El fotógrafo que busca la complicidad en la mirada de desconocidos

26 de octubre de 2015
26 de octubre de 2015
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«Mi fotografía tiene mucho de espontaneidad. Intento retratar momentos reales, miradas con significado y sentimiento». En su página web, Diego Arroyo se autodefine como «director de arte y fotógrafo apasionado».
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«Me siento más fotógrafo, porque es realmente lo que me sale hacer sin pedirle permiso a nadie. Aun así la dirección de arte me apasiona, me da la oportunidad de trabajar con gente increíble, de valorar el trabajo de otra forma, con más perspectiva, y de inspirarme constantemente con el talento ajeno», cuenta Diego, que descubrió la fotografía a los 17 años.
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El retrato predomina en su trabajo, algo que eligió de forma casi inconsciente. «Me siento atraído por el reto que supone el retrato: buscar esa chispa especial, ese momento en el que bajamos la guardia y mostramos lo que llevamos dentro. Es algo que admiro y valoro mucho en el trabajo de otros fotógrafos», reconoce.
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Steve McCurry es, sin duda, su mayor referencia. Otros nombres como Sebastião Salgado, Yann Arthus-Bertrand, Erwin Olaf y Joey Lawrence representan una fuente de inspiración para el trabajo de Arroyo, junto al cine, la ilustración y el arte en general.
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Etiopía, Kenia, Camboya y Nepal son algunos de los lugares donde ha producido sus series fotográficas. «Viajé a Nepal en 2014, unos meses antes de los terribles terremotos. Fue horrible seguir las noticias y ver la desesperación de la gente desde tan lejos», recuerda Diego.
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En este país, Arroyo se adentró en las zonas rurales. «Me gustó mucho todo el bajo Mustang: austero, remoto y místico», asegura este fotógrafo, que se quedó prendado por la espiritualidad que permea la vida cotidiana y la cultura de Nepal.
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Diego tuvo la oportunidad de compartir vivencias con algunos de las personas a las que retrató. «Pude dormir bajo el mismo techo y llevar su modo de vida durante unos días: me quedé en casas hechas de barro y madera, junto a las mulas, comiendo la misma comida y participando de sus rituales. Con otros tan sólo me pude permitir encuentros breves», recuerda.
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«Por desgracia no vivo únicamente de la fotografía, así que en general los viajes son mucho más cortos de lo que me gustaría, alrededor de 20 días o un mes, aunque hay excepciones», añade.
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Cuando le preguntan cuál es su trabajo preferido, no duda: Etiopía, que considera su «trabajo más evocador».
En la actualidad, está trabajando en una serie sobre Japón. «Me pareció una cultura apasionante. Creo que va a salir algo interesante», concluye.
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