¿El CO2 engorda?

4 de julio de 2012
4 de julio de 2012
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Si la Humanidad adelgazara podríamos mitigar ligeramente el calentamiento global, pero la ‘operación bikini global’ no va a ser fácil: el dióxido de carbono nos provoca michelines

Cuando el que escribe estas líneas vino al mundo, el 12 de agosto de 1971, éramos 3.500 millones los humanos que poblábamos el planeta, la mitad de los que poblamos la Tierra hoy. Y estábamos más delgados. Cuando hablamos del impacto del aumento de la población en los recursos del planeta se nos olvida un dato: cada vez somos más grandes, más altos, más anchos, y, en consecuencia, consumimos más. Nuestra huella ecológica es proporcional a nuestro tamaño.

Yo mismo, sin ir más lejos, pesé 4 kilos y pico al nacer, una cifra nada desdeñable para un bebé, pero una minucia comparada con los 80 kilos que marcaba esta mañana mi balanza. Ya sé: el ejemplo no es válido, pero tenía que presumir de bebé rollizo. Vamos con los datos: la estatura media de las personas ha aumentado entre 15 y 20 centímetros desde mediados del siglo XIX hasta el 2000. El peso lo ha hecho aún más deprisa: la OMS calcula que una de cada diez personas está obesa, una epidemia que, por cierto, afecta sobre todo a los pobres. Vivimos en la Era de los Humanos Gigantes.

Las consecuencias de este crecimiento personal (es un decir) no son livianas en el medioambiente. Según un estudio publicado por el International Journal of Epidemiology, el sobrepeso de la población en los países ricos provoca la emisión de 1.000 millones de toneladas extra de efecto invernadero, a sumar a los 27.000 millones que ya emitimos en condiciones normales. Los gordos no solo comen más (un 16% más de calorías), sino que también necesitan más energía para desplazarse: más coches, más gasolina y, por tanto, más CO2 a la atmósfera.

Más sorprendente resulta que el fenómeno también parece funcionar a la inversa: el aumento de dióxido de carbono en la atmósfera nos engorda, según concluye un segundo estudio llevado a cabo por un investigador danés. El científico encontró una sorprendente correlación entre el peso de sus compatriotas y el nivel de CO2 en la atmósfera durante los últimos 22 años. Lo que es más sorprendente: no solo los gordos, sino también los delgados, engordaron al ritmo que la atmósfera se cargaba del gas.

¿Cómo afecta el CO2 a nuestra masa corporal? Por vía hormonal, especula el estudio. Las orexinas son un tipo de hormona que reside en el cerebro y regulan el sueño y el gasto energético. La mayor concentración de CO2 en el aire actuaría sobre los disparadores de apetito del cerebro, animándonos a comer más.

El resultado de ambas tendencias es un círculo vicioso orondo como un donuts de chocolate: cuanto más engordamos, más CO2 echamos a la atmósfera que, a su vez, nos impele a comer más. Tal vez el futuro que nos espera no difiera demasiado de la distopía paralizante que imaginaba ‘Wall-E’: humanos gigantescos, incapaces de moverse y traslados de un lugar a otro por andadores mecánicos con pantalla incorporada.

Este artículo fue publicado en el número de julio de Ling Magazine.

Ilustración: Juan Díaz Faes

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