¿Por qué las clases sociales están cambiando?

Clases sociales

Siempre ha habido clases, mantiene el dicho popular. Y si aceptamos el significado de esa palabra en su sentido más amplio, hay que darle la razón.

Las estructuras de clases nacieron hace diez mil años, cuando las tribus nómadas se volvieron sedentarias. La importancia de la irrigación en la agricultura permitió, en muchos lugares del planeta, que el control del agua por parte de unos pocos hiciera emerger las incipientes clases dominantes. Y con ellas, el control también de las tierras, el poder político y el militar.

Mas tarde, con el paso del tiempo y, sobre todo, con el desarrollo de los diferentes modos de producción, esas clases sociales se fueron consolidando para crear estructuras sociales mucho más inalterables.

Pero vamos a saltarnos varios milenios (la esclavitud, las castas, el vasallaje) para ver cómo están las cosas hoy en día.

En nuestra parte del mundo, la estructura social más reciente ha venido determinada por tres clases sociales: el proletariado, la clase media y la clase alta. Sin entrar en los subgrupos de cada una de ellas y aun a riesgo de generalizar en exceso, podemos describir cada una de ellas de la siguiente forma:

El proletariado nació con la aparición de la máquina de vapor. Esa tecnología expulsó de su lugar a muchos campesinos, que tuvieron que emigrar a la ciudad en busca de trabajo en las nuevas fábricas de producción masiva (por ejemplo, en los últimos 150 años la población rural en EEUU ha disminuido del 70% al 4%).

La clase media surgió con el aumento de la productividad en las sociedades más desarrolladas. Herederas de los antiguos artesanos, su proliferación permitió una distribución de la riqueza hasta entonces desconocida, favoreciendo el advenimiento de nuevos modelos de gestión de lo público a través de la democracia.

La clase alta se incorporó a esta nueva estructura social proveniente de la vieja aristocracia terrateniente y ocupando, para mantener su hegemonía, nuevos ámbitos de poder como la industria, el comercio y las finanzas.

Esta organización ha permanecido prácticamente igual hasta la llegada de la revolución digital. Pero ahora, como sucede siempre que surge una nueva tecnológica, todo ha cambiado.

El proletariado se encuentra con que la robótica industrial ha comenzado a poner en peligro muchos de sus puestos de trabajo. La clase media, con que la inteligencia artificial atenta contra muchos de los suyos. Y la clase alta, con que la concentración de la riqueza en muy pocos emporios tecnológicos les desplaza de la hegemonía absoluta que antes ostentaban.

Todo se viene abajo. O, cuando menos, todo desciende un escalón.

Nos encontramos ante la ruptura del contrato social. Prueba de ello es que en este nuevo escenario los salarios ya no están jugando la función redistributiva que tenían en el pasado.

Un solo dato a este respecto: desde los años 70 la productividad ha crecido un 150%, mientras que los salarios han quedado prácticamente congelados.

Nos estamos reajustando al nuevo modelo de producción y para ello unas clases sociales deben desaparecer para dejar paso a las más recientes.

Y una de esas, a caballo entre el proletariado y la clase media, es la clase precaria.

La clase precaria se caracteriza por tener la formación profesional de la clase media y un salario de proletariado. Un híbrido que tan solo beneficia a los nuevos reyes tecnológicos que ven así abaratar sus costes.

Un ejemplo: un empleado de call center internacional gana de media unos 790 euros al mes. Otro que hable tres idiomas se sitúa en los 1.500. Resulta evidente que a las empresas globalizadas de este sector les resulta más rentable contratar un precario con tres idiomas que a tres proletarios con uno solo.

Por eso los mensajes que claman contra los emigrantes que «nos quitan el trabajo» son pura demagogia. El peligro para el proletariado no son los emigrantes. El verdadero peligro son los precarios que se ven desplazados hacia abajo ocupando los mejores puestos de esa clase social.

Todo va a cambiar de nuevo en esta era digital. Se está produciendo una emigración de unas clases sociales a otras que está comenzando a generar nuevas tensiones laborales debido a las diferencias entre oferta y demanda (en Europa, por ejemplo, hay dos millones de puestos de trabajo relacionados con dicha tecnología que no pueden cubrirse por falta de especialistas).

Algunos intelectuales y profetas auguraban un presente más plácido y feliz. Francis Fukuyama se hizo famoso gracias a su best seller El fin de la historia y su último hombre, en el que aseguraba encontrarnos ante el final de las clases sociales gracias al triunfo del liberalismo económico tras la caída del muro de Berlín.

Nada ha sucedido como él esperaba, aunque en una cosa sí podemos darle la razón: es cierto que algo se ha terminado. Pero como siempre que algo termina, hay otro algo, aún desconocido, que no ha hecho más que empezar.

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Patrick Thomas

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