Hay un lugar remoto en las profundidades de la mente donde ocurren episodios desconocidos. A veces duermen y quedan ahí para siempre. A veces escapan y se transforman en dibujos, letras o acordes. Tienen sus propias normas y sus propios ritmos. Y escapan al dominio de Dios aunque él quisiera ser amo y señor de todo, y ese fuera su oficio.
Desde ese pasaje incierto surgen imágenes fortuitas. Ilustraciones sin planificación que Eduardo Bertone descubre mientras dibuja. Mientras él las dibuja. Es su autor y, a la vez, su primer espectador. «Todo nace de forma inconsciente y espontánea», explica el artista. «Luego trato de verlo de un modo más racional y darle una coherencia. Procuro que el resultado final tenga una composición más pensada y que haya una coherencia en los colores. Dar orden al caos».
Bertone parte de la intuición y se deja llevar. «Al trabajar de forma espontánea, logras conseguir algo más personal e inconsciente. A veces te sorprendes a ti mismo. Si hubieses pensado mucho lo que querías hacer, no hubiese salido nada de eso».
De esa falta de esquema previo surgen dibujos «conceptuales» y dibujos «inconscientes». A veces unos, a veces otros. «Lo que crea una persona acaba reflejándola a sí misma. El significado está ahí», comenta. «No intento hacer algo que necesite explicación para que se entienda. No me gusta ser muy obvio en mis significados. Que cada uno cree su propia interpretación».
El espacio en blanco es para Bertone algo así como caer rematadamente por la borda. No hay un milímetro sin dibujo ni color. El silencio podría convertirse en la grieta por donde se esfuma todo lo demás. Por eso el argentino no deja lugar a la nada en sus ilustraciones. Por eso o por un motivo que ni él mismo conoce. No sabe justificarlo. Lo único que puede hacer es dibujar hasta que el escenario se acerca más a lo infinitesimal que al vacío. Es así y la cosa, dice, no tiene remedio. «No sé de dónde viene esa obsesión por llenar el espacio. No es algo consciente».
En una obra tan decididamente amplia como la de Bertone hay seres y referencias para todo tipo de catálogo. Desde un marciano a un mono. De un bebé a un loco. Y, siempre que así se pueda, dibujados a mano. «Intento utilizar poco el ordenador. Me gusta más lo manual, aunque no digo que no a nada. Uso muchas técnicas y herramientas muy distintas», dice.
En esa inmensidad hay también alusiones étnicas. Escenarios y matices de culturas remotas que ahora, después de pasar por las manos del ilustrador, recuerdan tanto a los mexicas como a un sobre de salchichas pop.
«Los argentinos no tenemos una raíz aborigen importante. Me gusta apoyar lo que no hemos tenido. Carecemos de esa identidad pero me parece muy interesante. Esas culturas americanas y asiáticas tan antiguas», indica. «Quizá de ahí venga esa obsesión por no dejar un solo espacio en blanco. Ellos también lo hacían».