Dice Ramón Buxarrais, exobispo de Málaga y ahora capellán de la Gota de Leche, que lo que se da en Melilla, más que convivencia intercultural, es coexistencia. Con cuatro comunidades religiosas (cristiana, musulmana y judía, a las que se suma una nada desdeñable representación de la hindú) cohabitando en una franja de tierra de apenas 12 km2 y aislada de la península, Melilla es para muchos un laboratorio social que no está exento del riesgo de explosión.
La disparidad étnica y religiosa han hecho las veces, en más de una ocasión, de materiales inflamables que al mezclarse en una probeta amenazan con estallar. Solo la labor de bomberos improvisados han sido capaces de sofocar incipientes quemas. Algunos de esos golpes de extintor han venido en forma de leyes promulgadas para tratar de igualar los derechos de las diversas comunidades (como la que reconoce el Eid al Adha, o fiesta del cordero, como jornada no laboral para los musulmanes).
Otros han actuado de forma más progresiva, sutil y estética pero con similar eficacia. Es el caso de la asociación Kahinarte que, desde hace casi cuatro años, ha recurrido al arte callejero para tratar de integrar y dar visibilidad a los inmigrantes y colectivos más desfavorecidos en el extrarradio melillense y así, de paso, aplacar los potenciales conatos de incendio.
«El proyecto nace a raíz de una experiencia que llevé a cabo durante un trabajo de campo en el CETI de Melilla entre 2010 y 2011. Allí realizaba talleres audiovisuales con los residentes en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes con la finalidad de que estos contasen en primera persona su experiencia migratoria, su vida en la ciudad fronteriza y en el campo».
La positiva experiencia en el CETI animó a Francesco Bondanini a seguir aplicando aquella metodología de trabajo en las zonas periféricas de la ciudad. «Numerosos informes subrayan los porcentajes de desigualdad en la ciudad, dibujando una línea neta entre el centro y los alrededores, de ahí que decidiéramos actuar en estos barrios».
Con la colaboración de Karima Solima, «la otra mitad del proyecto», la del profesor José Luis Villena y otros muchos voluntarios, y también con los vecinos del extrarradio, en especial los jóvenes, Kahinarte comenzó con sus actividades participativas y callejeras. Porque la participación de todos, incluidas asociaciones vecinales y ONG locales, era esencial. Y porque la calle iba a ser el taller y el escenario de todas las acciones. «Entendíamos que era necesario dar visibilidad al trabajo que realizamos y por esa razón trabajamos ahí, realizando una labor que va más allá de lo artístico, centrándose más bien en una educación no formal, en una educación en la calle».
Los talleres de fotografía y pintura están especialmente dirigidas a niños. También ellos, junto a las mujeres, son los que más participación suelen tener en ‘Des-cubriendo la periferia’. «Lo organizamos cada dos meses y en ella realizamos un Urban Knitting en una plaza del Rastro (el nombre del barrio) forrando o “cubriendo” con los participantes algunos elementos de la plaza. Después realizamos una caminata por el barrio para «descubrir» la periferia».
Los vecinos se convierten así en autores de las actividades. Pero también en espectadores e, incluso, en testigos de los cambios que está experimentando su distrito. Los mensajes que destilan sus calles es una de las permutas más evidentes desde que Kahinarte comenzó su andadura. Las paredes de muchas de estas barriadas ya no transmiten odio ni anhelo de venganza. Ahora dicen ‘Te Quiero’ o ‘Alegría’.
A las perfomances callejeras, los talleres de radio en los institutos con la participación de alumnos y profesorado, los de pintura sobre tela o los de ganchillo se une el trabajo que la asociación realiza en el centro penitenciario de Melilla. «Hemos pintado distintas áreas en cuatro de los módulos. Queremos transformar el centro en un espacio normalizado, trabajando con los internos e internas con el fin de mejorar su estancia». Los reclusos de la sección abierta ahora duermen bajo un cielo estrellado. «Decoramos con ellas el techo de sus habitaciones para que pudieran tener la sensación de estar al aire libre, restituyendo, aunque solo de forma metafórica, la libertad a los internos». El muro exterior también se pintó. Ahora el recurso decorativo eran las casas típicas de la zona en un afán por hacer desaparecer la pared de la cárcel, mimetizándola con el resto del barrio.
Kahinarte dejó el anonimato hace tiempo entre los vecinos de las afueras de Melilla. El boca a oreja funciona entre los vecinos y, si no, ahí están las asociaciones y las ONG para poner al tanto de sus actividades a todos los que se acercan por sus sedes. Más difícil lo tienen con los que viven en el corazón de la ciudad. «Una persona que reside en el centro difícilmente visita la periferia y esto genera la formación de una frontera inmaterial que divide la ciudad. Para contrastar este hecho, estamos realizando eventos abiertos a toda la ciudadanía que se realizan en los barrios periféricos con el fin de romper esta barrera y hacer que todos participen».
También, mediante la organización de charlas y conferencias, la asociación ha encontrado una vía para explicar y dar a conocer su labor. En ellas, Bondanini y el resto suelen explicar el porqué de su denominación: «Nos hacemos llamar indistintamente Kahinarte o simplemente Kahina. Este es el nombre de mujer beréber, una reina y guerrera que vivió en el siglo VIII». El nombre de esta «fuerte y empoderada» fémina esconde, a su vez, las siglas de Kunst und Audiovisuelles als Hilfsmittel für Integration und Aneignung, traducible como ‘arte y audiovisuales como herramientas de integración y desarrollo/aprendizaje’. Lo del alemán viene por el apoyo de la Universidad de Colonia (Alemania) al proyecto que, además, cuenta de la financiación del Instituto de las Culturas, una institución que pertenece a la Ciudad Autónoma.