Un inglés, un francés y un latinoamericano deciden salir juntos a dar un paseo. Mientras el inglés se dedica a caminar sin rumbo, vagando por el espacio sin una intención definida, el gabacho entra en los lugares que encuentra y fisgonea como un detective. ¿Y el latinoamericano? Él se acerca a la vida cotidiana, habla con la gente, explora el día a día. Esto no es ningún chiste, sino el resumen de la nueva colección de ensayos que la editorial mexicana Tumbona Ediciones tiene intención de ir sacando: la serie Bípeda.
Detrás de esta idea está Luigi Amara, poeta, traductor y editor nacido en la Ciudad de México en 1971. Pelo revuelto y barba cerrada, acaba de publicar el primer volumen, El arte del paseo inglés, una recopilación en la que De Quincey, Hazlitt, Dickens, Stevenson o Wolf salen a dar una vuelta, mientras que otros como Huxley critican tal menester.
«En parte esto viene debido a que el pasear, el caminar, es una afición personal», explica en la librería Rosario Castellanos, en la colonia de la Condesa, «y creo que hay una relación interesante que he descubierto en varios caminantes, que es leer sobre el paseo». Amara cree haber detectado una suerte de misteriosa cofradía literaria de paseantes y, después de tanto leer sobre el paseo y caminar por la vida, le parecía natural armar una antología sobre el tema. Pero, ¿qué es el paseo inglés?
«Lo definiría como sustraerse de las motivaciones normales y utilitarias para ponerse en movimiento y caminar», cuenta, «normalmente andamos todo el tiempo, pero lo hacemos siempre con un motivo, ya sea llegar a un lugar, ejercitarnos, hacer la digestión, charlar…». Pero los ingleses, desde Thomas de Quincey y sus deambulares urbanos en Confesiones de un inglés comedor de opio y William Hazlitt con su vagar por la campiña inglesa, se alejan del concepto de los poetas románticos del paseo como medio y lo convierten en un fin.
«El ensayo de Hazlitt se publicó casi un año después de las Confesiones de De Quincey, por lo que probablemente lo hacían simultáneamente», razona; «creo que en ambos converge esa idea, que empiezan a descubrir una relación formal entre esa forma de escribir y esa forma de caminar, se dan cuenta que se puede hacer de la misma manera, sin querer llegar a ningún lado, dejándose llevar por el camino mental». Este concepto le pareció decisivo para crear una suerte genealogía de la hibridación del paseo y el ensayo.
De ahí, solo tuvo que ir llenando los huecos que había con los conocimientos que había adquirido en sus años de lectura y caminata. Tenía claro que Stevenson, como seguidor de Hazlitt, tenía que estar. También que Arthur Machen, como una especie de versión de De Quincey en el siglo XX, necesitaba su sitio. Descartó a otros por redundantes e incluyó a Max Beerbohm y Aldous Huxley como críticos con la práctica. En la recopilación, que se completa con Charles Dickens y Leslie Stephen, destaca una sola mujer, Virginia Woolf.
Hija de un escritor y montañero, podría decirse que Woolf llevaba esta combinación en la sangre. El motivo de ser la única fémina en el libro es que, «históricamente para la mujer ha sido más difícil pasear a finales del XIX y principios del XX por una cuestión completamente social». El que pasea, explica, suele ser raro, ya que la gente va a algún lado. «Si alguien se detiene, duda, toma una foto, voltea… empieza a ser sospechoso», razona, «y en el caso de la mujer tiene que ver con la prostitución, la mala vida».
Además, existen los peligros del paseo. Contra la idea de este término como caminata bucólica, Amara cuenta historias propias de riesgo. «Sales a lo que venga y lo que viene puede ser desagradable, desde confundir al paseante con un sospechoso hasta auténticas escenas en las que hay que salir corriendo, como intentos de asalto o de atropello», y concluye, «cuando te dejas llevar pierdes la brújula, los códigos… Un paseo no es ningún día en el campo, está cargado de adrenalina». Ya lo haga un inglés, un francés o un latinoamericano.
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Foto portada: KKB, Wikimedia Commons