Roboroach es una fascinante ocurrencia de la start up americana Backyard Brains. Con el eslogan de “¡Neurociencia para todos!”, su web vende un kit por 99 dólares para adosar un chip a los insectos con el cual poder controlarlos mediante un iPhone o un iPad. Las cucarachas empleadas no son como las españolas, sino discoides, más grandes y resistentes.
(Opinión)
Es preciso efectuar una pequeña intervención quirúrgica para insertar los sensores en sus antenas. Y después puede teledirigirse al animal desde el móvil o la tableta. A los quince o veinte minutos, el insecto ya es capaz de burlar las órdenes por lo que hay que retirarle los sensores y esperar un período tras el cual se puede volver a intentar. El kit se suministra con suficiente documentación para que la experiencia arroje una luz hasta ahora impensable sobre la neurociencia.
Pues bien, los defensores de los animales han puesto el grito en el cielo y han iniciado una campaña contra Backyard Brains aduciendo que es una crueldad inaceptable. Como ya saben mis lectores, soy entomólogo y puedo afirmar que el concepto de sufrimiento aplicado a estos invertebrados es más filosófico que físico.
Podríamos repasar aquí los orígenes fisiológicos del dolor, así como los actores implicados, ninguno de ellos presente en el rudimentario organismo de un hexápodo.
Hace falta un receptor (piel, etc.), neuronas de primer, segundo y tercer orden… Sin neuronas no hay dolor. Y eso sin mencionar el núcleo ventropostlateral del tálamo o la corteza cerebelosa y sus circunvoluciones; todo ello ausente en el ganglio nervioso de una cucaracha.
Por eso los inhibidores del dolor como los opiaceos, la serotonina o la noradrenalina son absolutamente estériles en un saltamontes o en una gamba. Sentir dolor es una ventaja evolutiva en los cordados como usted o como yo, pero sería un grave obstáculo de colonización para las hormigas, por poner un ejemplo.
Y para sentir dolor son precisos los transmisores del mismo, como la sustancia P, la somatostatina o las neuroquininas A y B. Y vías ascendentes, como la espinotalámica o espinorreticular. Espino significa en este caso que solo los vertebrados (una anchoa, un colibrí, un orangután, etc.) pueden sentirlo.
¿Sufre una oveja? Sí, y mucho. ¿Un toro en una corrida? La duda ofende. ¿Un atún? También. ¿Un jilguero? Por supuesto. ¿Un guisante? No. ¿Un piojo? No. ¿Una bella mariposa? No más que el piojo, o sea, nada. ¿Una lombriz de tierra? No. ¿Una lechuga? Pues va a ser que tampoco.
Nadie como quien esto escribe defiende la dignidad de los animales y detesta los zoológicos, los circos, las corridas de toros, las peleas de perros o incluso las carreras de caballos. Pero un grillo no es una jirafa. Y una cucaracha no es un caniche. Y los brillantes creadores de Roboroach pueden estar dando un paso de gigante para la comprensión de nuestro propio cerebro.
No son cucarachas para celebrar fiestas de cumpleaños o para hacer apuestas, sino para explicar cómo se produce la transmisión de estímulos. Las aplicaciones médicas de diagnosis y tratamiento de desórdenes neurológicos que se pueden desarrollar son infinitas… Si los defensores de los animales no lo impiden. La propia empresa demuestra gran sensibilidad al incluir en la sección de la web Ethics todos los argumentos de quienes se oponen frontalmente al uso de invertebrados con fines educativos o de investigación.
Volviendo a las cucarachas teledirigidas, me gustaría invitar a los ofendidos activistas a que se leyeran algunos fundamentos de fisiología, en concreto del filo Arthropoda, grupo al que profeso gran admiración y al que he dedicado años de estudio. Así evitarían hacer el ridículo, o peor aún, detener avances que pueden ser cruciales en aras de una sensibilidad mal entendida.
Y recuerde; si usted tiene seis patas, es inmune al dolor.