El arte urbano que dejó la guerra de las Malvinas

16 de enero de 2016
16 de enero de 2016
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Estamos en pleno pulmón verde de Buenos Aires, en el cruce de varios puentes de ferrocarril. Sus muros, que nadie mira, están cubiertos de grafitis y pintadas de todo tipo. Allí se encuentran estos murales, que son como los demás, pues están cargados. Malvinas da para mucho y desde muchas perspectivas.

Pero el tema de la guerra –la guerra en su espectro más amplio— sigue sin ser un tópico para cenas. A veces incluso da la impresión de que los seres humanos no deseamos entrar en la oscura habitación de la violencia. Sin embargo, la ausencia de luz no significa que ese espacio no exista. Desde luego que existe y su mención provoca reacciones como las que produce la tauromaquia. Es lógico que así sea, pues para cualquier ser humano la experiencia de la guerra debe de ser igual de extrema y brutal. Hay sangre y hay muerte, incluso pueden aparecer la humanidad y la nobleza, todo mezclado y en cantidades industriales.

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El periodista Michael Herr, autor del clásico Dispatches y guionista del filme Apocalypse Now, expuso en una entrevista: «Hay muchas personas que no tienen consciencia de poseer un lado oscuro. Desearían vivir en un mundo donde estas emociones y apetitos no existiesen. Lo niegan. Pero no comprenden que la guerra es un desastre natural: un fenómeno implacable. El que pueda experimentarse tanta belleza y placer en una situación considerada horrible y espantosa resulta difícil de asimilar para la mente occidental. Pero si la guerra fuese un infierno y solo eso, si no hubiera otros colores en la paleta, si esa fuera la esencia total de la experiencia, creo que los seres humanos no continuaríamos matándonos unos a otros».

Es difícil imaginar esa belleza, pero uno se encuentra con testimonios parecidos una y otra vez: la claridad meridiana resultante del pavor, los compañeros que matan y mueren por sus amigos, los gestos inesperados de compasión. En Nápoles 1944, Norman Lewis, por entonces un joven soldado británico, relata la invasión de Italia. Una situación en la que, por necesidad, los enemigos acaban volviéndose amigos, los campesinos ayudan a desertores de ambos bandos, los oficiales se niegan a fusilar, los soldados procuran detener ‘lo implacable’ y paliar el descontrol que ellos mismos han causado. Supongo que estas contradicciones también resultan difíciles de asimilar para la mente occidental. Incluso para la oriental, pues somos diferentes pero no tanto.

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Es desde este punto de vista, y no otro, por el que los murales de Malvinas cobran relevancia. No porque resalten la bandera, el patriotismo y el deber, sino porque en el fondo, debajo de los uniformes no había personajes históricos sino personas de carne y hueso, con familias, seres queridos y sueños. Algunos de los honrados eran militares  de carrera, otros eran conscriptos. Sin embargo, por alguna razón, merecieron esas pinceladas bruscas, el nombre y la frase. ¿Pero por qué fueron elegidos? Tal vez por haber dejado entrever su humanidad en medio de tanta locura.

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Para unos la guerra fue una aventura sin sentido, para muchos fue una reivindicación, para otros continúa representando una gesta patriótica (en cualquier caso, las Malvinas son el Gibraltar argentino y los españoles sabrán comprender su significación en el imaginario de todo un país). Los estudiosos del tema opinan que fue una mezcla de último estertor imperialista y una oportunidad de oro para que los políticos involucrados pudiesen dar un último manotazo de ahogado al poder.

Los menos comparten lo manifestado en Partes de guerra. Fue Juan José Gómez Centurión, un militar condecorado, quien señaló la raíz paradójica del conflicto (y cito de memoria): «Las Malvinas son un concepto escolar. Desde la niñez se enseña que son territorio argentino, cuando en los hechos hace un siglo y medio que no lo son». Puede que todas las guerras partan de ese mismo supuesto, de ese  malentendido universal.

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Sin entrar en las razones, justificaciones, despropósitos y errores, las heridas que dejan tras de sí los conflictos se revelan en testimonios agridulces, aquellos que ‘la mente occidental’ sigue sin comprender. Y allí están para quien quiera investigarlos: historias de victimarios, víctimas, horror, altruismo. Heridas que sangran todavía. Por eso quizá no esté tan mal que haya quienes buscan cerrarlas, pero no cargando sus armas sino sus pinceles. Evitando que quienes perdieran la vida –y en el camino tal vez se la arrebataran a otros— sean olvidados del todo. Nadie cura sus heridas negando lo vivido.

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En cualquier caso, estos homenajes no son más que pinturas. No han sido fundidos en el bronce monumental de los próceres. Y por tanto puede que el día de mañana sean cubiertos por otras pinturas: grafitis ininteligibles, imágenes abstractas; motivos menos grandilocuente y más prosaicos, de los que a diario vemos en los muros de nuestras ciudades. No todos estarán de acuerdo, seguramente, pero al fin y al cabo no estamos hablando de estatuas y bustos de bronce. El único bronce que mata es el de las balas.

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2 Comments ¿Qué opinas?

  1. Felicitaciones! Muchos murales fueron pintados por alguien que conozco por su arte y su corazón malvinero, pero lo escrito por tu pluma le ha dado el marco perfecto. He usado parte de tus fotos (con tu nombre y fecha) y extractos de lo escrito para un ensayo sobre Malvinas, donde destaco la importancia de malvinizar por medio del arte en todas sus formas como una manera de honrar y no olvidar la gesta y sus héroes tan despreciados y poco reconocidos tal cual lo expresaste… Tu artículo sin dudas es MARAVILLOSO. Gracias!

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