Sobre ser director de cine en España, Pedro Almodóvar, el cineasta más reconocido de nuestro país a nivel internacional, dijo una vez que es como ser torero en Japón. Y es que la vida del director patrio es muy complicada. Cualquiera que se haya planteado —y se haya dedicado a ello en cuerpo y alma— levantar un proyecto cinematográfico sabe que casi depende más de la fortuna que de la propia voluntad o de la calidad del material. Aquellos privilegiados que tienen la suerte de emplearse en la fábrica de sueños dan fe de que pueden pasar años y años hasta que consigue llevarse un proyecto a puerto. Imagínense para aquel que empieza.
Si hacer una película ya es complicado por sí mismo, poder hacerlo (con medios) cuando uno está recién salido de la escuela de cine es casi una quimera. Y esto no solo es así por el tipo de actividad —que también—, sino porque en España las dificultades para dar el pistoletazo de salida a cualquier carrera son asfixiantes. Como ejemplo, no hay más que ver aquel vídeo que se hizo viral en LinkedIn sobre el chaval que seguía buscando curro de lo suyo, que era, precisamente el mundo audiovisual.
Esos son, básicamente, los mimbres con los que el corto Manos libres, de Pablo Fuentes, ha pasado de ser una idea para convertirse en una realidad. Y una realidad estrenada en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, nada menos. Porque una película, por muy buena que sea de por sí, solo se llena de sentido al ser vista. Al ser disfrutada.
Manos libres es un thriller de una negrura que hace dudar de si finalmente volverá a salir el sol mañana. Sin hacer spoilers, valga decir que la peli ha contado, además de con la codirección de Kike Maíllo, con la actriz Hiba Abouk como protagonista y con el Audi Q4 e-tron 100% eléctrico como invitado de excepción.
La historia recuerda a otros relatos de suspense minimalistas como Buried, de Rodrigo Cortés, con Ryan Reynolds encerrado en una caja. O, muy especialmente, a aquella estupenda película de Steven Knight con Tom Hardy en un coche quemando kilómetros en dirección a Londres y acosado por todo tipo de llamadas telefónicas llenas de eso que los manuales de guion llaman «conflicto». Solo que, en este caso, hay que sumar el mérito de Fuentes de ser capaz de hacer subir las pulsaciones de la audiencia en un espacio de tiempo mucho más reducido, poco más de quince minutos.
En muchos sentidos, la cultura y producción cinematográficas de un país tienen mucho que ver con el modo en que se comunica con el resto del planeta. No hay más que ver cómo los americanos han utilizado el cine como vehículo para exportar su cultura y, hasta cierto punto, defender todo un sistema económico frente a las alternativas. O cómo los franceses defendieron su producción audiovisual frente al mercado común europeo como parte de aquello que llamaron su «excepcionalidad cultural». Hay muchos argumentos y ejemplos que demuestran que el cine no es solo un producto de consumo para momentos de asueto. Es, más bien, un verdadero activo nacional.
Y por eso, fomentar la producción española a través del relevo generacional, invertir en el descubrimiento de nuevos talentos y su capacidad de hacer sonar la claqueta es siempre una buena noticia.
También porque dedicarse a crear aquello que Godard llamaba el fraude más bello del mundo es, posiblemente, una de las profesiones más bonitas que existen. Y, por extrapolación, dedicarse a hacer posible que otros puedan llevar sus ideas a la pantalla, tiene que ser, también, de los empeños más encomiables que hay.
El corto Manos libres es una pasada y puede verse aquí: