soviética, cuando empezó a hacer fotos con una cámara prestada. Aquel fue el comienzo de una carrera que ha tenido dos variantes: por un lado, una carrera comercial, que le ha llevado a colaborar con revistas como Vogue, Esquire, Mademoiselle y Life haciendo fotos de moda y retratos, y que le ha dado la suficiente autonomía económica para practicar su otra vertiente, la artística, que le ha convertido en un pionero de la fotografía conceptual.
Michals rompió con su particular estilo el canon de la fotografía que había iniciado Cartier-Bresson, esa tendencia imperante a captar el momento decisivo. La suya se basaba en crear mundos inventados, no en plasmar un hecho o una realidad. Su trabajo estaba más próximo al surrealismo pictórico que al fotoperiodismo que imperaba en la década de los 60, cuando inició su carrera, teniendo como modelos a los pintores Balthus, Giorgio de Chirico y muy en especial a René Magritte.

Para el artista francés, el arte es un juego cuyo protagonista es el pensamiento, y tiene que servir para convertir ideas en imágenes. Esa filosofía de Magritte influye poderosamente en Michals hasta el punto de transformar su visión sobre la imagen, haciéndole cambiar su estilo hacia una poética donde imagen y texto se combinan de manera única. Podría decirse que en Magritte y en Michals, el pensamiento da forma a lo invisible.
El estadounidense no captaba la vida que se desarrollaba en las ciudades o a su alrededor, sino la no vida. «Cuando miras mis fotografías, estás mirando mis pensamientos», explicaba, y eso es lo que hacía en realidad: tratar ideas literarias y filosóficas sobre temas como la muerte, la sexualidad, el yo y la ideología, con un profundo respeto por la existencia humana y con un marcado rasgo autobiográfico.
Desconocer las reglas de la fotografía para romperlas sin remordimientos
Es fácil identificar la obra de Duane Michals, tan solo hay que fijarse en dos características esenciales que se convertirían en su seña de identidad: el uso de secuencias para contar historias imaginadas, como si fuera una película compuesta por unos pocos fotogramas; y la costumbre de escribir a mano sobre sus copias positivadas breves textos que sirven de contrapunto visual de las imágenes.
Para Michals no es cierto eso de que una imagen vale más que mil palabras, él recurre a ellas para que, además de ver una escena, una historia, seamos capaces de olerla, de palparla, de oírla y de sentirla. «Siempre he pensado que las fotografías no cuentan lo suficiente. Describen muy bien, pero cuando yo añado un texto, lo que hago es señalar algo que no se puede ver», aclaraba en alguna ocasión.

De esta manera, el estadounidense redefine la fotografía convirtiéndola no solo en una manera de registrar lo que ocurre, eso que llamamos realidad, sino que la convierte en medio artístico. «Las fotografías que imagino son para mí algo más que incidentes casuales de los que podría ser testigo. Los procesos de mi conciencia son el material de mis fotografías», dijo una vez Y lo consigue, como él mismo explicó en alguna ocasión, gracias a no tener ningún tipo de formación en este campo. El no conocer las reglas le permite alejarse de las prácticas ortodoxas y tradicionales sin preocuparse por los límites que impone la objetividad fotográfica.
Ese alejamiento se muestra no solo en los temas que trata, sino también en el aspecto formal de su obra. Él no se encierra en un estudio fotográfico, es la ciudad y su propia casa las que ejercen esa función. Para Michals es fundamental el uso de la luz natural y apenas lleva equipo técnico. Más que trabajo de laboratorio, él juega con la doble exposición, las transparencias y los sujetos en movimiento, que dan lugar a imágenes casi borrosas que enfatizan su sentido oculto y misterioso.

También recurre al formato pequeño a la hora de revelar sus fotos y exponerlas. De esta manera, al obligar al espectador a acercarse para contemplar las imágenes, establece con él una sensación de intimidad, que es lo que persigue.
La suya es una fotografía narrativa, mucho más cercana al cine y a la literatura: no hay una única foto y ya, él muestra una secuencia de imágenes que cuentan una historia, a las que suele acompañar un breve texto. De esta manera, consigue desplazar el foco hacia lo emocional, lo poético y lo metafísico.
Sus señas de identidad
Contemplando la obra de Duane Michales, es fácil darse cuenta del enorme papel que la imaginación juega en ella. Pero no como una manera de huir de la realidad, sino de mostrar una forma alternativa de interrogar lo real desde otro lugar. La imaginación le lleva a crear universos fantásticos en los que puede tratar temas trascendentales como la muerte, la existencia o el amor de una forma mágica y alegórica.
Es algo que se ve claramente en obras como El espíritu abandona el cuerpo (The spirit leaves the body, 1968), Un hombre yendo al cielo (A man going to heaven, 1967 y El abuelo se va al cielo (Grandpa goes to heaven, 1989), donde la muerte no se plantea como el final de todo, sino como una transición. Y por ello recurre a las imágenes secuenciales, donde la doble exposición le permite recrear al espíritu abandonando el cuerpo.

En otras ocasiones, el juego de perspectivas y puestas en escena le sirven, igualmente, para representar en imágenes conceptos abstractos o teóricos. Esos juegos le ayudan a plasmar y hacer ver temas internos para los que no basta con un simple vistazo poder entenderlos, sino que requieren de una mayor profundización a la que se llega a través de la contemplación. Un buen ejemplo es la obra titulada Al final del tiempo, de 2023. Entre esos juegos está el uso del zoom y de la distorsión espacial, y mostrar la imagen desde distintos puntos de vista. De esa manera, ofrece al espectador una realidad ambigua, como se ve claramente en El espejo de Alicia (Alice’s mirror, 1974) o en Las cosas son raras (Things are queer, 1973).

Entre todo lo invisible que Duane Michals se ha empeñado en retratar a lo largo de su carrera, están esas sensaciones y experiencias que son difíciles de explicar: una presencia, un presentimiento, una contradicción, el miedo… Él, sin embargo, consigue trasmitirlo a través de sus secuencias de imágenes, como la que se muestra en Encuentro casual (Chance meeting, 1970), donde dos desconocidos se cruzan en un callejón y puede verse en ellos esa sensación inexplicable de creer conocerse, pero no estar seguros de ello. Michals recurre aquí, como en El ángel caído (The fallen ángel, 1968) y El hombre del saco (The bogeyman, 1973) al uso del efecto del movimiento, un truco que le sirve para transmitir esa sensación amenazadora que solo percibimos más allá de los cinco sentidos.
Retratos sobre personas, no de personas
La faceta de retratista de Michals también está recogida en esta exposición. Sin embargo, los suyos no son retratos al uso. No mira a las personas para buscar dentro de ellas, sino que sugiere la identidad del retratado a través de la interacción del sujeto con el entorno, la creación de una atmósfera y el disparo que recoge y narra el encuentro. Es lo que él denomina «retrato en prosa»: no es un retrato convencional. Trata sobre una persona, más que de una persona.
Liza Minnelli, Dustin Hoffman, Robin Williams, David Hockney, Clinte Eastwood, Meryl Streep, Marcel Duchamp, Magrite, Balthus, Passolini, Tilda Swinton, Grace Coddington y Andy Wharhol son algunos artistas y celebridades a los que ha retratado. Warhol, incluso, fue amigo suyo en la infancia, aunque con los años acabaran distanciados y su opinión sobre el precursor del pop art no fuera muy buena.

«En cuanto se hizo famoso, dejé de saber de él hasta que me tocó fotografiarlo. Esos retratos son bastante fieles a su verdadera imagen: Andy era un chico sin personalidad, casi una falsificación de sí mismo», explicó sobre una secuencia de tres retratos de 1972 en los que Warhol va desvaneciéndose por el movimiento hasta casi desdibujarse por completo.
También él mismo se autorretrata en varias ocasiones y en distintas escenas. Es quizá en esos retratos propios donde más se puede ver su enorme sentido del humor y de la ironía, rasgos que están presentes también a lo largo de toda su obra.

Pero Michals también muestra en sus fotografías la indignación que siente ante ciertos temas. Él es un hombre con fuertes opiniones sobre cuanto le rodea y toma partido. Sus imágenes buscan sacudir conciencias, pero no de una manera convencional. Denuncia el racismo, la homofobia y las guerras, pero acude a la poesía y a la metáfora para plasmarlo. Su indignación no pretende ser una verdad absoluta ni busca hacer pedagogía, solo quiere hacer reflexionar.
Es aquí cuando los textos manuscritos cobran más sentido, ya que le sirven como un dispositivo más de visibilización y de denuncia. El hombre desafortunado (The unfortunate man, 1976), un alegato contra la homofobia, y Lo negro es feo (Black is ugly, 1947), en la que denuncia el racismo, son dos buenos ejemplos.

Duane Michals. El fotógrafo de lo invisible podrá verse en Fundación canal (Madrid) hasta el 24 de agosto.
Imagen de portada: El hombre iluminado, 1968. © Duane Michals Inc. / Cortesía de Admira Milano.