Durante más de diez años apenas he leído textos traducidos. Y no lo hacía porque a mí, principalmente, me fascina el lenguaje, los giros de las palabras, los dobles o los triples sentidos y, finalmente, los juegos que unos vocablos organizan con otros y en torno a sí mismos. Me preguntaba: «¿Cómo es posible leer Cien años de soledad de Gabriel García Márquez en inglés? ¿O en alemán? ¿Cómo se puede traducir Corazón coraza de Benedetti al finlandés?». Y de la misma manera: «¿Cómo adaptar al español los especiales poemas del mejor poeta holandés o de Tomas Transtömer? ¿Y al chino? ¿Cómo adornar sus giros sin perder en la traducción el sentido, la cadencia y la sonoridad del mismo?».
Porque, por muy bueno que sea un traductor, es prácticamente imposible que la transcripción sea perfecta, que sea un poeta a la altura del traducido. Se encuentran palabras en la estación de partida que no existen en la de llegada. Como si se mudara de ropa en ese imaginario trayecto ferroviario o se maquillara al abrigo de algún compartimento lúgubre dentro de algún vagón desdibujado. Y fue entonces, después de esa defensa a ultranza, de años, de la pureza de la lengua original, cuando entró en mi vida Murakami como un torbellino poético. No sé cuál fue el primer libro que cayó en mis manos, pero sí sé que memoricé el nombre de la persona que hizo las traducciones durante meses. No quiero imaginar lo que debe ser leer a Murakami en su idioma original, solo sé lo que me produce leerlo en mi lengua, y es francamente hermoso. Mi defensa se vino abajo, como tantas convicciones absurdas que uno va acuñando a lo largo de su vida, y como otras tantas veces asumí mi error y cedí ante la evidencia. Desde entonces volví a leer a otros autores extranjeros, alemanes, ingleses y, por supuesto, italianos, donde la traducción apenas se deja unas esquirlas en el viaje de va de un idioma a otro.
Hace solo unos números, en Yorokobu (marzo, 2014) Antonio Dyaz jugaba con las imposibles traducciones de la expresión ‘¡ojalá!’ y afirmaba que en esos matices semánticos está la fístula que separa las culturas y las civilizaciones. Y es que esa fístula existe incluso dentro de cada idioma y no solo geográficamente. No hay nada más personal que la manera en la que se entienden las palabras. Existe una connotación subjetiva que las dota de mucho más sentido que la que el diccionario les tiene asignadas, pudiéndose llegar a decir que cada uno posee, en su interior, una autoenciclopedia, una enciclopedia personal o autoenciclopedia personal, que cuelga de las palabras historias y definiciones nunca escritas. Ese fue el espíritu y el título del libro que salió publicado hace año y medio: Autoenciclopedia personal1 y que se transformó en el germen, o mejor dicho, en el embrión de un diccionario universal, libre, dinámico y eterno que habita en la red: Cloping2.
En este lugar virtual de encuentro lingüístico cada definición personal se concreta como un clop, tomado de la palabra ‘enciCLOPedia’, espacio donde todo el mundo puede escribir sus más íntimas definiciones, subjetivas y propias, sus clops. Lugar donde puedes votar otros (hacer ‘clap’), crear tus propias ‘clopedias’ con tus definiciones favoritas, seguir a tus escritores callejeros y anónimos y, sobre todo, aprender de la sensibilidad y acierto de los demás. Lugar sin reglas salvo las del sentido común y donde se puede leer clops como estos:
Libertad: Solo se conoce su significado por los libros ya que nadie la ha sentido realmente en su alma (Gabrikami).
Timidez: Es una mirada baja, una sonrisa inocente y unas palabras que no salen de mi boca (Lagalletadejengibre).
Golondrinas: Debajo del cielo, encima del mundo, dibujan tu espalda, se alejan de mí (Anú).
Música: Elsonido de la vida… Lo que las palabras no dicen. La expresión del sentimiento en estado puro. Lágrimas no lloradas, alegría desbordada, liberación de una fuerza contenida… (mbest).
Sintomático: Niña de Zaragoza pregunta:
—Mamá, ¿qué significa sintomático?
—Fácil, hija. Los macarrones te los puedes comer ‘sintomatico’ o ‘contomatico’ (Luigi Perugini).
Reamar: Remar contracorriente, cruzar de frente las olas, perder la vista en el infinito hasta llegar de nuevo a ti (Anú).
Felicidad: Delincuente juvenil que todo el mundo conoce, la mayoría busca, unos pocos encuentran y casi nadie conserva (Oscura).
Perspectiva: Si miras las flores caídas al suelo, no verás el árbol florecido (Ru).
Distancia: No hay mayor distancia que la que no se quiere recorrer, ni mayor vacío que el del silencio de unos labios que no tienen nada que decir (Sierra).
Ciclogénesis explosiva: En mi pueblo siempre ha sido un día de perros de invierno (Anú).
Sobaco: Es una de las palabras menos agraciadas, en cuanto a sonoridad, que el diccionario de la RAE contiene. El otro día, mi hijo de tres años y medio, tocándose la ingle dijo: «Papi, me pica aquí, en el sobaco de la pierna». Simple y sencillo, ¿no os parece? (Josón).
Sublingual: Aquello que nos callamos y se queda bajo la lengua (Josón).
Besorexia: Extrema falta de besos (Oscarvives).
Amoratado:Tengo al amor atado. Amoratado y cautivo aquí adentro. Cautiva su urgencia y cautiva su esencia. Devuélveme la libertad, devuélveme tu presencia (Andy Brodie).
Y así hasta un número no calculado, creciente, que tiende a infinito gracias a la inspiración creativa de las galletas de jengibre, los anús, las oscuras, los oscarvives, los luigiperuginis y unos cientos más de cloperos que, bajo distintos epígrafes que van desde ‘jugando con las palabras’ hasta ‘con una gotita de sarcasmo’, pasando por ‘ríe conmigo’ o ‘pasopalabra’, alimentan el Universo Cloping de forma intravenosa.
Hace unos meses trataba de explicarles el concepto de Cloping a tres chicas que acababa de conocer en un Sport bar en Norfolk, Virginia, en los Estados Unidos de América; para que lo terminéis de entender, les dije, vamos a hacer un juego: os voy a sugerir una palabra y os voy a dar unos minutos para que la defináis o escribáis algo sobre ella. La palabra que elegí aleatoriamente en mis pensamientos fue ‘violeta’. Me fui al baño y esperé a que las tres tuvieran sus definiciones escritas. Una de ellas, la más hermosa, la definición, y también la chica, escribió sobre el color de una bufanda que había perdido en un concierto de Ben Harper en Montreal cinco años atrás. Al día siguiente, la teniente Tennay L. Davis, que así se llamaba la purpúrea desconocida de ébano me escribió un correo electrónico en el que decía: «Estimado José. Tienes que saberlo. Nunca más la palabra ‘violeta’ significará lo mismo. ‘Violeta’ dejó de ser, para siempre, solo un color. Desde anoche y para el resto de mi vida, la palabra ‘violeta’ siempre estará íntimamente prendida a aquella bufanda y a aquella noche de concierto. Muchas gracias por haberme hecho aflorar este sentimiento, esta conexión nueva y desconocida».
Y así es, las palabras y los sentimientos que sobre ellas tenemos son tan evocadoras como la música o los olores que nos transportan a un lugar concreto y remoto años atrás, de forma mágica; pero es necesario pensar y escribir sobre ello, y más aún, publicarlo para emocionar al lector anónimo. Cloping es el lugar donde establecer esas conexiones, donde jugar con las palabras, donde buscar y encontrar nuevas definiciones y matices nunca escritos, y hacerlo; donde compartir pensamientos fabricados con la esencia de uno mismo, y donde encontrarnos alrededor de la escritura, en un espacio íntimo, muy íntimo, mucho más allá de la semántica, en las estribaciones de la lingüística y lindando, imaginariamente, con los arrabales de nuestra propia memoria y emoción creadora.
1Editorial SINAE SL, 2012
2www.cloping.com
El hogar infinito de las palabras
